La Argentina de Cristina Fernández de Kirchner

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 Si escuchamos a un político hablar por la televisión desde una habitación contigua, vale decir: si no lo viéramos y solamente escucháramos lo que dice, sólo podríamos identificar de qué país es por el idioma o por la cadencia del idioma, no por lo que está diciendo. Como no tengo suficiente con lo que pasa en la Argentina, busco a menudo en mis otras patrias —España e Italia— un poco más de sufrimiento, lo cual me ha llevado a constatar la analogía global de la política y de los políticos actuales.

Hay algo que en la Argentina llamamos “verso”, “versear”. Ya se imaginarán ustedes a qué me refiero. No llegarnunca a lo concreto es un arte. Las personas necesitan creer, y creen en la medida de su sentido común, de su inteligencia, de su sagacidad y de su voluntad. Y casi nadie quiere creer que mañana puede estar peor que hoy. Supongo que es un mecanismo de defensa del ser humano.
 
A esta altura del domingo 23 de octubre, la presidenta Cristina Fernández estará recibiendo una cantidad de votos muy importante de mis compatriotas. Su triunfo será por un gran margen. Siempre fue una mujer inteligente. Quienes la ponían a la sombra de su marido se equivocaron.
 
En un país que hace unos años se incendiaba, la gente cambia radicalmente de humor cuando puede comprarse un automóvil o recibe un subsidio del Estado. Vivir el instante y ser optimista respecto al futuro es común en nuestra época. Pero el instante es para la vida de los Estados algo mínimo, y lo que se vota hoy son justamente las autoridades de un Estado que debe proyectarse hacia adelante.
 
El discurso que tiene la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no impide que en Argentina las rentas financieras no paguen impuestos, o que las compañías mineras saqueen impunemente las riquezas naturales del país sin aportar más que cianuro a los acuíferos, controlando territorio y las nacientes de los ríos, ocupando espacios inmensos del mismo modo que lo hacen otros múltiples consorcios multinacionales. Faltaría hablar de petróleo, de pesca y de muchas otras cosas más.
 
Se sabe que el dinero que paga la modesta y pasajera fiesta argentina, proviene del monocultivo de soja transgénica, que es en sí misma una forma de ver el mundo, una visión globalista que nos otorga una de esas alegrías globalistas que Europa tan bien conoce, sobre todo ahora que está empezando a pagar los platos rotos en serio.
 
Muchos compañeros que creen sinceramente en el proyecto Kirchner, ante argumentos concretos como los anteriores me han respondido: “Estamos juntando poder”. Pues bien, como no soy un irracional y después de todo los considero compañeros, les debo creer. Al menos a los que se preocupan en juntar más poder que dinero. Después de hoy supongo que el gobierno tendrá ese poder. No para expropiaciones ni ese tipo de cosas, sino para poner un tímido porcentaje de impuesto a quienes saquean el país en sus recursos naturales y financieros. Un tímido porcentaje y tendrán todo mi apoyo. “Primero está la patria”, dijo el general Perón, y reconozco que hay una relación de fuerzas desfavorable en una época difícil, pero puedo pedir al menos eso: una demostración mínima y racional de que detrás del discurso latinoamericanista, detrás de ese “guevarismo” meloso que algunos profesan, hay al menos un diez por ciento de cojones para hacer lo que cualquier país normal, digamos incluso liberal, hace con quienes lo saquean. Y al decir saquear, ustedes saben muy bien a qué me refiero: cosas concretas: oro, plata, materiales estratégicos, dinero. Cosas concretas. ¿Será mucho pedir, después de generaciones de sincero y desinteresado sacrificio militante?

 

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