La crisis del materialismo dentro de la neurociencia

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Este somero artículo no constituye el lugar adecuado para pormenorizar lo que podría llamarse “la batalla por la ciencia”, pero sí que es el lugar para apuntar pequeños comentarios acerca de aquello que no gusta a la ideología dominante. Y es que, en buena parte, esta ideología basa su poder en un fundamento presuntamente “científico”; esto es, sobre la idea de que de los datos mismos de la ciencia se niega la existencia de toda instancia superior al voluntarismo humano.
 
A estas alturas del siglo XXI, este paradigma, que se encuentra muy extendido, no resulta ni mucho menos innovador dentro del conjunto de la historia del pensamiento. Si buscamos en el pasado europeo, los atomistas en Grecia eran materialistas lo mismo que Lucrecio. En el siglo XIX, Marx y Engels no formularon de manera explícita el materialismo dialéctico –Plejanov lo bautizaría con la abreviatura “Diamat”, de “Dialektischer Materialismus”-, pero sí se basaron en “el origen de las especies” de Charles Darwin para explicar el desarrollo de las formas de vida complejas sin recurrir a principios teológicos. Su discípulo Lenin, en “Materialismo y empiriocriticismo” (1906), sostuvo una violenta polémica con Ernst Mach y Richard Avenarius, y también con bolcheviques empiriocriticistas como Basarov, Lunacharski y otros.
 
Lenin defendió en la mencionada obra dos puntos relevantes para este breve artículo: primero, que las “Ciencias de la Naturaleza” son “espontáneamente” materialistas y, en segundo lugar, que la conciencia es un estado de la materia. Así, en el parágrafo 5 del capítulo I de “Materialismo y empiriocriticismo”, Lenin se preguntaba “¿piensa el hombre con la ayuda del cerebro?” y responde esgrimiendo al Friedrich Engels de “Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana”: “El mundo material y perceptible por los sentidos, del que formamos parte también los hombres, es lo único real… nuestra conciencia y nuestro pensamiento, por muy desligados que parezcan, son el producto de un órgano material físico: el cerebro. La materia no es un producto del espíritu y el espíritu mismo no es más que el producto supremo de la materia. Esto es, naturalmente, materialismo puro” (citado por Lenin en: Materialismo y empiriocriticismo, p. 84, Biblioteca Promoción del Pueblo, Madrid, 1974). Además, en su agria polémica con Richard Avenarius y su obra “La concepción humana del mundo”, Lenin echaba en cara al profesor alemán que pese a reconocer que “las ciencias naturales se basan en un punto de vista espontánea e intuitivamente materialista”, Avenarius ataca la teoría del conocimiento materialista e intenta fundamentar otra teoría del conocimiento positivista radical, libre de supuesto materialistas y metafísicos.
 
Como se ve, no hay nada nuevo bajo el sol y ya en el marxismo decimonónico, la doble suposición de que “todo es materia” y de que la ciencia confirma “espontáneamente” esta afirmación estaba ya claramente formulada, hasta el punto de que, hoy en día, ambas ideas son casi totalmente hegemónicas. Así, en el caso concreto de la antropología, la tesis dominante sostiene que todo lo que somos es reducible a materia y a las leyes de la naturaleza. Es preciso, por tanto, negar la realidad espiritual del hombre como si fuera un artefacto propiciado por el cerebro mismo el cual simula tanto esa realidad espiritual como, por ejemplo, el libre albedrío.
 
A este respecto, el catedrático de neurología de la Universidad Complutense Franciso J. Rubia, nos dice en la entrada de su blog (25.6.2008): “Si realmente el libre albedrío es una de las ilusiones que el cerebro es capaz de crear, ¿por qué hemos estado engañados tanto tiempo? A esta pregunta se puede responder diciendo que también es cierto que desde el orfismo, que consideraba al alma prisionera del soma (cuerpo) o de la sema (tumba), pasando por Platón y muchos otros filósofos, hasta llegar al planteamiento radical de Descartes, el dualismo metafísico, que considera que el hombre se compone de dos entidades distintas, el cuerpo, material, y el alma, inmaterial, ha impedido que las ciencias naturales se ocupen de las ‘funciones anímicas´ o mentales por considerarlas, como el nombre indica, fruto de ese ente inmaterial que hemos llamado alma. Pero la neurociencia moderna ha superado, podríamos decir, ese obstáculo y desde ese momento ha comenzado a aplicar los métodos científico-naturales a temas que tradicionalmente correspondían a la teología o a la filosofía. La consciencia, el yo, la realidad exterior, el libre albedrío, la espiritualidad incluso, son temas que hoy se estudian desde posiciones neurocientíficas y con métodos neurocientíficos.
 
Por eso estoy convencido que estos resultados de la neurociencia moderna van a cambiar la idea que tenemos no sólo del mundo, sino de nosotros mismos en muchos aspectos. Y este es uno de ellos. Desde el punto de vista dualista no surgiría ningún problema: la voluntad es una facultad del alma y por tanto es independiente del cuerpo, o sea, del cerebro, al que controla. Ahora bien, ningún dualista ha podido hasta ahora explicar satisfactoriamente cómo es posible que un ente inmaterial, que por definición no posee energía, pueda mover, activar, accionar, las células de nuestro cerebro, que es materia. Estaríamos violando las leyes de la termodinámica.
 
Otro argumento a favor de considerar que las facultades mentales, como hoy acepta la inmensa mayoría de neurocientíficos, son producto del cerebro, es decir, de la materia. Y a nadie se le escapa que sería curioso que sólo el cerebro, como tal materia, no estuviese sometido a las leyes deterministas de la naturaleza”.
Las palabras del profesor Rubia, aunque de enorme interés por las cuestiones que plantea, creemos que van justo en sentido contrario al incipiente signo de los tiempos. Esto es: no son capaces de anticipar la formidable crisis de la ideología materialista. Quizás sea por esto tan chocante que cuando oímos hablar de gente que se autocalifica de “escéptica” solemos encontrar un escepticismo singularmente sesgado, que nunca tiene en cuenta a los “escépticos” respecto del punto de vista materialista.
 
Por eso el libro aparecido hace escasamente un año en los Estados Unidos, a cargo del neurobiólogo de la Universidad de Montreal (Canadá) Mario Beauregard y de la periodista norteamericana, especializada en temas científicos, Denise O’Leary, “The Spiritual Brain” (el cerebro espiritual), es tan interesante en el contexto del que hablamos. La obra, en cierta manera, recoge el testigo de la polémica sostenida por el neurofisiólogo australiano Sir John C. Eccles, premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1963. Beauregard y O’Leary sostienen que la mente no es reducible a la actividad química del cerebro, como creían Marx y sus discípulos. Muy al contrario, Beauregard afirma –en la época de las “pastillas para todo”- que “la neurociencia no materialista ha demostrado que la mente es real y que puede cambiar el cerebro”.
 
Esto tiene el potencial de variar radicalmente la estrategia terapéutica de multitud de problemas mentales. Por ejemplo, según Beauregard, “Jeffrey Schwartz, un neuropsiquiatra no materialista de la universidad de California (UCLA), trata el trastorno obsesivo-compulsivo haciendo que sus pacientes reprogramen sus cerebros. De igual manera, algunos colegas neurólogos de la Universidad de Montreal y yo hemos demostrado, mediante tecnología de imágenes cerebrales, que las mujeres y las niñas pueden controlar sus pensamientos negativos, que los hombres pueden controlar su respuesta a las películas eróticas y que la gente que sufre de fobias como la aracnofobia puede reorganizar su cerebro y perder ese miedo. La prueba del control de la mente sobre el cerebro se halla verdaderamente en estos estudios. Existe algo como la ‘mente sobre la materia’. Realmente tenemos fuerza de voluntad, conciencia y emociones y, en combinación con el sentido del propósito y del significado, podemos efectuar el cambio”.
 
Beauregard y O’Leary realizan una profunda crítica al materialismo dentro de un campo tan esencial como es la naturaleza de nuestro fuero interno, una crítica de la que posiblemente aquél ya no consiga recuperarse jamás. Ambos autores denuncian el materialismo como prejuicio ideológico. A la pregunta de “¿son idénticos el cerebro y la mente?”, Beauregard responde que “algunos materialistas así lo afirman pero, de nuevo, no lo han demostrado. Ellos lo suponen. La mente es solo el trabajo del cerebro. Los no materialistas piensan de modo distinto. Creen que la mente se relaciona con el cerebro de la manera en que una película se relaciona con el aparato de televisión. El aparato no crea el programa; lo muestra. Lógicamente, es solo una imagen y no atrapa más que un aspecto de la relación entre la mente y el cerebro. Pero esto es solo el principio”.
 
A lo largo de sus 368 páginas, “The spiritual brain” expone el a priori materialista como condicionante de casi toda la ciencia moderna y –lo que reviste enorme importancia- como handicap para su desarrollo. Los autores relatan el fracaso del “yelmo espiritual” –un artefacto diseñado supuestamente para inducir la experiencia religiosa en las personas- o la falsedad del “gen religioso” y así mismo muestran lo extraordinario de las imágenes cerebrales de monjas con experiencias religiosas reales y que Beauregard y su equipo, al contrario que los materialistas, no se ha negado a estudiar científicamente.
 
En resumen, cabe concluir que ni la conciencia es un producto de la materia ni la ciencia –la que se lleva a cabo sin a priori ideológicos- es “espontáneamente” materialista. En este sentido, la denostada existencia del alma quedaría plenamente restablecida y por ello el libro de Beauregard y O’Leary constituye un frente más de esa debacle del materialismo que ya se anuncia en los foros de la ciencia más avanzada y más audaz.
 
Dejamos, una vez más, que sea elmanifiesto.com el portavoz de la libertad y de la denuncia de uno de los prejuicios ideológicos más opresivos de todos los tiempos. 

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