A los buenistas y pacifistas no les va a gustar nada…

¿Por qué ya casi no hay ni poetas ni guerreros?

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A los niños de fuego y de ceniza
A las ciudades arrasadas desde el aire

La poesía y la guerra nacieron juntas. Cuando el hombre tantea la muerte, siente indefectiblemente la necesidad de vincularse a algo más elevado que él mismo, superándola. Los pueblos indoeuropeos nos han dejado extensos testimonios de ese intento. El Bhagavad Gita, la Ilíada, las Sagas, el Ciclo del Grial, los Cantares de Gesta. Todo forma parte de un intento de superación de la muerte mediante símbolos estéticos, que son también símbolos sagrados.
 
En el instante extremo del combate es muy poco lo que puede considerarse esencial. Los antepasados y los dioses se convierten entonces en parte del guerrero. Viven ya en un mismo mundo, definitivamente, aunque el guerrero se mantenga todavía con vida.
 
Por eso van juntas la poesía y la guerra, porque los valores del último instante son de algún modo absolutos, y porque la muerte material debe ser superada por un alma inmortal que se lo ha ganado en la batalla.
 
No hay nada más poético que la muerte de un guerrero. Esa muerte implica un cambio en el universo mismo, en la sucesión de la sangre, en la comunidad que lo ha engendrado y seguramente también en los mundos invisibles donde viven los guerreros que lo han precedido.
 
No hay guerra sin poesía. La muerte convierte al caído, ipso facto, en un superhombre. No importa que un poeta no cante esa muerte en particular. Podría decirse que no hay muertes particulares cuando se ha ingresado como ciudadano en esa república aristocrática de la muerte con honor.
 
Existe, sin duda, una gloria común a todos los leales. Y dos veces benditos son los que además de pelear sinceramente, lo hacen por una causa justa. Los sinceramente equivocados tendrán también su paraíso, pero los sinceros de justas causas se elevarán sin duda a la categoría de semidioses.
 
En la entrega de la sangre está seguramente la estética absoluta de un espíritu poético, porque la sensibilidad del poeta y del guerrero son similares. Sólo es diferente su forma de atravesar la realidad, en un viaje hacia una realidad superior y pura, luminosa y fatal. Sobrehumana, en el sentido nietzscheano.
 
A medida que la edad oscura avanza, resulta más extraño encontrar una expresión o una acción heroica. Ya casi no hay poetas ni guerreros. Se han convertido en parte de una realidad extemporánea. Los hombres de esta época se mueren de forma intrascendente.
 
La degradación torna difícil la poesía, que desaparece como va desapareciendo la guerra en el sentido antiguo. Muy pocos hombres comprenden hoy el sentido primordial y sagrado de la poesía y de la guerra.
 
Algún día, pasados milenios de milenios, ese sentido sacro de las cosas volverá, para expresarse nuevamente en su real dimensión. Mientras tanto, siempre hay un pequeño espacio y un breve instante donde la estética y el pensamiento atraviesan la oscuridad. Es un punto a veces mínimo, pero a través de él podemos atravesar la eternidad, como nuestras abuelas enhebraban el hilo de coser en una aguja.

 

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