Palabra proscrita. ¡Uy, qué miedo!

Las élites

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 Uno de los grandes misterios que nos reserva la historia, es la formación de una élite. ¿Cuáles son los motivos por los que un grupo de personas se vuelve capaz de comprender, crear y conducir? ¿Cuáles son los factores que aglutinan y unen a un grupo poco numeroso y lo elevan por sobre el conjunto?

Supongo que cada teórico del tema tendrá su teoría, y muchos tratarán de elevar la suya propia a la categoría de dogma. Aún así, nunca se develará lo que en el fondo tiene el proceso de misterio.
 
Muchas personas piensan, especulan, o acumulan poder o dinero, y todos ellos suelen creerse parte de una élite. Tratan de actuar como tal y a menudo consiguen mandar o tienen éxito en términos mundanos. A veces incluso hablan en nombre de todos, de la gente, del pueblo, o incluso de un dios, pero notamos que hay algo que no nos permite definirlos como una verdadera élite. Sus objetivos suelen ser personales, menores, falsos, inmediatos. No tienen cohesión y su formación no es profunda ni se proyecta en el tiempo en orden a un objetivo importante. Eso se nota en la acción, en los gestos, en la actitud.
 
Salvo excepciones, sólo la élite sabe que lo es. Las masas tienen una idea abstracta sobre qué es y qué significa una élite. Cuando existe un pueblo orgánicamente conformado, la élite se vuelve algo más natural, y en ocasiones, todo un pueblo puede convertirse en élite, como ocurrió en Esparta o en la primera Roma.
 
Si bien en la formación de una élite hay una transmisión, no por eso tiene que ser estrictamente hereditaria, puede ser más amplia en su modo de selección. Porque lo más importante es siempre lo invisible: el espíritu y la voluntad. Eso que hace ir a un grupo en dirección ascendente.
 
Si los componentes de una élite son los únicos que pueden reconocerse a sí mismos, debemos colegir que sus potenciales miembros sufren un amargo destino mientras no puedan conformarse como élite, porque se encontrarán de ese modo solos y sin objeto, asediados por la mediocridad general que no necesita élites, sino todo lo contrario.
 
Si como ocurre en pocos casos la élite logra conformarse con los mejores, cumplirá el más alto de sus objetivos: conservar y defender los valores espirituales y materiales de una cultura. Hoy en día no hay nada más transformador que eso: conservar lo valioso, ser revolucionariamente conservador, algo que en principio sólo una élite puede hacer.

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