El hombre en su largo devenir ha ido tomando consciencia de su condición de ser arrojado en el mundo; es decir, de su situación precaria y trágica. Este vérselas con sus circunstancias genera angustia. La dolorosa y desgarradora existencia humana espera liberarse, sin desgajarse de sí misma, mediante la expresión de su ser más íntimo una vez que ha superado el horror de salir de sí. Para ello son necesarios cauces que manifiesten el ser de las cosas, superando de ese modo la individualidad o mera contingencia humana.
El camino escogido no es otro que el del arte, puesto que con él se logra sacar a la luz de forma plástica la vida superior y el espectador siente en ella la expresión del ser íntimo del cosmos. Es el artista quien con intensa lucha logra extraer la esencia arquetípica de su propia vida y consigue plasmarla en la obra. Mostrando, de ese modo, una realidad de la que él mismo forma parte identificándose plenamente, puesto que se encuentra reproducido en su forma más perfecta. De este modo se concreta la belleza, ya que la esencia se encuentra plenamente expresada.
El arte ha de carecer de finalidad práctica si no quiere caer en la frivolidad. Aunque el arte tiene sentido, el arte contiene íntimamente el ser, y es por ello por lo que es bello. Pero la belleza es siempre propedéutica de la bondad y sobre todo de la verdad, por ello podemos afirmar que el arte es “Splendor Veritatis”, puesto que es el camino y reflejo de la verdad, una verdad que supera las contingencias individuales y muestra el mundo arquetípico. De ese modo el cómo (belleza) muestra el qué (verdad) del mundo sin perder la noción de la auténtica grandeza vital de una obra. Por lo tanto no exageramos si declaramos a la verdad como alma de la belleza.
Así pues, la condición del arte no es quedarse en los accidentes, no consiste en recrearse en lo temporal sino la de mostrar lo eterno. El artista no se estanca en el mundo del hacer sino que llega al ser de forma plena, para aprehenderlo e iluminar la vida de los hombres en ocasiones sombría por carencia de belleza. El artista de ese modo se asemeja al sacerdote.
El alma humana en su infausto caminar con los accidentes del mundo ha de apaciguarse en algún lugar, y sin duda encuentra en la obra de arte el camino adecuado para llegar a ese punto en el que puede reposar en la realidad más elevada de su existencia, y como San Juan podemos decir: “La verdad os hará libres”, porque acalla el griterío cotidiano del deseo.
Lo que hemos expuesto hasta el momento muestra como el arte encaja con la naturaleza humana, puesto que logra integrar en la armonía de la unidad las dos vertientes inseparables de lo humano: la realidad material sometida al accidentalismo accede mediante el ejercicio del alma a lo universal, inmutable y verdadero, y ¿qué es la belleza sino el gimnasio en el que el alma fortalece músculos y tendones? Es así como un alma fornida capaz de aprehender lo absoluto se forja en la fragua de la obra de arte.
El mundo de la filosofía, desde un plano inferior, se ha intentado acercar a la verdad y con ello ha tenido que realizar meditaciones estéticas. Ambas disciplinas han caminado de la mano a lo largo de la historia a pesar de divergencias insalvables y de las limitaciones de la filosofía puesto que su trabajo es a través de conceptos. Con la decadencia racionalista ilustrada que implica una pérdida de sustancia del mundo, la estética intenta recuperar su camino tradicional. Tras la muerte del arte promulgada por Hegel, Schopenhauer vuelve a recuperar su dignidad planteándolo como una de las vías de redención. Para éste si bien la ética es el camino definitivo, la obra de arte es uno temporal. La verdad podría ser captada mediante un proceso intuitivo sin participación de la voluntad, por lo tanto de manera incondicionada, y serían los genios los destinados a trasladar esa comunicación a la obra de arte.
Wagner tomará el testigo schopenhaueriano y planteará la obra de arte total y con ella la recuperación de la visión trascendental del arte. El planteamiento del drama wagneriano es recobrar el camino artístico ya presente en la tragedia griega o en la liturgia religiosa, éste no es otro que el de la eliminación del ego y la elevación a lo universal mediante la constatación de lo trágico. La verdad es dolorosa pero libera.
Heidegger aún llegará más lejos y mirará al arte para fundamentar la filosofía. El filósofo deja de ser aquel capaz de vislumbrar las “ideas” y pasa a ser un puente entre el artista y la guía de un pueblo. Así el filósofo simplemente se hace eco de lo que el artista ha logrado ver.
A pesar del relativismo actual, el arte mantiene su función de contactar con las verdades universales, de presentación del placer trágico de disolver el ego en el mar de la belleza.