Muchas veces he pensado y repensado por qué no podemos ver detrás de una lucha política, a veces ocasional, la ancha base de la cultura. Por ese motivo, por taparme el árbol el bosque, por haber sido tan limitado en mi pensamiento, me he perdido muchas cosas buenas durante bastante tiempo. Por ejemplo, haber leído a Borges mucho antes ¡Que estúpido!... y qué bruto, además. Estaba condicionado por mis luchas políticas, de las que no me arrepiento y que sigo considerando justas, pero sí lamento que, a causa de ellas, me limitara intelectual y espiritualmente en el pasado.
¡Qué paradoja! Limitar las posibilidades culturales de una persona para vencer políticamente —y, encima, tampoco haber vencido. Ahora veo las cosas de manera muy distinta. Hay mediocres en todos lados, y desconfío de aquellos que se proclaman ultra ortodoxos. Es que el verdadero ortodoxo es aquel que trata de dinamizar y elevar su idea para que continúe viviendo de ella lo sustancial.
Cuántas veces nos terminamos dando cuenta de que varios de los que están en nuestro campo son mucho, pero mucho más brutos que los que están en frente. Las etiquetas nos han jodido mucho, pero no nos resistimos a ellas. Y luego nos convertimos para siempre en la etiqueta. En mi caso, la etiqueta implicaba no leer a Borges. Estaba mal visto que un militante peronista leyera a Borges. Y yo era un militante peronista en aquel entonces. Ahora me sigo considerando peronista y leo a Borges todo lo que puedo para recuperar el tiempo perdido.
Decidí entonces aguantarme la soledad porque las cosas no cambian fácilmente y hay gente que se mantiene fiel a su ignorancia. Pareciera que cada uno debe ser lo que dice su manual, que puede ser más o menos pobre, pero nunca podrá agotar las posibilidades del alma humana.
En general, el objetivo de una ideología suele ser: prohibir todos los manuales… menos el propio, o convencer de que sólo ése es el que sirve. Por tal motivo los acólitos de una ideología suelen autocensurarse culturalmente de inmediato. Eso pasa si no se ha llegado a comprender que el arte y la cultura son productos del alma humana y soplan cuando quieren, muchas veces pese a la ideología restrictiva de un autor.
Es que los sueños ideológicos pueden confundir a los hombres, identificando su lucha política con las posibilidades totales del espíritu humano. Sabemos que eso no es así, pero de algún modo lo aceptamos.
No podemos entrar a considerar aquí qué es arte y qué no lo es, qué es bello y qué no lo es, algo que ya muchos eruditos han intentado, pero podemos decir que el sufrimiento humano atraviesa las barreras políticas, y aún en medio de la ideología más opresiva un hombre puede filtrar su espiritualidad y expresarla.
Los comunistas sufren y los nazis lloran y se enamoran. Hay judíos que escriben como Kafka. Ninguna ideología podrá evitarlo.
Hoy creo que Borges no era la “antipatria”, sino un patriota equivocado y un genial escritor. Y que Perón era un líder incomparable al que yo seguiría otra vez, pero, como es lógico, no tenía la cultura de Borges. Es que no necesitaban ambos de las mismas virtudes.
Se me hace que Franco, habiendo salvado a España del terror rojo, no tenía una idea muy clara en cuestiones culturales, más allá de lo que debía, a su juicio, ser prohibido por atentar contra “la moral y las buenas costumbres”. Todos tenemos nuestras limitaciones.
No seamos necios: que no nos pase lo que me pasó una vez a mí y que no quiero que me pase más. Si la política es el arte de lo posible, la cultura es el arte de lo espiritualmente inevitable. Aún en el más espantoso edificio ideológico se filtra un rayo de luz para transmitir lo que está antes y después de las ideologías eso que las sociedades tradicionales consideraban sagrado, inmortal y valioso, y cuya captación y representación conforman la cultura y el arte, eso que de a ratos hace más o menos soportable la tragedia humana.