Carta del director

Insuficiente Rajoy, sobresaliente Sarkozy

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Confieso que hemos fracasado. Este periódico ha mantenido en su portada, durante más de una semana, una entrevista exclusiva con el líder del Partido Popular, Mariano Rajoy. En ella Rajoy hablaba para Elmanifiesto.com. Decía algunas cosas que no ha dicho en otros sitios. Y decía otras cosas que no por sabidas dejan de ser importantes: que no desea cambiar la Constitución, que no cree necesaria una segunda transición, que el sistema de 1978 debe seguir funcionando, que no tocará la ley electoral (en perjuicio de las minorías nacionalistas) sin pactarlo previamente con el PSOE… En suma, el discurso apacible y tranquilo de un hombre responsable y muy, pero que muy prudente. Pues bien: la entrevista con Rajoy ha sido uno de los contenidos menos leídos de nuestro periódico desde que echamos a andar.

Pero también tengo que anunciarle a usted un rotundo éxito. Casi simultáneamente a la entrevista de Rajoy, este periódico ha mantenido en su portada un discurso de Nicolas Sarkozy, el candidato de la derecha a la presidencia de Francia. Ningún medio lo ha reproducido tan extensamente como Elmanifiesto.com. En ese discurso, que era el de su cierre de campaña, Sarkozy decía cosas cruciales y, verdaderamente, poco habituales: se distanciaba del economicismo neoliberal –esa epidemia de la derecha moderna-, criticaba muy extensamente a la ideología de Mayo del 68, denunciaba con firmeza el relativismo y el nihilismo, reivindicaba el concepto de nación, hablaba de identidad, defendía la idea de autoridad, propugnaba el retorno de la moral a la política, proponía un claro concepto de ciudadanía… En suma, el discurso más intenso, valiente y sólido que le hemos escuchado a un político de la derecha europea en los últimos años. Pues bien: el discurso de Sarkozy ha sido uno de los contenidos más leídos de nuestro periódico. Se ha leído quince veces más (¡quince!) que la entrevista con Rajoy. Y sigue circulando por ahí, de foro en foro, a través de la red. 

Estas cosas siempre significan algo. Ante todo, significan esto: a un político se le escucha más cuando dice cosas sustanciosas, que cuando permanece en el terreno blando de los lugares comunes. Y también significan esto otro: estamos en un momento, en España y fuera de ella, en el que la gente espera escuchar apuestas sugestivas, aunque sean arriesgadas, y no vaguedades paralizantes.

Mariano Rajoy es un político experimentado, un hombre educado, una persona encantadora, un profesional de formación excelente y alguien, en fin, de fiar, que merece la mejor opinión. Sarkozy es un señor extranjero del que sólo sabemos que la izquierda internacional lo dibuja con cuernos y rabo. Pero Sarkozy dice algo, dice cosas, abre horizontes, dibuja un paisaje sugestivo cuyos colores recogen las preocupaciones profundas de los ciudadanos: el deterioro de la vida en común, la inversión de los valores, la pérdida de la identidad, la necesidad de gobernar fenómenos como la inmigración. Por eso Sarkozy le parece al ciudadano de derechas un tipo sobresaliente, incluso si dudamos de su sinceridad. Por el contrario, el discurso de Rajoy se automutila en el lecho de Procusto de la corrección política, permanece ligado a una “España del consenso” en la que ya sólo él cree, elude cualquier actitud vigorosa ante una situación que, objetivamente, es la más grave que se ha vivido en España desde el golpe de Estado de 1981, quizá incluso más grave aún. Por eso Rajoy produce tantas veces una impresión de insuficiencia, como si, al saltar, nunca llegara lo suficientemente alto.

Por supuesto: si hoy la derecha francesa nos ha sorprendido a todos con un discurso como ese de Sarkozy, es porque antes se ha arrastrado durante cuarenta años –desde la desaparición de De Gaulle- hundida en la sumisión a lo políticamente correcto, acomplejada ante el poder cultural de la izquierda, encenagada en el lodo de los negocios sucios y en la mezquindad de la política-negocio, la política-espectáculo, la política-banalidad, horripilada –como la izquierda, desde luego- ante cualquier cosa que significara trabajar con principios. O sea, más o menos como la derecha española de hoy. Mientras tanto, allá, en Francia, los problemas han ido creciendo hasta conducir a una situación de colapso generalizado. ¿Habrá que esperar a que aquí, en España, la situación sea igualmente insostenible para que la derecha hable como se espera de ella? ¿Y acaso no lo es ya? Rajoy recibió una herencia envenenada: una trayectoria de Gobierno bastante decente, pero apenas ninguna voz para defenderla. A cambio, posee una baza poderosísima: la derecha social más movilizada de nuestra historia reciente. Lo que cabe esperar de Rajoy es que escuche a esa derecha social y responda a sus preocupaciones con ideas fuertes, que estén a la altura de las circunstancias. Si no, la derecha social española seguirá leyendo quince veces más a Sarkozy.

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