La música clásica tiene la habilidad de transmitir un nivel de emoción que la música lirica frecuentemente oscurece. Los efectos que el discurso y el lenguaje tienen en nuestras mentes hacen que la música instrumental se vuelva suplementaria a las palabras.
La gente va al Foro Romano, o a Delfos, o a cualesquiera otras ruinas, y en lugar de indignarse ante la debacle, se dice: “Ay, qué pena. Qué mal que resistían aquellas construcciones el paso del tiempo”.