Este artículo sale de la experiencia directa de un servidor, que alarmado por ciertos acontecimientos de actualidad ha decidido plasmarlo para que quede constancia del rumbo que parece tomar el destino de lo que aún podemos denominar Europa.
El texto pretende ser simplemente explicativo, y a pesar de que poseo mis tendencias intentaré mostrar los hechos objetivos sacando conclusiones simplemente al final, es posible que todo lector saque las mismas aunque con matices.
El caso es que recientemente hemos vivido expresiones religiosas de diversos credos y sus respectivos grupos de oposición, en ambas ocasiones el que aquí escribe fue testigo directo de lo ocurrido.
Todo empieza con la visita del Papa a Madrid a la que asistí en actitud pletórica junto a un puñado de jóvenes católicos acompañados de sacerdotes. Los sentimientos quedan apartados de este artículo, simplemente quisiera decir que objetivamente se puede reconocer que la actitud de los congregados fue ejemplar y que en España hacía mucho tiempo que un grupo numeroso de personas, al agruparse, no causaban disturbios. Este dato es crucial para lo que sigue.
La visita del cabeza de la Iglesia católica no dejó impasibles a los radicales anticlericales que no dudaron en salir a la calle y mostrar su insolente disconformidad. Entre insultos y amenazas la policía les propinó algún que otro golpe. La cuestión a destacar es que la manifestación laicista contó con el consentimiento de las autoridades competentes, a pesar de que por esos días dos muchedumbres opuestas campaban por Madrid, y en caso de un enfrentamiento violento el caos destronaría por unos momentos a nuestra familia real.
Pero el consentimiento tenía su lógica, y es que en España las cosas últimamente no van a más, se quedan en insultos y algún porrazo que otro. Se sabía que los jóvenes católicos a pesar de sobrepasar el millón y medio de individuos no sembrarían el caos. También se sabía que los laicistas, a pesar de alguna infiltración radical, no pasarían de alguna exhibición pública de tendencias sexuales no demasiado bien vistas por la santa sede.
Todo salió como se espera en un país de los que todavía se pueden denominar europeos.
El otro acontecimiento a pesar de las similitudes ha padecido un desenlace totalmente distinto. Los protagonistas también son un credo religioso y sus fieles por un lado, y los opositores por otro.
La cuestión es que la comunidad islámica de la localidad catalana de Salt quiere construir otra mezquita, ya que son tantos que parece que no caben en la media docena que ya existen en la zona. Parte del pueblo se opone a dicha construcción y pretende manifestar su opinión públicamente reclamando la presencia de Anglada y su Plataforma por Cataluña. Dicho partido se moviliza para pedir los permisos pertinentes, pero se los deniegan. En pocas palabras, se prohíbe la manifestación de unos ciudadanos que se oponen a la expansión de los centros de culto islámicos en Salt.
Recordemos a los lectores apasionados que una manifestación no implica una prohibición puesto que carece de competencias legislativas. Una manifestación es una muestra pública del desacuerdo de unos ciudadanos con respecto a un tema.
Al final Plataforma decide ir a juicio para reivindicar su derecho a expresarse libremente, juicio al que el que os escribe estas palabras ha asistido. No haré ningún circunloquio para mostrar el patético papel de la fiscalía puesto que al no disponer de armamento jurídico esgrimió todo su bagaje político-ideológico al más puro estilo soviético. Y esto también forma parte de lo objetivo del texto.
Al final y a modo sentencia los jueces deciden mantener la prohibición de que un grupo de ciudadanos se manifiesten en contra de algo. Esto en sí mismo es alarmante, pero a los que ya no tenemos el velo de maya cubriéndonos los ojos ya no nos impacta, forma parte de lo que aún siguen llamando estado de derecho.
Los argumentos son los que aterrorizan. Según la sentencia la prohibición está motivada porque los jóvenes musulmanes están organizados de forma violenta y pueden crear graves altercados en la localidad si se hace esa manifestación.
Esta sentencia nos dice claramente dos cosas:
En primer lugar las autoridades judiciales catalanas reconocen que los jóvenes musulmanes están organizados en torno a una identidad nacional que no es la catalana ni la española, su identidad es el islam y se solidarizan con los suyos. Y no sólo están organizados sino que lo hacen de forma violenta.
En segundo lugar es que ese colectivo al ser violento hace que el estado de derecho quede vulnerado puesto que coacciona a la autoridad para eliminar todo tipo de oposición. Así pues las autoridades judiciales reconocen aquello de “pueblo armado, pueblo respetado.” De ese modo muestran el itinerario a seguir por aquellos colectivos que no quieren oposición pública a sus pretensiones.
Sólo decir que no es este el modelo por el que hemos trabajado en Europa, que el islam cuando se hace fuerte impone su criterio por la violencia, se torna en intolerante y amenaza el curso propio de nuestro carácter.
¿Queremos esto?