“Si los manes eran verdaderamente dioses, sólo lo eran mientras los vivos les honraban con su culto.”
Fustel de Coulanges, La Ciudad Antigua
Me acabo de enterar que en una película titulada “Thor”, dirigida por Kenneth Brannagh, hay un dios nórdico negro. Podría decirse subsahariano, si no fuera geográficamente muy loco decir: dios nórdico subsahariano. El argumento según parece que está basado en un cómic. Hubo por supuesto quejas y pedidos de boicot a la película. Sabemos que eso surte el efecto contrario o en todo caso no influye en nada. Los que iban a ir van, y los que no iban a ir no van.
Por supuesto que nada que pueda surgir de un cómic es un dios, ni negro, ni blanco ni de ningún color, y en todo caso estamos hablando de un mero personaje. Los dioses son algo demasiado serio, aunque haya gente que confunda dioses y cómics. Por supuesto que se tergiversa la historia y la cultura, pero eso es algo de todos los días.
Los fenómenos religiosos existen en tanto la espiritualidad que les dio origen siga vigente en su fondo y en su forma. El paganismo ya no es más que un dato histórico, mientras el espíritu que lo hizo nacer y vivir no se reencuentre con formas auténticas y renovadas. No será el culto a Thor el que haga renacer un sentido pagano de la existencia, de modo que pese a la falta de respeto que es común en estos días, la resurrección de un dios pagano se dará sólo en tanto la actitud y la tensión espiritual de la visión del mundo llamada paganismo pueda renovarse y dar forma a nuevos dioses.
A América los europeos no trajeron sus antiguos dioses. Un solo dios unificó a los hombres más diversos, que de ese modo se tornaron iguales. Así se empobrecieron. El hombre blanco había perdido a sus antiguos dioses y en nombre de un dios único y universal, también quitó los suyos a otros pueblos.
Alguna vez he escrito en este mismo espacio, algo sobre la sabiduría romana respecto del poder y de los dioses. Se puede amar o aborrecer a los romanos, pero no se los puede tildar de fantasiosos o delirantes respecto de la realidad. “Cada uno con sus dioses”, tal parecía ser el apotegma romano. Cada uno con su identidad. Sin embargo, nosotros mismos, en nombre de otra Roma, apostólica y ecuménica, quitamos a otros el derecho a sus dioses. Ahora parece haber llegado la hora de la venganza. Pero eso no hará que nuestros antiguos dioses sean de otros. Solamente pretenden pisotear lo que nosotros mismos hemos dejado en el camino, abandonado para que lo pisoteen.
Los dioses nórdicos, celtas, griegos y romanos, son algunas de las sombras que a veces atávicamente se remueven en nuestros espíritus vacíos. Quizá algunos de nosotros, al ver dioses negros en un cómic –nada más que en un cómic– podamos sentir todavía que esas sombras reclaman no ya el respeto de los otros, sino su antigua vida plena renovada en los propios.
Lo que vivimos no es más que lo que nosotros mismos comenzamos: la conversión en uno solo de todos los dioses, y de todos los dioses en un solo cómic, a la medida del hombre de la posmodernidad.
Demos gracias a “Thor” por remover esas sombras.