En una acepción general y corriente, se considera reaccionario a aquel que está en contra del progreso de la humanidad como entidad indeferenciada y unitaria. Es el adjetivo adjudicado por considerar que no existe la humanidad como ente abstracto y que menos todavía progresa, sino que en cambio se degrada cada día más.
Tanto para una visión circular de la historia como para los monoteísmos lineales, estamos viviendo un oscurecimiento espiritual, una progresiva muerte del espíritu.
La idea de progreso que nos rige es solamente la justificación teórica de un poder material cada vez más concentrado. La idea del progreso como crecimiento económico y financiero ilimitado, beneficia sólo a quienes conducen tal proceso de acumulación. Para el resto de la población constituye un sometimiento a ciertas pautas, cuando no el preámbulo a una llana y lisa desaparición.
El progreso es una hipnosis y las masas tienden a la hipnosis. Para arrastrar a las masas no hay como la imagen. Ya Spengler señaló claramente el carácter eminentemente visual de nuestra decadente civilización.
El progreso no es un mito porque el mito implica siempre en alguna medida una cierta espiritualidad, una actitud de comprensión y una consciencia profunda. Eso no ocurre con el progreso que constituye la fe en que el hedonismo materialista puede crecer hasta unos límites insospechados, incluso hasta una feliz esclavitud. Esto es alentado por quienes se sirven del fenómeno en beneficio propio desde la cúspide del poder.
Como válvula de escape a la mayor concentración de poder económico, financiero y tecnológico jamás vista, están los derechos humanos individuales que permiten desplazar los límites de las conductas hacia cualquier aberración. Esas son las dos caras del progreso supuestamente incuestionable de lo que llaman “la humanidad”.
Los masificados se enojan, se “indignan” pero en su mayoría creen que lo que vivimos hoy es una “crisis del progreso”, una circunstancia pasajera, un contratiempo que habrá que sobrellevar para seguir “progresando”. Esto no es sin embargo una crisis del sistema: es “el sistema” que ajusta su movimiento de pinzas progresivo sobre todo lo que se le opone en su base misma, no en sus formas pasajeras.
Casi nadie admite que los acomodamientos del sistema son producidos para que las comunidades organizadas y las naciones pierdan poder en beneficio del mismo sistema global que los produce. Todo conduce a la desarticulación de lo orgánico en beneficio de la marginalidad inorgánica.
Para calmar las aguas se otorga una ilimitada libertad individual en todos aquellos aspectos que, aunque resulten aberrantes y perjudiciales para el conjunto, no alcanzan a rozar la acumulación de poder. La libertad individual sin otro contexto que el descripto, no puede más que convertirse en una fuga de poder hacia el vértice.
La ideología dominante suele llamar reaccionario a quien se da cuenta de la situación. Por tal motivo todo sabio deviene hoy en día en reaccionario, porque al comprender cabalmente lo que ocurre se aparta o reacciona en la medida de sus posibilidades ante una situación inadmisible.
Reaccionario es una paabra que utilizan por igual las masas adiestradas como los vértices del poder, para manifestar su odio y estigmatizar a todos aquellos que aún pueden ver en la oscuridad.