Persecuciones religiosas ha habido muchas en la historia. Todas me resultan sumamente desagradables. La espiritualidad de las personas es para mí algo sagrado, y si alguien tiene una creencia que no comparto, trato por todos los medios de respetarla, mientras esa persona me deje el margen razonable que resulta de que él también me respete, ya sea en lo individual como en lo social.
Ahora bien, sabemos que por sus características históricas y culturales, es frecuente que una comunidad tenga ciertas creencias comunes, compartidas. Una forma de ser propia, de la cual la religión suele formar parte, sin ser excluyente de otras pautas culturales afines que permiten la convivencia.
En el imperio romano por ejemplo, existían una multitud de creencias religiosas, algunas de las cuales tenían que ver entre sí y otras no. Eso no impedía el orden del imperio, ni los enfrentamientos con los romanos se producían porque estos quisieran imponer sus dioses.
Cuando los judíos o los germanos se enfrentaban con los romanos, su idea tampoco era imponer sus dioses. Cada pueblo tenía los suyos y cada pueblo defendía lo que consideraba sus derechos con las armas en la mano si era necesario, invocando a sus dioses o a su dios para sí mismos, sin que eso significara de ningún modo una guerra religiosa.
Esa vieja idea de tolerancia, hace que nos llamen mucho la atención algunas noticias que nos llegan desde Egipto sobre la persecución de la minoría cristiana copta, o el empeño de algunos musulmanes por regirse por sus propias leyes religiosas en cualquier parte, con desprecio de las leyes del país en el que viven.
Desde esta misma página he defendido el paganismo como creencia ancestral, elevada y respetable de los pueblos europeos ante el embate de cualquier confesionalismo. También desde aquí quiero señalar que mientras una religión respete a los demás, tiene derecho a ejercerse como parte de los derechos fundamentales de la persona.
Muy difícil resulta creer que los coptos traten de imponer su religión en Egipto, después de tantos siglos de convivencia, y considerando que Egipto es un país mayoritariamente musulmán.
El totalitarismo religioso –como cualquier otro totalitarismo– produce un fuerte menoscabo en la dignidad de las personas y de las comunidades. La exclusión de una persona o de un grupo de personas de un país por motivos religiosos, es algo que no debe hacerse y menos de un modo violento, mientras esa persona o grupo de personas respeten las leyes civiles que la tradición, la voluntad y el sentido común han establecido en un ámbito determinado.
Alguna vez me han dicho que no podía amar a mi patria sin ser primero católico, apostólico y romano. No creo que sea así, y eso no me impide reconocer y respetar esa tradición fuertemente relacionada con este y otros países de Occidente. Eso también es parte de mi historia, de la compleja historia de Occidente.
Mi país es un país de inmigración en el que siempre hubo de todo. A nadie afortunadamente hasta ahora se le ocurrió no respetar las creencias religiosas del otro, ni derogar la ley civil en nombre de una creencia religiosa determinada. Eso no quiere decir que éste sea un país laico, en el sentido de no tener una espiritualidad religiosa o carecer de creencias en ese sentido.
Lo que debemos decidir es si seguimos siendo personas civilizadas que nos conducimos con una elemental prudencia, o si no lo somos.
He oído a amigos muy católicos justificar la Inquisición con argumentos eruditos. Creo más sincero aplicar el propio poder haciéndose responsable uno mismo, aun creyendo que ese poder es sagrado, y no justificar la barbarie totalitaria en nombre de un dios único y excluyente. Sólo habrá un dios en el mundo cuando todos los creyentes en otros dioses hayan sido eliminados. ¿Es eso lo que queremos? ¿Es esa la finalidad de una religión? Si es así, milenios de civilización han pasado en vano.
La libertad creadora del espíritu occidental, es lo que ha dado la gran civilización de Occidente; cuando hayamos perdido eso, habremos perdido todo.