“Según lo demuestra la historia, lo que más se debe temer es la aurora de una mitología.”
E. M. Cioran
¿Pero qué pasa cuando ya no hay mitologías? Surge entonces con seguridad el hastío, la esclavitud y la abulia.
La pasión del hombre por creer lo ha llevado sin duda a realizar acciones execrables, pero ¿dónde llevará al hombre no creer en la belleza, en la acción, en el nacimiento de nuevos mitos? Mitos espantosos algunos, pero siempre llenos de energía y movimiento. El horror dinámico no puede ser peor que el horror congelado.
El hombre no abandona los fanatismos para superarse, sino porque ya no es capaz ni siquiera del fanatismo. Quizá llegue un punto en que extrañemos a los terribles inquisidores y a los revolucionarios.
Sentados frente al ordenador a la espera de tecnologías que cada vez nos reduzcan más el esfuerzo de vivir, ni siquiera podemos llamarle a la situación esclavitud, porque el esclavo raramente lo era por su propia voluntad.
Benditos sean los amargos, los insufribles y los desagradables, porque quizás ellos han comprendido. Despreciables sean los mansos de espíritu, porque ellos en realidad no tienen espíritu.
Pobres los hombres sin mitologías.
Occidente ya no está para nuevos mitos, pero yo conservaré los míos, mis viejos mitos que no han sido nunca del todo el Occidente: una patria lejana hecha con retazos de una Europa muerta, unos dioses rebeldes y el silencio de los espacios interminables. Cuando nos dieron a elegir entre civilización y barbarie, la civilización ya no existía. Nos mintieron con la misma dialéctica con la que se suicidó Occidente. Tuvimos que elegir la barbarie. Por eso todavía nos encontramos con vida. Siempre en peligro, pero aún con vida. Todavía nos urge la aurora de una mitología. Posiblemente la última mitología de los sobrevivientes de Occidente.
Las Malvinas, por ejemplo, también son un mito. Un mito argentino que crece en Sudamérica. Justamente lo que según Cioran más se debe temer: la aurora de una mitología, aunque sea la última.