Me di cuenta quién era Gore Vidal al leer su novela sobre el emperador Juliano. Sin duda podríamos situarlo entre los hombres de esa corriente de pensamiento y actitud que llamamos la “Revolución conservadora”.
Gore Vidal, prolífico escritor norteamericano que acaba de fallecer a los 86 años, tuvo nostalgia del “otro Occidente” y perteneció a una antigua elite en vías de extinción: la de los hombres con clase.
Cada tanto tomo entre mis manos el Juliano escrito por él. Aquel emperador que por querer recuperar tardíamente la identidad de Roma, fue estigmatizado despectivamente como “el apóstata”. Recuerdo entonces la felicidad de su primera lectura y revivo la experiencia de la alegría espiritual inexplicable que es reconocer algo como propio y compartirlo con el autor y con otros lectores, recuperando acaso una atávica y entrañable pertenencia.
Si bien es cierto que han circulado sus novelas en España y Argentina, me parece que no han sido suficientemente valoradas. Pero tal como están las cosas en ambos países, no es de extrañar: se necesitaría para eso un buen gusto que hemos perdido.
La foto que veo del autor acompañando la noticia del deceso en un diario importante de Buenos Aires me recuerda mucho aquellas últimas fotos tomadas a Marlon Brando antes de morir. Sé que fueron amigos y no me extraña semejante amistad. Vidal apareció asimismo en la película Roma de Fellini, y eso tampoco es de extrañar, porque el hombre era en el fondo un romano, y nuestra ciudad fundacional seguramente también lo amaba.
En contra del sentido del mundo, como una especie de “coronel Kurtz” literario, Gore Vidal ha ido a encontrarse con los dioses de Juliano, esos que alguna vez habitaron en algún lugar de los Estados Unidos de Norteamérica, llevados en los barcos por Gore Vidal y otros como él. Eso es algo que me resulta familiar: Unidos en Ultramar por la memoria de Roma, por los barcos y los dioses, hoy te despido, arúspice de nuestra decadencia, hermano de la nueva Roma malograda, estarás desde ahora en la memoria de las antiguas legiones emigradas.
Están muriendo los últimos grandes hombres de Occidente ¿Quedará algo después de ellos que no sea oscuridad?