Este país, aquí, el Estado…

A tal grado de ridiculez llegaban los periodistas aquellos, y tal era su odio a la palabra España o simplemente al adjetivo que la designa.

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Lo más aberrante ya fue un día mientras trabajaba en San Sebastián.

Por la sala de profesores andaba el EGIN, que tal se llamaba el diario hiperseparatista y proetarra de entonces (Había, por cierto, neoprogres aquí abajo que comprensiblemente lo pronunciaban como se debe en castellano, con el mismo consonantismo velar de “gente” o “gitano”). El caso es que por aquel año se jugaba el campeonato de fútbol de turno, no recuerdo si europeo o mundial. Y era de maravillarse cómo al hablar inevitablemente de la selección española, se la llamaba, incluso y sobre todo en los titulares, como LA SELECCIÓN DE CLEMENTE, como lo oyen, palabra, dado el nombre de quien por entonces la entrenaba. A tal grado de ridiculez llegaban los periodistas aquellos, y tal era su odio a la palabra España o simplemente al adjetivo que la designa. Cierto que lo que no se nombra no existe, pero tal forma de evasión denotaba y denota una hibridación de odio y miedo a la gran palabra tabú en la política nacional: España.

Conectemos ahora con el otro día, 13 de noviembre de este 2020, cuando el joven alcaldete sociata de Coria del Río, Sevilla, preguntado por una al parecer impresionante campaña sobre prevención del contagio del puñetero virus chino, habló por tres veces del éxito de los anuncios de su ayuntamiento, donde se veían unos nichos en el cementerio aguardando a los imprudentes sin mascarilla. Pues bien, a renglón seguido, el munícipe coriano repitió campanudamente por tres veces la conveniencia de que iniciativas así se repitieran “en todo el Estado”. No sé si se refería a la organización política que nos gobierna o al territorio español. Me temo que a esto último. Otro ejemplo: fíjense en la información meteorológica televisiva. Meteorólogos o lo que sea hay que por sistema no dicen otra cosa que “el país”, o como mucho “la península” cuando quieren referirse a España. Y esto son ejemplos puntuales. No es menester remitirse ya a las organizaciones separatistas, las izquierdistas o meramente políticamente correctas, a cómo les debe quemar o escocer la palabra España. La evitan con una obsesión que sería ridícula de no ser por completo infecta. La cristalización de tal tendencia se encuentra ya en los especialistas progres de historia, obsesionados por negar a España su veterana existencia, su nombre que unificó y abrigó a tantos hechos gloriosos, fueran victorias o derrotas, tantas referencias en documentos, tratados y obras literarias donde, desde finales del siglo XV, se recupera la vieja denominación romana que la conquista islámica diluyó y que luego acabó recuperada, con la mutilación portuguesa quizá para siempre. Pero el caso es que, por encima de obsesiones diluyentes, mistificadoras o provincianas hinchadas, la palabra España era la que se decía y dice desde hace medio milenio en todo lo referido a nuestra patria. Por oficio uno ha leído o tenido que leer numerosos textos en otros idiomas. Desde antiguo, nuestro país se resume en todos ellos, para bien, para mal y para regular en la palabra España, escrita y pronunciada en otras lenguas como resumen de todos nosotros, de nuestra política, de nuestros hechos e ideas. Quizá por eso los agresivos nacionalismos periféricos y los internacionalismos bolchevizantes evitan ese lema que resume y centra no ya una geografía sino toda una concepción de la historia y del presente. No quepa duda de que cuando alguien evita la sencilla, honda y definitiva palabra España está marcado por el hierro de la progresía más barata, lerda y maliciosa. No es gratuito ni casual evitar el vocablo que nos convoca y une a los españoles. Volviendo a mi estancia norteña, recuerdo que, en el certificado donde se indicaba mi toma de posesión en el instituto, estaban las casillas donde se especificaba si el profesor venía “de Euskadi” o “de fuera”. Así de bien se nombraba al resto de España en una parte aún de ella. Pero bueno, esta anotaciones o quejas por mi parte tienen cada vez menos sentido, toda vez que, sin ir más lejos, el Partido Popular en su holgado y vago gobierno con mayoría absoluta no derogó la infame ley de Memoria Histórica que justo pretendía y pretende condenar a la inexistencia a una parte de la historia de un país que no sé por cuánto tiempo se seguirá llamando España.

Dos anécdotas finales. Una, que la tan euskárika “Donostia” no lo es en absoluto. Viene de “Donestian”, eso es “Done Bastiane”, San Sebastián apocopado por el uso, es decir, en español muy antiguo, tirando a latín. La otra, mi tercer apellido “Fagoaga”, de la zona de Zugarramurdi. Muy vasco, ¿verdad? Significa bosque de hayas. Es decir, la “Fagus silvática” en nombre científico latino. O sea, que son, somos aún más clásicos que el resto de la vasca, nunca mejor dicho. Así se construye y falsea una identidad, entre otras cosas…

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