Si bien todos los hombres y los libros algún día llegarán a su olvido, siempre estarán los escritores que participaron a través de la cultura de algo sagrado y superior, y los otros, los que sirven para hacer al hombre más miserable y para revolcarse cada día en su acendrada miserabilidad en nombre de la cultura del sistema que los mantiene y los difunde.
“Siempre les he dicho a mis estudiantes […] que no lean críticas, que lean directamente los libros; entenderán poco, quizá, pero siempre gozarán y estarán oyendo la voz de alguien.”
Jorge Luis Borges
En Buenos Aires finalizó hace poco la que dicen es la mayor Feria del libro del mundo en español. Concurren a ella más de un millón de personas. Sin embargo eso no acrecienta nuestra cultura, sino al contrario, la convierte en un inmenso circo al que concurren quienes no leen en absoluto, o leen libros insoportablemente superficiales, o van a ver a esas personas que son una mezcla de muchas cosas de moda y escriben un libro porque salen en televisión.
Esa Feria no fue tan así en su origen, pero al parecer todo se degrada a medida que “progresamos”. Ese cruel espectáculo es el que me inspiró las siguientes reflexiones.
Cuando en ciertos “ambientes culturales” se habla de escritores y de literatura, se hace referencia a personas que se conceden entre sí atributos literarios y culturales que pocas veces tienen. Se trata de algo como una secta, en la cual se pueden profesar ideas dentro de unos límites considerados “políticamente correctos” por parte de esos mismos “ambientes culturales”, que responden siempre a los inquisidores del sistema, que son los que manejan y monitorean lo que ellos mismos llaman “la cultura”.
Se fingen algunas peleas y desencuentros, y cada uno de los participantes del juego se ubica a más la derecha o más a la izquierda, según le convenga y le resulte cómodo, sabiendo que absolutamente todos, en última instancia, dirán más o menos lo mismo respecto a ciertos temas, para terminar insultando a coro algo que llamarán genéricamente “el fascismo”, y que querrá decir más o menos “la maldad”, sin demasiadas explicaciones posteriores, aunque el fenómeno histórico “fascismo” lleve ya más de medio siglo sin ejercer ningún poder, completamente enterrado en su derrota militar.
Los iniciados de este extraño esoterismo cultural son denominados habitualmente “críticos”, y están habilitados para dar a un escritor la categoría de tal, según sus particulares criterios ideológicos. Luego, el nuevo descubrimiento literario se difunde por los medios habituales, promocionando al nuevo acólito bendecido.
Cada tanto esos circuitos promueven algún autor “rebelde”, para que los ultra progresistas pseudo intelectuales atentos, vean cuán democráticos y amplios pueden llegar a ser los dueños de la pelota. Eligen para ese fin a alguien lo suficientemente patético como para resultar inofensivo.
A veces, en un rapto de audacia, hasta descubren un escritor que murió en la pobreza y el olvido, y que ellos mismos marginaron cuando se encontraba con vida. Se apropian de él y lo interpretan como les parezca necesario en orden a sus propios fines y necesidades, ya que el pobre hombre no podrá responder. Así le explican al mundo lo que en realidad quiso decir antes de abandonar para siempre el ostracismo en el cual vivía.
Pero algunos consideran más digno el olvido de los hombres que el olvido de los dioses, y escriben pese a todo guiados por sus propios valores. Sus textos forman parte de un circuito superior, donde el título de escritor lo otorga la silenciosa lectura y la profunda comprensión de las palabras. Así se realiza el destino de los grandes escritores, los que resisten el paso del tiempo, porque expresaron algo superior de un modo igualmente superior, algo que no puede estar escindido de una visión del mundo, se considere o no políticamente correcta.
Los efímeros lectores y autores del sistema no conocen otra cosa que los miserables circuitos literarios a su medida. Ellos necesitan que no surja la verdad y para eso trabajan cada día, a veces a conciencia y bien pagados, otras veces ni siquiera eso.
Nuestro espíritu crítico es el que mantendrá vivos para la eternidad a los autores de esa literatura, a los que no necesitan de los circuitos literarios.
Y si bien todos los hombres y los libros algún día llegarán a su olvido, siempre estarán los que participaron a través de la cultura de algo sagrado y superior, y los otros, los que sirven para hacer al hombre más miserable y para revolcarse cada día en su acendrada miserabilidad en nombre de la cultura del sistema que los mantiene y los difunde.