Carta del director

Nunca debimos dejar de mirarnos el ombligo

Compartir en:

Y mira que nos habíamos llevado de allí a los soldados, ¿eh?, y llamábamos a la deserción universal de los desiertos iraquíes y firmábamos la alianza de las civilizaciones con Turquía y con Irán, y Moratinos cantaba la gloria de Hamas mientras aquí, en el otro cuerno de la media luna, le abríamos a Mohamed la elástica retambufa y adoctrinábamos a nuestros alcaldes para que invirtieran en mezquitas lo que se ahorran en viviendas de protección oficial. Pero nada, chico: el moro no descansa y ha bastado lo de esos soldaditos de Afganistán, ya ves, cuatro gatos, y además todos en misión humanitaria, que allí los españoles no tenemos enemigos, para que Al Qaeda nos quiera conquistar. Con lo bien que vivíamos en nuestro espléndido aislamiento de aliadas civilizaciones en diálogo y paz. 

No, nunca debimos dejar de mirarnos el ombligo. ¡Era tan grato vivir así, para nosotros mismos, en perpetua luna de miel autista, con nuestra hipoteca y nuestras gambitas y nuestra tele y nuestra pazzz, sin nada que perturbara nuestra muelle existencia…! Y además que no era tan difícil, jolines. Bastaba con negar la sucia realidad exterior y concentrarse mucho en las propias tripas, o sea, eso que la incultura dominante llama “vía zen” y que lo mismo vale para decorar interiores que para organizarse un fin de semana en Cancún. Negarás toda realidad exterior y comprobarás, hermano, que no hay más realidad que la que tu corazón destila. 

¿Terrorismo islamista? No, no: lo que hay es mucha pobreza en el mundo, pero todo se arregla con el diálogo. Y lo mismo vale para todo lo demás. ¿Batasuna? Batasuna no existe: como es ilegal, no existe. Y si sus matones extorsionan y sus cachorros queman autobuses, no hay que preocuparse: el humo y el miedo nunca podrán ocultar la evidencia de que los auténticos enemigos del género humano son la COPE y George Bush. ¿Otegui y De Juana? Gentes de paz, hombre; de los de toda la vida, y además, partidarios del proceso, no como las víctimas del terrorismo, esos aguafiestas vengativos. Tampoco es verdad que la unidad nacional de España esté en peligro: ¿Cómo va a estar en peligro, si eso de la nación es una cosa como teorética y tal? ¿Inmigración? Aquí hay sitio para todos, que somos muy solidarios. ¿Guerra? Nihablar: guerra sólo al cambio climático y a la pobreza.

(Nota para lectores extranjeros: cuanto antecede no es grotesca parodia de un servidor, sino tomas de posición públicas –y publicadas– del Gobierno español, sus sostenes y sus terminales. Quizás, ahora que reflexiono, haya que extender el alcance de la nota a un buen número de lectores españoles, que siguen sin enterarse de lo que hay.)

Me parece que fue mi amigo José María Lassalle el que, al hilo del 11 y el 14-M, recuperó el asunto orteguiano de la “tibetanización” de España, o sea la tendencia vernácula a encerrarse en la propia insuficiencia y olvidarse del mundo, con la esperanza –en general, vana– de que el mundo se olvide de uno. Debió de ser lo último interesante que escribió Lassalle antes de pisar la moqueta de la carrera de San Jerónimo, pero el hecho es que tenía razón: España, noqueada, acojonada, aspiraba a tibetanizarse, a que el mundo se olvidara de ella. Pero eso no es posible. Ahí fuera el mundo sigue existiendo. Hay amigos y hay enemigos. Hay guerra y hay dolor. Hay naciones y hay quien las quiere romper para crear su propio corral. Hay, en fin, política en el sentido más clásico del término. O sea, que hay conflicto. Hay pueblos fuertes que lo ven venir y cogen el toro por los cuernos. Hay pueblos débiles que prefieren agachar la cabeza y mirarse el ombligo. Lo primero es más áspero y antipático. Lo segundo es más cómodo, pero sólo al principio; después, uno repara en que el ombligo se ha transformado en un gigantesco agujero. El agujero que te ha hecho ese toro cuyos cuernos no has querido coger.

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar