Recuerdo que al descubrir los textos de la mal llamada “Nueva Derecha” quedé deslumbrado. No tanto por desconocer todo lo que allí se decía –aunque mucho desconocía, claro–, sino más bien por sentir que algunas personas, todavía eran capaces de salirse de esquemas ya bastante petrificados en cuanto al pensar metapolítico y cultural. Comencé entonces a imprimir todo lo que estaba a mi alcance y a considerar de otro modo autores conocidos y acercarme a algunos que me eran desconocidos.
Había pasado ya más de medio siglo desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y esa poderosa sombra se prolongaba eterna sobre el pensamiento y sobre las consideraciones políticas. Todo terminaba en lo mismo, y es bastante lógico que así fuera, pero había algo más. Era posible algo más, una superación sin negar la historia, sino poniéndola en el lugar exacto donde se encuentra: atrás. Pensadores como Alain de Benoist y Robert Steuckers, entre otros, ya no ataban su pensamiento a unas categorías rígidas que –¿por qué no decirlo?– a esas alturas ya eran cómodas para todos.
Los periodistas, que están justamente para catalogar la realidad y poner las etiquetas adecuadas que sus mandantes indican, se apuraron en propagar los términos “Nueva Derecha” cuando ninguno de los dos resulta satisfactorio. En rigor, no es nuevo el pensamiento, sino el tiempo y el espacio en el que se reformula. Tampoco es de derechas, porque la identidad no es de izquierdas ni de derechas, sino que simplemente: “es”. Es cierto que dicho pensamiento resulta “nuevo” en el aburrido y previsible mundo de las ideas políticas de posguerra, salvo contadas y honrosas excepciones como la de Julius Evola.
Dado que el de la Nueva Derecha no era un pensamiento apto para estúpidos, primitivos, superficiales ni estructuras mentales demasiado rígidas, ya nació con el mote de elitista. Y no es que sea difícil, sino todo lo contrario. Mucho más difícil es asimilar las abstrusas ideologías, por las cuales las personas dicen que todo pasa para que finalmente se demuestre su verdad ideológica.
La nueva derecha fue un viento fresco y una esperanza de resurrección del gran pensamiento europeo identitario (y esa palabra sí parece de novedoso uso a partir de esa corriente). Una dinámica constructiva venía a sacudir la pesada carga del pensamiento totalitario.
Muchos endilgan a la “Nueva Derecha” la falta de una acción política concreta, pero eso es bastante relativo, porque sus ideas influyeron en la forma de presentarse de muchos partidos y formaciones políticas, que aprovecharon sus ideas, aunque no lo digan o directamente lo nieguen. Siempre los pragmáticos tienen cierto complejo de inferioridad respecto a los pensadores, porque en el fondo saben que una parte de sus acciones carecen de una base sólida y terminan no sirviendo para nada. Y a su vez les falta la inteligencia y la humildad para realizar una autocrítica y reconocer la existencia y necesidad de planos que no manejan ni comprenden. Además, la mayoría de la gente es muy terca y aborrece plantearse las cosas desde un punto de vista distinto al que quiere imponer.
La identidad pensándose a sí misma es algo apasionante, y cuando esa tarea deja de hacerse, algo se cristaliza sin remedio. No está mal colocar un concejal o dos en algún pueblo o hacer un acto de cincuenta personas, pero sin pensamiento todo puede convertirse en un esfuerzo inútil o, peor aún, en cosa de ignorantes.
Aunque algunos de los componentes de lo que se dio en llamar la “Nueva Derecha” hayan tomado distintos rumbos y puedan considerarse en posiciones contrapuestas, sigue vigente su llamado de atención sobre la dinámica de la identidad y el pensamiento europeos en el contexto actual. Nosotros –no importa si pocos o muchos– recibimos su legado con nuestras limitaciones, pero también con la pasión que esa obra merece.