Nadie dará las gracias a la derecha por camuflar su nombre. Tampoco Gallardón, que vive precisamente de ser “el verso suelto”, o sea, lo que no parece derecha dentro de la derecha que no lo parece. Pero todo esto son cuestiones menores, fulanismos de casino. Aquí lo que hay que saber es qué nos propone exactamente la derecha oficial, es decir, el PP. Nos gustaría encontrar en ella un referente de principios, de convicciones, a la altura de una situación crítica como la presente. No hallamos tal cosa. Lo único que vemos es una firme defensa del orden y la ley. Pero ¿y si la ley es injusta?
El discurso de la defensa de la ley y el orden –en nuestro caso, de la Constitución- está muy bien y es muy fácilmente comprensible, pero tiene un límite: ese punto en el que la ley y el orden –léase la Constitución- ya no significan estrictamente nada. Imaginemos, por ejemplo, algo tan verosímil como lo siguiente: el Tribunal Constitucional decide que el nuevo estatuto de Cataluña encaja dentro de la carta magna. Veremos así que pasa a convertirse en ley una norma muy obviamente ajena a la unidad nacional de España, un texto cuya incompatibilidad con la Constitución ha sido puesta de relieve por voces tan distintas como el Defensor del Pueblo y el propio promotor de la iniciativa, el president Maragall. Y bien, ¿qué hacer entonces? ¿Defenderemos el Estatut porque es ley, porque es orden? Aplíquese el mismo razonamiento a cosas como el aborto, por poner otro ejemplo obvio. Hay una ley restrictiva que se incumple sistemáticamente –salvo en Navarra, por ahora- y una realidad que es esta otra: en España se aborta a entrepierna libre con la inhibición cómplice de las instituciones. En ese contexto, ¿qué significa el discurso de la defensa de la ley y del orden sino la defensa del statu quo –de un statu quo escandalosamente injusto, por irracional?
La ley y el orden ya no son valores en sí. Eso lo podía pensar la vieja derecha, pero hace tiempo que todo ha cambiado. Hoy ya no es posible decir, como Goethe, “prefiero la injusticia al desorden”, porque el orden actual es profundamente injusto. La ley y el orden son valores positivos en la medida en que representan conceptos filosóficos acerca de la justicia y del bien común. Son esos conceptos los que dan sentido a la ley, que es una codificación, y al orden, que es una praxis de organización pública. Si la ley es injusta o falsa, entonces no merece ser defendida, sino cambiada. Si el orden es en realidad una forma de desorden, entonces no merece ser sostenido, sino reemplazado. Sobre la base de esos conceptos filosóficos –cómo entendemos el bien, la verdad, la justicia, la belleza- se construyen visiones del mundo, valga el término ideologías, y éstas, en la cultura moderna, se expresan a través de escuelas, corrientes de opinión, partidos políticos…
Los partidos ya no pueden ser hoy lo que fueron hace medio siglo o cien años, es decir, faros de la vida colectiva, pero siguen siendo las plataformas en torno a las cuales se agrupan los individuos según sus principios y convicciones. No son simples depósitos de voto a los que se confía una gestión “neutra” de un aparato técnico –el Estado. Eso es lo que le gustaría a mucha gente en la derecha, porque es más cómodo, pero es una ficción. Si los partidos no tienen ideas detrás, nada justifica su monopolio de la vida pública. Un partido tiene que ser capaz de expresar un cierto abanico de principios, más allá de la mera conservación institucional. Por puro sentido de la supervivencia, todos hemos aceptado que eso se module en tono bajo, suave, sin estridencias: ni el partido monopoliza los principios que defiende, ni la pugna entre partidos puede convertirse en una escenificación perpetua de la guerra civil. Pero la relajación en las formas no puede significar la extinción de las ideas de fondo. Cuando eso ocurre, todo el sistema político cae en el descrédito y no se recupera hasta que alguien es capaz de volver a formular principios. No es otra cosa lo que acabamos de ver en Francia, sean cuales fueren los recelos que inspira Sarkozy.
¿Cuáles son los principios que defiende y proclama el Partido Popular? Realmente me gustaría saberlo. Los que afirma públicamente no son insignificantes, pero sí son irrelevantes: la Constitución, la libertad, la democracia, la economía de mercado… todas esas cosas ya las defienden los demás o se dan por supuestas. Y las que son relevantes y significativas, porque sólo las defiende el Partido Popular, apenas las afirma públicamente: el humanismo cristiano –una fórmula no muy satisfactoria, por cierto-, la unidad nacional de España, etc. Es verdad que ninguna otra fuerza política importante está defendiendo en España la unidad nacional, el derecho a la vida, la familia tradicional y la libertad de educación, por ejemplo. Pero es igualmente cierto que en el Partido Popular hay voces muy ambiguas sobre lo que pueda significar exactamente “unidad nacional”, que el PP gobierna en comunidades –véase Madrid- donde se aborta sin la menor traba, que los gobiernos del PP no han tomado la menor medida eficaz para proteger a la familia y que sus conquistas en materia de educación son modestas por no decir paupérrimas. ¿Qué es, pues, lo que el PP nos quiere vender?
Allá ellos: después de todo, ellos son los profesionales. Pero no estará de más que escuchen lo que a algunos, quizá sólo cuatro locos, quizás una multitud, nos gustaría que defendiera el PP. Nos gustaría oír que el PP está dispuesto a defender la unidad de España, por ejemplo, reformando la Constitución para que exprese con claridad plena que la nación es una e indisoluble, y para que se señalen las competencias exclusivas del Estado. Nos gustaría oír que el PP va a defender el derecho a la vida actuando ya, allá donde gobierna, contra las cínicas abortistas que han convertido en una parodia la ley vigente, y proponiendo que esa ley sea cambiada por otra verdaderamente eficaz. Nos gustaría oír que el PP va a apoyar a las familias –y no sólo a los empresarios que contraten a mujeres- ayudando materialmente a las madres que se quedan en casa con sus hijos, como se hace en otros países europeos, y flexibilizando horarios laborales. Nos gustaría oír que el PP va a garantizar la libertad de ejercer el derecho a la educación implantando el cheque escolar, que permitirá a las familias gestionar de manera autónoma la educación de sus hijos. Y hablando de educación, también nos gustaría oír que el PP, allá donde gobierna, va a implantar asignaturas de construcción de la identidad nacional española, especialmente en materia de historia y cultura, para ver si así invertimos el galopante proceso de desmantelamiento que hoy padecemos. Y eso, para empezar.
Estas no tendrían por qué ser cosas exclusivas de la derecha. Pero el hecho es que hoy, en España, sólo la derecha está en condiciones de ponerse a ello. Mejor dicho: son las cosas que tendría que hacer la derecha que necesitamos. Porque el discurso de la ley y el orden ya no es suficiente. Ya no.