¿Qué fue, en qué consistió el fenómeno social y político del peronismo, ese extraordinario movimiento popular y populista, encabezado por el último gran caudillo del siglo XX? ¿Cómo entenderlo en lo que tuvo de más profundo… y que hoy ya no tiene, por más que la marca "peronista", usada y envilecida por tirios y troyanos, conserve aún considerable predicamento? Tales son las preguntas a las que responde Juan Pablo Vitali, nuestro colaborador y corresponsal en la Argentina.
Sólo sobre la base de un contexto cultural determinado cabe entender los grandes fenómenos políticos —tanto en sí mismos como en lo relativo a las razones que nos llevan a rechazarlos o a identificarnos con ellos. Así sucede, por supuesto, con el peronismo.
¿Cuál fue la base cultural, el contexto de ideas, sentimientos y anhelos, en el que surgió ese fenómeno, frente al cual nadie queda indiferente, y que se llama “el peronismo”? La Argentina era en aquel entonces una nacionalidad fuerte, no en el sentido jacobino, sino en el sentido comunitario, orgánico, de resistencia de la tierra a perder su destino. Lo anglosajón, lo progresista, lo internacionalista, lo anarquista… resultaba incomprensible para una identidad que recordaba todavía a los grandes caudillos de una tierra levantisca, que incorporaría, además, a los millones de europeos recién llegados como sólo puede lograrlo una nacionalidad fuerte del mismo origen.
Los inmigrantes eran en su mayoría españoles e italianos. A poco de andar ya fueron criollos: de tango, de milonga, de espacios abiertos, de cuchillo, de anárquica nostalgia levantisca. Anarquistas de derechas, soñadores de justicia.
La tierra todavía era fuerte y buscaba redimirse, quería su propia justicia y su caudillo en lugar del orden y el progreso que la oligarquía portuaria, ligada al proyecto de dependencia agro-exportador le imponía. Era otra democracia la que se venía: simple, directa, paternalista, populista, social, orgánica, de amor a un liderazgo que encarnaba la justicia de la tierra, la síntesis de su espíritu.
En el año 1947, Perón lanza al mundo su Tercera Posición.
Tercera Posición, Comunidad Organizada, ni marxismo ni demo-liberalismo. Tampoco nacionalismo jacobino, sino patriotismo y continentalismo. Democracia social orgánica, organizaciones libres del pueblo, trasformación según una identidad cultural inclusiva pero clara; un nuevo modelo sindical, propio, original, fuerte. Y tres banderas: soberanía política, independencia económica, justicia social. Todo en la soledad del nuevo reparto del mundo.
Un hombre más allá del presente, un estratega, no un político en el sentido actual. Admirador de Licurgo, de Plutarco, de Alejandro, de Klausewitz. Un criollo en el amplio sentido del término: el que se identifica con una actitud, con un espíritu, con una forma de actuar y de ver el mundo.
Los militares habían tomado el poder en un rapto de elemental nacionalismo en 1943, pero no tenían una idea clara de hacia dónde se dirigían en un mundo recién repartido. Solamente algo providencial podía darle una dirección a la situación, y ese algo fue un hombre que se había preparado para la conducción desde muy joven.
Perón fue lo que quedaba del criollo, del hombre de la tierra, en una revolución tardía que iba contra el sentido del mundo. Él lo sabía, porque su trabajo era estudiar la relación de fuerzas, la estrategia, las posibilidades fácticas, la conducción de conjunto, el contexto estratégico. Sin nostalgia ni copiando sistemas, procedió a llegar lo más lejos posible.
Evita murió muy joven, como corresponde a los amados de los dioses. Perón se quedó solo, con el comunismo, con el capitalismo, con la concentración de poderes que manejan el mundo, y que en el Sur solíamos llamar Sinarquía. Era muy poco para enfrentarse al mundo entero, y el enemigo lo sabía.
Las izquierdas y las derechas que representan el sentido político del mundo, lo desgastaban. Él buscaba aliados, alternativas, en la dimensión total de Sudamérica, en Europa. Pero la izquierda y la derecha querían el mismo orden de siempre, y la revolución se fue quedando sola.
El gobierno cayó, sin que se ahorraran las crueldades que registra la historia, bombardeo de civiles, prohibición de nombrar a Perón y al peronismo por decreto (es extraño prohibir una palabra por decreto) la profanación del cadáver de Evita, bombardeos navales, fusilamientos, en fin…, todo el sentido del mundo.
A nosotros nos inculcaban desde niños: ni yankis ni marxistas, superación de las doctrinas materialistas. Un puñado lo entendió y fue leal hasta el final. Ésos son los nombres que se han perdido para siempre, porque no los nombró ningún libro marxista ni ningún libro capitalista. Ellos son los verdaderos peronistas, que no eran tantos, aunque después se ganaran las elecciones, que son anónimas y no conllevan ningún compromiso para el elector.
Argentina es una tierra que da algunos genios de vez en cuando para justificar su absoluta pérdida de dimensión social. Fue cómodo sentir que la identidad era Perón, que todo descansaba sobre Perón, que él era la síntesis en porcentajes perfectos de todo lo que queríamos ser. Eso que ya no somos, y que sabíamos que no íbamos a poder ser por nosotros mismos.
Volvió en 1972, bajo una lluvia de balas que también fue tergiversada, aunque no para mí, porque recuerdo cada detalle de lo que viví ese día con mis padres, con mis abuelos, con los millones de personas que se congregaron allí, y que nos enteramos de que ya no era suficiente el liderazgo, ni el pueblo, ni las lealtades, y que todo resultaba insuficiente para enfrentar las fuerzas exterminadoras del progreso, para las que Perón no era confiable.
Algunos murieron para que Castro exportara la revolución por orden de la inexistente URSS, murieron también porque los oligopolios capitalistas necesitaban esa dialéctica para debilitar proyectos como el de Perón. Murieron por izquierda o por derecha, injustamente, pero profundamente equivocados.
El verdadero peronismo nunca mató a nadie, porque su sentido era otro. No porque no quisiera pelear, sino porque su jefe, que se definía a sí mismo como un león herbívoro, tenía por oficio el de estratega, y sabía que una cosa es resistir, y otra morir y matar contra el sentido del mundo, con una relación de fuerzas poco menos que suicida, derramando sangre inútilmente. Por eso él mismo decía que entre el tiempo y la sangre, prefería el tiempo. Si la mayoría de los revolucionarios no fueran funcionales al sistema, comprenderían el punto de vista de Perón.
Se sabe que la historia la escriben los que ganan. Por eso hoy nadie entiende qué fue el peronismo, aunque quedó por escrito en sus libros y está el testimonio de la obra de gobierno y la trayectoria política de varias décadas.
Ahora, los ex marxistas y los ex antimarxistas escriben juntos una sola historia para explicar a Perón y al peronismo: la que se escribe del modo que Orwell puso por escrito en su novela 1984.
Perón fue un inmenso estratega que encarnó una identidad y sus contradicciones, manteniendo unido un movimiento que se basó en la relación directa de un pueblo con un líder.
Perón ya no se estudia ni se recuerda, su figura no aparece jamás en los medios de comunicación. De Evita perduran dos imágenes falsas, la de precursora del Che Guevara, y la de Hollywood. Es coherente, es lo que impone el sentido del mundo.
El Teniente General tuvo que echar estrepitosamente de la Plaza de Mayo a los Montoneros, y los otros, del otro lado de la dialéctica, disfrutaban de la infiltración izquierdista, porque pensaban convertirse en los salvadores de una civilización occidental y cristiana que apestaba a capitalismo transnacional. El viejo Perón estaba tan solo como siempre.
Lo que hoy se quiere llamar peronismo ya no tiene nada que ver con el hecho histórico nacional, popular, orgánico, protagonizado por una identidad cultural fuerte e inclusiva, con un espíritu, con una mística, con una lealtad, con algo digno de interés para quienes todavía disientan con el sentido del mundo. Lo de hoy puede llamarse de cualquier modo, pero sólo representa en el mejor de los casos el vacío, o en el peor, una tragicomedia de mal gusto.