Se diga lo que se diga sobre el idioma, hay cosas que son de orden natural. Si el latín y sus derivados son milenarios, es porque la cultura y el poder de Roma así lo han posibilitado.
Mientras discutimos sobre el castellano, la historia sin que lo advirtamos nos acerca nuevos elementos de apreciación de la realidad. Por ejemplo: si el Brasil continúa en la línea ascendente en la que se encuentra, es posible que dentro de poco sea el portugués y no el castellano la lengua franca de cientos de millones de sudamericanos.
El destino de las lenguas regionales es subsistir si son parte de una estrutura de poder superior a la región misma, o de lo contrario desaparecer tarde o temprano en el aislamiento. Siempre ha sido así, y eso vale tanto para los vascos, para los catalanes como para el guaraní que se habla en el Paraguay, da igual.
No es cuestión de querer sino de poder, porque todo es poder en el fondo de las cosas. Y es el poder el que hace a las lenguas dominantes. Si algunos pueblos quieren conservar con derecho sus lenguas carnales minoritarias, deberán estar a la altura de sus pretensiones en la construcción y articulación de un poder tal que se los permita, y ese poder –paradójicamente– no puede ser un poder regional. Lo demás es capricho y estupidez e ir en los hechos concretos en contra de lo mismo que se predica. Es la grandeza y no el egocentrismo y el resentimiento lo que podría defender con algún éxito cierto patrimonio cultural regional.
La elección de una lengua en la cual comunicarnos un cierto número de pueblos afines para construir un proyecto común es tan importante, al menos, como conservar la lengua materna. Es una regla de hierro: para conservar algo valioso en casa debemos vivir en un vecindario seguro, en un país fuerte y en un continente unido. No existe otro modo. Es la matemática pura del poder. Cada vez que pensamos en el idioma, deberíamos pensar también en el poder global. Lo contrario es aislamiento inútil y de corto alcance.
Me siento muy cómodo con mi castellano rioplatense, que me permite comunicarme con un gran número de personas manteniendo las particularidades y modismos propios del lugar, pero sé muy bien que esta lengua existe y se mantuvo porque un poder la expandió y luego otro la sostuvo. Y eso costó un gran sacrificio. No obstante, muchos jóvenes se esfuerzan por pensar en inglés, en chino o en quechua porque quieren ser parte de los poderes presentes, pasados o futuros que esos idiomas representan. Quieren ser parte de la mentalidad del poder, de la órbita de esos idiomas.
El “estar en forma” de Spengler es algo válido también para el idioma, pues no puede separarse el idioma del destino del pueblo que lo habla. Pero nos referimos al gran destino, no al pequeño destino regional que ya es aleatorio sin una instancia superior que pueda oponerse a la destrucción cultural que el poder global lleva adelante.
Todo lo demás son discusiones fuera de contexto, y fuera de contexto las paradojas no pueden resolver.