Evocando lo que fue una gran ciudad de nuestra América

Buenos Aires: aires malos

Este texto se refiere a una ciudad determinada, pero podría referirse casi a cualquier ciudad de nuestra estirpe. Mucho han tenido en común esas ciudades, en sus mejores días; también lo tendrán, durante su larga agonía.

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Este texto se refiere a una ciudad determinada, pero podría referirse casi a cualquier ciudad de nuestra estirpe. Mucho han tenido en común esas ciudades, en sus mejores días; también lo tendrán, durante su larga agonía.

Esta ciudad, que fue hospitalaria con el exilio de los hombres, es hoy una ciudad de sombras. Poco queda de ella, detrás del vacío que avanza devorándola, y del agua, bajo la cual dejará pronto de existir. Arrasados sus frentes, las casas esperan ser demolidas, y ya sin memoria de su antiguo espíritu, esperan el inminente final.
 
En ciertos rincones todavía puede respirarse el aire antiguo. Pero una horda nos destruye, y debemos replegarnos a los pocos sitios que todavía quedan en pie; porque la destrucción es el único rito de la religión vigente.
 
Las calles presentan un aspecto dantesco, con gente durmiendo en las plazas o bajo los puentes de las autopistas. Cada tanto todo se inunda de agua e inmundicias, y las personas caminan sin rumbo por el medio de las calles anegadas.
 
En ocasiones las hordas salen a la calle con alguna burda excusa. Pero detrás de todo lo que hacen está la decadencia y la devastación.
 
Las tumbas de príncipes, de sabios, de marinos, de caudillos, de poetas, de pintores oscurecen sus mármoles, que una vez fueron claros. Y si bien es sabido que nunca hubo un imperio en estas costas, tampoco es justo que los cuerpos de quienes llegaron buscando dignidad sufran esta última falta de respeto.
 
Ellos, que hicieron de esta ciudad un lugar mágico, quieren huir ahora del deshonor, y temen dentro de sus tumbas por el destino del sitio que tanto amaron, en su definitivo exilio.
 
Quizá nosotros debiéramos también partir de esta ciudad maldita, porque sus pérfidas criaturas odian y persiguen la nobleza, el honor y la belleza.
 
Ya no hay nada aquí que nos retenga. Quizá, debiéramos proteger nuestros ojos grises, y detrás de los vidrios del pasado rehacer los navíos que nos trajeron un día, para abordarlos hacia la última migración, la que nos llevará al nevado mundo de las cumbres, del cual partimos hace milenios.

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