Quizá porque soy del Sur (del profundo Sur) me llame la atención la historia del Sur de los Estados Unidos de América. Esa cruenta guerra civil, donde se ensayaron los métodos de combate que luego se aplicarían el la Primera Guerra Mundial y en el enfrentamiento ideológico como justificación de todo tal como ocurrió en la Segunda Guerra Mundial.
Las trincheras, el exterminio, el ensañamiento con los vencidos, nos enfoca a una lectura que trasciende los intereses circunstanciales y políticos, para adentrarnos en un choque de concepciones del mundo, una guerra total y en todos los frentes. La mayoría de los que pelearon tanto de un lado como del otro al principio no lo vieron así, incluso muchos dudaron si estar de un bando o del opuesto. Sin embargo como suele ocurrir, es lo que no se puede ver lo que define las cosas, lo que se mantiene en el vértice más alto, inalcanzable. Si no, allí está Abraham Lincoln como ejemplo, un hombre reacio al revanchismo y a la destrucción de la elite sureña, quitado abruptamente de la escena para que tuvieran rienda suelta los radicales, los ultraprogresistas, los que siempre terminan siendo la más eficaz milicia de la usura.
La forma de vida del Sur, arraigada a la tierra, rural, aristocrática, me recordó a mi propio Sur y a sus caudillos. Cierto es que aquí había sólo hombres libres, pero la libertad jurídica no es la libertad real, y muchos negros, terminada la guerra, volvían en el Sur norteamericano a las plantaciones de sus antiguos amos, como único lugar de amparo donde habría alimento, seguridad y algo que hacer. Lo que vino después ciertamente fue muy igualitario: una sociedad esclavista para todos igual, lejos de la tierra, de sus ciclos, de sus ritos, de sus aristocracias agrarias. Lejos de toda cultura tradicional y cerca de los políticos profesionales y de los especuladores. Aquel Sur fue arrasado como el mío. Cortados sus lazos con todo lo que fuera el terruño, la sangre, la patria y el trabajo. Los Estados confederados ya no tuvieron derecho a elegir su destino, tuvieron que adherir al sentido del mundo, aunque era su derecho natural y jurídico elegir su propio camino. Luego el Sur ya no fue el Sur, sino un sitio cualquiera. La furia y la nostalgia suele apoderarse de los vencidos, pero ya no sirve, ya todo es tristeza y abandono. Las casonas señoriales se convierten en centros comerciales, las plantaciones en playas de estacionamiento, los hombres de la tierra en esclavos mal pagos de la usura. Y los esclavos siguen siendo más esclavos que antes. Pero todo tiene su fundamento ideológico, antropológico, psicológico. Todo está justificado por la teoría y ya nadie piensa en la cruda realidad.
No fue una guerra, fue un castigo ejemplar, donde el honor y las normas de caballeros fueron dejando paso a la guerra total, la que traen los intereses especulativos que nada saben de esas cosas ni les interesan. Pero la sangre es fuerte y permanece.