A propósito de la gripe porcina y sus miedos

Y la peste llegó

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Pandemia podría ser el título taquillero de una película de ciencia ficción. Pero no, es la realidad. Aunque al parecer, las personas piensan que todo se soluciona con una mascarilla. Usaremos pues una mascarilla –si lo conseguimos porque se han agotado– y en unos cuantos días todo volverá a la normalidad.

Algunos morirán de gripe pandémica, pero como en los accidentes de tráfico, dará la sensación, al ver la noticia por la televisión, que siempre serán otros, que jamás nos tocará a nosotros.

El miedo es una sana costumbre de la conciencia, pero si uno no tiene precisamente eso: conciencia, muy bien se puede pasar sin pensar en él.

Pero ser inconsciente no es ser valiente, sino no querer saber, anular una parte del pensamiento, y encauzarlo hacia el porcentaje favorable de nuestras posibilidades de sobrevivir, sin razonar.
 
Nos convencemos de que estaremos incluidos siempre en el porcentaje salvado, intocable, sin interesarnos por nada más. Eso rige para la pandemia porcina como para cualquier otra, para los accidentes de tráfico, para la crisis financiera, para los accidentes nucleares, para las radiaciones producidas por todos nuestros aparatos electrónicos, para las consecuencias de los agroquímicos, de los transgénicos, del terrorismo, para el calentamiento global, y para todo lo que genera los riesgos de vivir en una sociedad como ésa en la que vivimos.
 
He pensado muchas veces que, después de todo, la ciencia ficción no ha servido como alerta temprana contra los hechos que han sido motivo de sus sus temas. De eso no tienen la culpa los grandes autores del género, pero el caso es que se ha banalizado todo hasta hacerlo formar parte de la normalidad.
 
Pandemia es un título que se irá un día de las pantallas como ha venido, con sus muertos y sus mascarillas. Habrá ganadores (en especial económicos) y perdedores (en especial los muertos que pronto serán olvidados). Vendrán otros miedos y todo volverá a funcionar del mismo modo.
 
Habrá que acostumbrarse y seguir la inconsciencia de la mayoría, que después de todo eso parece ser nuestra democracia, y continuar jugando el macabro juego de la ciencia ficción realizada, con sus millones de jugadores lobotomizados, esperando a ver cuántos son los que se salvan al final de cada partida.
 
Seguramente el grupito que hace las reglas se salvará. Al fin y al cabo, para eso es el progreso.

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