Nuestros vecinos del Oeste son injustamente grandes desconocidos. Arrinconados como estuvieron durante siglos contra el Atlántico, supieron hacer de necesidad virtud y se lanzaron a la conquista de su espacio histórico abriendo nuevamente rutas marítimas olvidadas, surcadas siglos atrás por los normandos. Sólo que, a diferencia de éstos, cuyo afán principal era la caza de botín, los portugueses fueron impulsores de comercio y civilización.
Gracias al empuje y a la perspectiva de sus próceres (simbolizados en la Escuela de Sagres, fundada por el infante don Enrique el Navegante), lograron circunnavegar el África y acabar con el monopolio veneciano de la ruta de las especias. También se lanzaron, en porfía con España, a la conquista de un imperio en ultramar y el que lograron formar extendió la dulce lengua de Camoens prácticamente por los cinco continentes. La Hesperia de los Antiguos transgredió, pues, con fortuna el mítico límite impuesto por Heracles con sus célebres columnas.
Portugal nació como una escisión del Reino de Castilla en el siglo XII. Al morir en 1109, el rey don Alfonso VI el Bravo no había dejado de sus cinco matrimonios y varias relaciones extra-matrimoniales más que hijas (habiéndole premuerto su único hijo varón Sancho en la batalla de Uclés contra los almorávides). Le sucedió su hija Urraca (habida de su segunda mujer Constanza de Borgoña, bisnieta de Hugo Capeto) en Castilla y León. La medio hermana de Urraca, Teresa de León (hija ilegítima del rey Alfonso) había recibido de su padre el Condado de Portugal (consistente en los territorios entre el Tajo y el Miño) como dote al casarse con Enrique de Borgoña, bisnieto de Roberto II el Piadoso, rey de Francia. Teresa y Enrique acabaron sacudiéndose el vasallaje debido al Reino de León. El hijo de ambos, Alfonso Enríquez, se proclamó rey en 1139 y declaró a Portugal feudo del Papa para obtener de Roma la investidura regia. Alfonso VII de Castilla y León, en su deseo de convertirse en emperador y necesitando reyes como vasallos a este propósito, reconoció la independencia de Portugal por el Tratado de Zamora (1143). Así se consolidó el nuevo reino bajo una nueva dinastía surgida del ilustre tronco capeto.
La Casa de Borgoña reinó hasta 1383, año de la muerte sin descendientes legítimos de Fernando I el Hermoso. Su hermano bastardo Juan le sucedió, inaugurando así la Casa de Avís (que no dejaba de ser capeta, aunque por línea ilegítima). A ella y al hondo espíritu caballeresco de su primer rey se debe, por cierto, la fundación de la Orden del Toisón de Oro –la más prestigiosa de la Cristiandad– por Felipe el Atrevido, duque de Borgoña, que quiso con ella celebrar sus terceras nupcias con la infanta portuguesa Isabel, hija de aquél y que sería madre de Carlos el Temerario (a través del cual recibió nuestro Carlos V la tradición que haría de él el último caballero de Occidente). Los Avís se sucedieron hasta 1580, año de la muerte de su último representante legítimo: el cardenal-rey don Enrique I de Portugal (sucesor de su sobrino nieto don Sebastián, muerto prematuramente en Alcazarquivir). Felipe II de España reclamó para sí la corona lusa por ser el más próximo pariente del augusto difunto, quedando así momentáneamente incorporada al Imperio Hispánico de los Habsburgo. Algunos piensan que si Felipe II hubiera entonces trasladado su capital a Lisboa desde Madrid, los destinos de su gran monarquía hubieran sido más felices. Pero por muy atractiva que resulte la hipótesis, es jugar con los futuribles a posteriori y no es éste el objeto de nuestros artículos sobre la monarquía.
Los Braganza
En 1640, debido a las torpezas del gobierno del conde-duque de Olivares, se desató la rebelión de portugueses y catalanes, que pronto adquirió tintes secesionistas. Mientras Cataluña se entregaba a los franceses y acababa siendo derrotada y restituida a la soberanía española, Portugal reconquistaba su independencia bajo una nueva dinastía: la de Braganza. Sin embargo, seguía tratándose de una casa capeta, ya que provenía de un hijo natural de Juan I, el primer monarca de la Casa de Avís. Los Braganza gobernaron hasta 1834, cuando murió Pedro IV. Éste había sido el primer emperador del Brasil, cuya independencia proclamó en 1822 (recuérdese que la corte lisboeta se había refugiado allende el Atlántico a causa de la invasión napoleónica). Al morir su padre Juan VI de Portugal, le sucedió en el trono de Lisboa, dejando en el brasileño a su hijo Pedro II.
A la sazón, en el reino vecino se desarrollaban los mismos conflictos que dieron lugar en España a las guerras carlistas. El segundo hijo varón de Juan VI, el infante don Miguel, era profundamente antiliberal (como nuestro don Carlos), lo que le había causado problemas con su padre y con su hermano mayor. La hija de Pedro, María de la Gloria, era su sucesora aparente, pero debía casarse con su tío Miguel para acceder al trono. Pedro IV abdicó en ella en 1826, pero Miguel la derrocó dos años más tarde, aboliendo la constitución liberal y manteniéndose en el trono hasta 1834, cuando se lo arrebató su hermano para dejarlo nuevamente a su hija. Al miguelismo se debe la noción de la doble legitimidad –la de origen y la de ejercicio– como justificación para reivindicar sus derechos.
María de la Gloria se había casado no con su tío, sino con el hijo de Eugenio de Beauharnais (nieto, por tanto, de la emperatriz Josefina), pero le duró poco el matrimonio por la muerte prematura del duque de Leuchtenberg. Contrajo, pues, segundas nupcias con Fernando, príncipe de una de las célebres casas alemanas proveedoras de dinastas para Europa: la de Sajonia-Coburgo y Gotha. La reina, nada más tener su primer hijo de su marido, concedió a éste la corona matrimonial, inaugurándose así la cuarta casa real portuguesa, que reinó hasta 1910, cuando la proclamación de la República mandó al exilio al rey Manuel II. El padre y hermano mayor de éste, respectivamente el rey Luis I y el Príncipe Real Luis Fernando, habían sido asesinados dos años antes por carbonarios portugueses. Manuel II murió en 1932 sin posteridad de su esposa y prima Augusta Victoria de Hohenzollern-Sigmaringen, sobrina del rey Fernando I de Rumanía (de quien se hablará más adelante).
La sucesión legítima portuguesa pasa hoy por don Duarte (Eduardo) Pío de Braganza, Príncipe Real y duque de Braganza, hijo de don Duarte Nuño, infante de Portugal y nieto del rey don Miguel I (el adversario de María II), que subscribió con su primo Manuel II el Pacto de París de 1922, por el que éste era reconocido por los miguelistas como rey de Portugal y Duarte Nuño como su sucesor. Quedaban así reconciliadas las dos ramas de la Familia Real portuguesa (algo similar se intentó para zanjar la cuestión carlista mediante el Pacto de Territet de 1931 entre don Jaime, duque de Anjou y de Madrid, y el ex rey don Alfonso XIII, pero esto es otro asunto que se tratará ampliamente en nuestro libro sobre los Borbones de España de próxima aparición). Don Duarte Pío se casó con la aristócrata portuguesa Isabel Inés de Castro Curvelho de Heredia, que le ha dado tres hijos: Alfonso, príncipe de Beira y duque de Barcelos; la infanta María Francisca, y el infante don Dinis (Dionisio), duque de Beja.
La pervivencia de la actual Casa de Braganza está asegurada, además, por los dos hermanos del actual jefe dinástico: Miguel, duque de Viseu, y Enrique, duque de Coimbra. Don Duarte Pío está, además, emparentado con los Orléans por su madre la princesa brasileña doña Francisca de Orleáns-Braganza, hermana de la difunta condesa de París. Como dato curioso consignamos que el duque de Braganza tiene un competidor en el siciliano Rosario Poidimani, que se hace llamar Rosario de Sajonia-Coburgo-Gotha y Braganza, hijo adoptivo de María Pía, a su vez hija ilegítima del asesinado rey don Carlos I y, por lo tanto, medio hermana de Manuel II. La causa del “príncipe” Rosario es tan ilusoria como la de su pretendida descendencia del sacro emperador Luis III el Ciego, de la Casa de Provenza.