Pues, hombre, mentiría si dijera que me entristece ver a José Blanco metido en este follón, ¿verdad? Porque sabrá usted que la garganta profunda del escándalo inmobiliario de Ibiza ha metido a Pepiño en el ajo: que Blanco sabía, dicen, lo de las comisiones ilegales para el partido. Será verdad o no. Blanco dice que se querella, y eso también será verdad o no. Pero, de momento, resulta grato ver cómo un inesperado palomo deposita su enojosa carga sobre la cabeza de alguien que lleva tres años repartiendo estiércol sobre todo lo que se mueve. Tanto acusar a media España de “corruta”, y ahora resulta que… Donde las dan, las toman. Y nunca mejor dicho.
Corrupción, pues. Cuando pasan estas cosas, siempre hay una especie de cortesía hemipléjica –porque afecta sólo a la derecha- que aconseja aliviar las cargas: “Esto pasa en todos lados”, te dicen; “Los otros también tienen lo suyo”, suspiran. Hay quien llega incluso a la descalificación general: “Todos son iguales”, singular reflexión que, queriendo quitar hierro a los males de la partitocracia, en realidad lleva implícita una condena general del sistema. Y bueno, sí, claro: todos conocemos a un concejal que ha “mojado”, y sobran los ejemplos de transversalidad en el deporte del sobrecogimiento (“Sobrecogedor: dícese del que coge el sobre –y se queda con el dinero”), de manera que sería simplemente falso decir que la corrupción sólo baña unas costas. Pero la verdad es que, en este punto, no es posible hablar de igualdad.
Vamos a dejar dos cosas claras por pura honestidad intelectual. Una: desde 1979 –por lo menos-, la parte del león en la corrupción política en España se la ha llevado, con amplia diferencia, la izquierda, y muy particularmente el Partido Socialista. El primer escándalo sonado fue el de las limpiezas en el Ayuntamiento de Madrid, y desde entonces hemos asistido a cosas inverosímiles, algunas francamente imaginativas; que el cubo siga apestando tantos años después es algo que debería hacer reflexionar a la izquierda española en general y a los militantes del PSOE en particular. Segunda cosa que debe quedar clara: por más vueltas que quieran darle al calcetín, lo cierto es que, comparativamente, el periodo de gobierno del PP fue sobre este punto, si no rutilante, sí bastante decente, y en vano se buscarán en los ocho años del aznarato episodios como los de Filesa, Roldán o Ibercorp, por poner sólo tres ejemplos ruidosos.
Sentadas esas dos cosas, reflexionemos. Dado que las gentes del PP no son propiamente ángeles, sino más bien carne mortal y, por tanto, corruptible, y ello en no menor grado que las gentes del PSOE, la pregunta que deberíamos hacernos es esta: ¿Por qué algunos tienden a corromperse más que otros? ¿Qué hizo el PP, en materia preventiva, que no ha hecho el PSOE? O desde otra perspectiva: ¿Qué carajo pasa en el socialismo español, que siempre vuelve a las andadas?
La reacción de Blanco, con la descarga del palomo bien visible en la cabeza, es una buena guía para descubrir dónde están los problemas del PSOE en este asunto de la “corrución”, como diría el propio protagonista. ¿Qué ha hecho Blanco? Uno: decir que todo es mentira y que la culpa la tiene el PP. Dos: defender al imputado y decir que la culpa la tiene el PP. Tres: acusar al delator y decir que la culpa la tiene el PP. Cuatro: anunciar una querella y decir que la culpa la tiene el PP. Cinco: concluir que la culpa la tiene el PP. Y todo eso, con lo del palomo en la cresta. Es notable: es la misma técnica que se utilizó en los oprobiosos noventa, cuando altos cargos del felipismo entraron a saco en los fondos públicos y en algunas otras áreas aún más espinosas. En más de una ocasión, por cierto, vimos a la crema del Poder acompañando a los delincuentes hasta la misma puerta del penal. Y por supuesto: la culpa, aun con el reo ya condenado en firme, la seguía teniendo el enemigo.
El PSOE tiene un problema, diríamos que histórico: un plúmbeo complejo de superlegitimidad. Por razones que seguramente tienen que ver con el carácter mesiánico de la izquierda, los socialistas españoles siempre han tendido a pensar que les asiste un derecho especial a hacer lo que les viene en gana; que si hacen mal, no está mal, y que si está mal, la culpa es del enemigo. Y antes se dejarán arrancar la nariz –preferentemente, de alguien del PP- que reconocer que la cueva apesta. El problema no es sólo de los mandamases, sino que se extiende a los militantes y aun a los votantes: ¿Cuánta gente siguió votando a Felipe en
Pues bueno: danzad, danzad, “corrutos”. Pepiño paga la pachanga. Pero, por favor, no sigáis dándonos la vara con esa inaguantable moralina demagógica. Ya sólo da náuseas.