Los que estamos lejos, tenemos respecto de Europa algo así como la fe del converso, que puede ser más fuerte que la de los que se encuentran en el núcleo territorial original. Me gusta eso de tener que mantener a puro espíritu, la conciencia de la gran Europa perdida, de la cual sus territorios ultramarinos siempre formaron parte culturalmente, aunque hoy con plena independencia política. Lamentablemente, esa independencia se ha convertido también en alejamiento.
Sabemos que la ecúmene cultural europea está partida en mil pedazos y hundiéndose en la noche más oscura.
No es necesario decir que ser judío todavía significa algo, no sé si religiosamente, aunque es obvio que hay judíos practicantes–, pero sí desde el punto de vista político y cultural. Ni que decir que ser musulmán también significa algo, aunque ese universo tiende a presentarse como más homogéneo de lo que debe ser en realidad. Ser de origen incaico está significando cada vez más en Sudamérica, y la negritud, hace mucho que fue descubierta y ha tenido sus negros consecuentes, como un Malcom X, por ejemplo.
La ecúmene europea, nuestro Occidente, que tanto se ha mencionado como sinónimo de capitalismo, ya no puede –a causa de esa identificación– significar nada, salvo que Occidente equivale a mercado.
Podemos remontarnos a Grecia, a Roma, a la Cristiandad medieval, al Renacimiento, podemos convenir en que ése ha sido el gran camino histórico de Occidente. Pero los herederos políticos, filosóficos e intelectuales de cada uno de esos aspectos de la historia de Occidente están reñidos entre sí, al punto de neutralizarse completamente.
Los que rescatan la espiritualidad pagana son pronto asediados por un catolicismo inquisitorial, siendo que la fe, según dicen, es un don de Dios. Los paganos de opereta, lejos de reconstruir una concepción espiritual pagana desde su base, se conforman a menudo con patéticas ceremonias y con echarle al cristianismo la culpa de todos los males de Occidente, incluida su decadencia. Los adalides del humanismo renacentista pondrán a sus hombres como los campeones de la resurrección después de una edad oscura.
Sin embargo, mal que nos pese, Occidente es todo eso. Y por encima de las contradicciones, debe ser todo eso, porque eso es lo que ha sido. Y hay un solo modo de que lo vuelva a ser: respeto. Respeto entre todos nosotros, los que pese a las contradicciones, participamos de una misma cultura, que está siendo despedazada por su propia debilidad interna, por su acendrado materialismo y su individualismo. Algo con lo que Occidente no nació.
Permanecerán en pie, los pueblos que mantengan vivo algo más allá del materialismo y la pleitesía al reinado universal del dinero. Para empezar a hacer algo concreto en ese sentido, podemos mostrar más respeto por todos los que, entre nosotros, conservan algo más que esa pleitesía monetaria, que no son muchos. Debemos ser muy cuidadosos en ese sentido. No olvidemos que como bien lo señalara Carl Schmitt, la política se define cuando se elige el enemigo.