La santificación del 15-J

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La santificación del 15-J juega en el presente régimen el papel de icono sagrado fundador: así como Roma tenía a Rómulo y Remo, los Estados Unidos el “May Flower”, Sudáfrica la “Groot Trek” y la URSS el asalto al palacio de invierno, nosotros tenemos el 15-J. Solo que yo, a juzgar por lo que hay, me quedo mil veces antes con cualquiera los sucesos anteriores porque, por malos que fueran sus resultados, por lo menos al principio de un ordenamiento nuevo estaban el valor y el coraje y no el oportunismo rampante. A varias generaciones ya se nos ha vendido la “transición” como la reforma del franquismo desde dentro y el pacto de todos pero, para los que no lo recuerden, era bastante patético por entonces contemplar a los otrora franquistas repetir lo reprimidos que estaban en sus despachos ministeriales o en condición de estrellas reconocidos unánimemente por ese mismo régimen. Hoy poco queda de aquél “espíritu de reconciliación” del que tanto se hablaba. Y es que al final del camino, a juzgar por aquello en que nos hemos convertido, no estoy tan seguro de que hayamos elegido el camino correcto.

Resulta que vivimos en un país donde los políticos hablan hasta la náusea de tolerancia y uno se encuentra con que hay temas que no se pueden sacar ni en una charla de bar. Las relaciones sociales se han envenenado hasta el punto de tener un país dividido porque se supone –desde el poder, claro- que todo bípedo implume es sujeto político y debe estar alineado en algún partido. En ciertas regiones de España es imposible nombrar la historia de nuestra país tal y como figura en todos los manuales escritos en las lenguas cultas del planeta y, si tenemos en cuenta el dinero que recibirá ANV de nuestros impuestos, nos percataremos de que somos el único país del mundo donde te pueden poner una bomba lapa con fondos públicos.

En la España de hoy hay miles adolescentes, pero también gente madura, que cree que la Pantoja es tan importante como Ortega y Gasset y un porcentaje muy sustancioso de los mismos creen que América la descubrió Franco porque no ven más que “Cuéntame”, “Salsa rosa” o algunas de las docenas y docenas de “programas” televisivos que aborregan a la gente las 24 horas del día. Hemos perdido sustanciales conquistas sociales que unos señores de una nomenclatura conocida como “sindicatos” han permitido con dócil tolerancia al capitalismo más deplorable. Tenemos varios “medicamentazos”, el despido libre, los contratos basura y una precariedad de la que esos mismos “sindicatos” se quejan retóricamente pero que se han mostrado absolutamente ineficaces a la hora de impedir su reinado.

Por si fuera poco, desde la agenda oculta de ese mismo capitalismo que en el fondo nos desprecia, se nos vende que hacen falta más y más gentes venidas de todas partes del planeta –da igual si es del desierto de Atacama, de la Mongolia interior o del desierto australiano- porque lo importante es el “crecimiento económico”. De manera que cada vez pagan menos por lo que antes pagaban más y encima hay que besar la mano que sostiene la correa. Pese a ello el político o el periodista de turno nos sermonea cada dos por tres con el asunto de “las libertades”.

Las esquinas más importantes de toda ciudad que se precie son bancos porque la gente no tiene un duro y vive al día. La vida como proyecto es cada vez menos viable y cosas elementales de las que disfrutó la generación de la posguerra, como la vivienda o la estabilidad laboral y geográfica, han desaparecido porque hoy la tendencia es a la deslocalización de poblaciones y el desarraigo. Una inmensa burricie ideológico-mental, oculta tras la apariencia de la complejidad tecnológica, crece auspiciada por un poder que medra a costa de suministrar su dosis diaria de “salsa rosa” y de “educación para la ciudadanía” a la población. Por lo demás, ese mismo poder se encarga de que nadie haga preguntas y de que los problemas reales pasen desapercibidos. El resultado es que todo el mundo tiene una sensación general de zozobra pero nadie sabe muy bien ni por qué ni qué la origina. Cada uno se limita a ir tirando y a mascullar sus protestas en la esterilidad de su círculo íntimo, de manera que el sistema sigue impoluto, operando en las sombras de la impunidad.

Y todo sigue igual. Y cada vez es todo más incierto. Tenemos alcohólicos de 13 años como fenómeno social y salteadores de caminos en edad escolar, al tiempo que en España operan cientos de “mafias” de países exóticos que han encontrado el paraíso en nuestra casa. Como la gente se niega a tener niños, los que pasaron una vida trabajando constatan con temor que ni siquiera tienen un techo garantizado cuando ya solo queda esperar la conclusión de una vida. Pobres cada vez más pobres. Una clase media cada vez más “media”.Y entre tanto un poder que crece y crece y escenifica su show cuatrienal sin que las cosas más esenciales se muevan lo más mínimo.

La clase política vive inmersa en una red de opulencias y privilegios y no se ponen de acuerdo más que en subirse un sueldo ya de por sí insultante. Por supuesto, ese poder del que muchísimos son partícipes por acto o por consentimiento requiere gente dócil hablando de los temas establecidos de antemano y revolucionarios de diseño –“antisistemas”, se hacen llamar- que se vanaglorian de ser “radicales” por repartir condones en los colegios, ponerse “piercings” en los pezones y hacer gráfitis en la puerta de una parroquia. El poder total se aúpa en todas partes a hombros de una estupidez clamorosa.

Y para sostener todo esto, una jauría de sumos sacerdotes resalta de manera ritual hasta la caricatura los males del pasado porque saben muy bien que de otro modo es difícil justificar la lenta vía letal en la que hemos entrado. Cuando los terroristas son “hombres de paz”, cuando uno puede deslomarse trabajando para no llegar a fin de mes, cuando su hijo puede fenecer en trece drogas diferentes antes de los dieciséis años o cuando una familia puede constar de hombre y mujer pero no hay razones aparentes para que no conste de hombre y “hámster”, hay realmente mucho por hacer. El aparato de propaganda crece todos los días en la sombra y nadie, sin embargo, se atreve a decir lo que realmente es.

Por todo eso es de extrañar que los actos del 15-J hayan desatado un frenesí televisivo absolutamente necesario para salvar la santidad esencial de un presente en el que florecen los problemas. Ninguno se percata de la atronadora decadencia que nos rodea ni tampoco de esa sospecha insidiosa contra todo lo que afirma lo que fuimos y que constituye nuestra conciencia comunitaria sin la cual no hay libertad ni vida. Siento ser aguafiestas porque me importa un bledo las primeras elecciones democráticas y no me interesa una especie de “mantra” que pretende conjurar la presencia contundente de unos problemas que han venido para quedarse y que afectan directamente a mi vida aquí y ahora. Ninguno de esos pseudos mitos andantes del santoral de la transición fue capaz de prever la que se estaba preparando, todos ellos fueron parte activa de lo que hoy vivimos y se puede decir también que fracasaron estrepitosamente ante la primera misión del estadista, es decir, anticipar los acontecimientos de la siguiente generación. Con el tiempo todos ellos se han revelado como una caterva de oportunistas y mediocres. Así que hoy, celebrar el 15-J equivale a no entender nada o a ser miembro del rebaño narcotizado por la cadena televisiva o el gurú de turno. Por desgracia nada hay más peligroso que dormirse en la propia y ficticia autocomplacencia porque ese negro futuro ya está aquí y está llamando a la puerta con insistencia preocupante. Por suerte, es sentencia del poeta que donde abunda el peligro crece lo que salva.

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