Cuando leo que hubo un tiroteo con manteros inmigrantes en España, recuerdo el viejo artículo “Adios, espacio público, adiós” publicado oportunamente en El Manifiesto. Entonces me pregunto si no será oportuno dar una vuelta más de tuerca sobre el asunto.
Lo primero que se me ocurre es pensar que en la Argentina todos los policías estarían ya fuera de la policía, echados a la calle. Es un mal consuelo para españoles, pero un consuelo al fin. La inmigración que he visto en España es sin duda masiva, pero todavía ordenada, al menos para alguien que vive en Sudamérica como yo. Sin embargo, eso tiene su lado negativo: todo sucede con un orden anodino, sin reacción, se desplaza hacia el lado malo sin que se perciba el movimiento. O al menos de ese modo es posible mirar hacia otro lado, hasta que finalmente las cosas no tengan retorno.
En Sudamérica la realidad discurre de otro modo. Lo que está comenzando a ocurrir en España aquí ocurre hace tiempo: la pobreza de los argentinos, que alguna vez fue digna, se ha convertido en marginalidad y asume una “cultura” marginal donde se juntan los inmigrantes ilegales y los argentinos degradados por el sistema, con la participación activa de la militancia progresista, que ve en todo esto un paso más hacia la igualdad ¡Y vaya si tienen razón! Seguramente España, si no hace algo rápido, irá por el mismo camino. O acaso los españoles y los argentinos “residuales” terminemos aislados en nuestro propio país. No puedo saberlo.
Sin embargo, no creo que las clases medias urbanas lleguen a visualizar una “geopolítica de las ciudades”, simplemente se someterán a ella, tratando de resguardar lo que todavía tienen que perder. No se dan cuenta de que el sistema les brindó cierto bienestar durante un tiempo, para debilitarlos luego hasta un punto de no retorno. Ahora la parte represiva de ese mismo sistema rige solamente para ellos, que no saben, no quieren o no pueden reaccionar. El mismo Estado que parecía cercano cuando la economía más o menos funcionaba, muchos descubren ahora lo ajeno que era. Y lo descubren porque están tremendamente solos. Nadie los protege y en cambio sí protege a otros, que parecen estar fuera del alcance de la ley.
Ocurre una paradoja extraña: todo el peso del Estado nos cae encima a la hora de los recortes y de los impuestos, pero no tiene ningún peso para los bancos o los manteros. En todo caso si la cosa se pone pesada, un "top manta" o mantero negro, perdón, “subsahariano”, se pasará un par de días pagos en un hospedaje estatal, mientras que a un español o argentino de a pie, ese par de días le trastornarían completamente la vida. Su familia se avergonzaría, quizás perdería su trabajo, alguna gente lo dejaría de saludar. Nadie estaría orgulloso de él si fuera preso por defender el espacio público contra un inmigrante ilegal. En cambio, cuando un mantero va preso, todos los suyos se solidarizan con él. No importa que un comerciante quiebre porque su calle está llena de manteros. La otrora famosa calle Florida de Buenos Aires se convirtió en una feria interminable de manteros, sin que nadie les pidiera ni siquiera documentos en regla, mientras pobre del argentino al que se le haya pasado un sólo día, el vencimiento de una de las múltiples exigencias burocráticas que se piden para circular por las calles en un vehículo particular.
Así estamos en Argentina o en España. Reconozcamos que al menos existe una “comunidad organizada de manteros”, una “comunidad organizada de inmigrantes ilegales”, etc., etc., mientras que no existe nada parecido a una comunidad –organizada o no– entre nosotros. Y ni siquiera sé si es justo decir “nosotros” porque a veces –me duele confesarlo– siento cierta envidia por la combatividad manteril, comparándola con la estricta imbecilidad individual de mis congéneres de las clases medias urbanas, esos que se creen “incluidos del sistema” mientras se les da de comer en la boca cada vez menos, para que desaparezcan por su propia abulia, por su propia inacción, por su propia negación de la vida. Sí, amigos, hoy en día es más nietzscheano un mantero subsahariano que cualquiera de nosotros, aunque no haya leído a Nietzsche, aunque todavía nuestro automóvil cargue gasolina, aunque todavía quede un lugar para escondernos mientras nuestro vecino sufre. ¡Sigamos mirando para otro lado!, en algún momento el sufrimiento que hoy nos ahorramos, se presentará al pago todo junto, pero entonces ya no habrá forma de pagar.