Estará usted probablemente hasta las narices de contemplar a los neanderthales de “Acción Nacionalista Vasca” comparecer en ruedas de prensa con la efigie de una señora que alza el puño. No se sabe muy bien si la buena señora alza el puño como acto “revolucionario” o si es que amenaza a algunos rapaces que le han robado unos melocotones de la huerta o bien es que discute acaloradamente con su nuera. Pero ¿es alguna señora en especial o se trata de la vecina de Otegui?
Pues resulta que la “progreabuela” es nada menos que la madre de Paquito Arriarán, miembro de ETA militar muerto en las filas de la guerrilla salvadoreña. La ilustración es un antiguo icono del entorno de ETA que apareció a finales de los años 80 en un casete del grupo de rock vasco “Kortatu”. Los hermanos Muguruza eligieron esta casposa imagen para ilustrar su Kortatu. A compilation front, un trabajo plagado de canciones mezcla de victimismo atroz y de apología del asesinato etarra.
La mitología en torno a Arriarán ha llegado hasta nuestros días. Uno de esos personajes que va de vasco por la vida por ponerse “Iñaki” con “k”, el escritor Iñaki Gonzalo Casal “Kitxu”, encarcelado él mismo por su pertenencia a ETA, nos informa en Gara (25.10.2006) que “en una ocasión, un compañero del PCE (r) me pidió en el patio de Navalcarnero que definiera al vasco y yo le hablé de Pakito Arriaran, un hombre solidario y generoso, nuestro mejor embajador en el mundo”. La admiración de Gonzalo por Arriarán le llevó a inspirarse en él para su libro El niño de Magüey.
Según el alucinado redactor de Gara, Paquito Arriarán (“Pakito” con “k”, como dicen los inventores de la neolengua euskaldún) “llegó a El Salvador huyendo de la represión contra la disidencia vasca en Euskal Herria”. Gonzalo ha publicado su obra a finales de 2006 en la editorial proetarra Txalaparta. A la presentación del libro acudieron familiares de Paquito Arriarán, entre ellos su hermano Félix, que manifestó que “casualmente he recorrido los lugares de los que habla en la novela. Recoge muy bien el espíritu que llevó a los guerrilleros del Frente a combatir durante tantos años la dictadura de Napoleón Duarte”. En una de sus cartas desde el frente salvadoreño Arriarán escribía “"No pertenezco a nadie, nadie me ha vendido, a nadie reporto beneficios, a nadie doy cuentas; sólo a vosotros, sólo a este pueblo, sólo al pueblo que me vio nacer. [...] Un día de éstos me di cuenta de lo que es pertenecer al mundo, de lo que es ser vasco, de lo que es ser luchador, lo que significa ser de aquí, lo que es tener dos pueblos para amar, un mundo por el que luchar. No me puedo dividir, no puedo elegir aquello no, esto sí; aquello sí, esto no”.
Pese a que Arriarán tuvo por lo menos el valor de ir a un frente de combate, al revés que todos los chulos asesinos de niños que tanto admiran Otegui, Barrena y cía, a Arriarán le hubiera afligido mucho saber que era un monigote del imperialismo soviético de la época, un simple peón en la lucha de un sistema criminal que había sometido a ciento cincuenta millones de europeos a golpe de tanque y que había construido la red carcelaria más asesina que recuerda la historia. Hoy, como ayer, la estupidez siempre tiene su público, pero eso sí: un público vasco, sobre todo muy vasco.