Los enemigos de la cultura

La cultura hoy es legislada. Nos sorprende que en Europa sea posible ir a la cárcel por crímenes de pensamiento o de expresión, pero la cultura siempre fue legislada y siempre lo será.

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Hace años que Holanda busca regular la matanza ritual de animales por los derechos de los animales. Así busca imponer sus principios por encima de los principios musulmanes y judíos. Hay quienes lo celebran, quienes lo critican, pero es un ejemplo de una dinámica más profunda.

La cultura hoy es legislada. Nos sorprende que en Europa sea posible ir a la cárcel por crímenes de pensamiento o de expresión, pero la cultura siempre fue legislada y siempre lo será, porque las leyes fundamentalmente legislan la cultura. Sólo la ideología liberal nos ha convencido de que esto no es así o puede no serlo: de que las ideas, las leyes, las acciones y la cultura existen en distintos planos separados. Ésta debe ser revisada.

Muchas redes sociales dicen defender la “libre expresión” pero ésta no es verdaderamente libre, todas tienen “políticas” que determinan exactamente qué se puede decir y qué no. Están así diseñadas para imprimir sus valores, como todo medio. Los países tienen leyes que determinan qué se puede decir y qué no. ¿Entonces de qué libertad de expresión me hablan?

 

 

No es posible ser neutrales. La cuestión no es la censura en sí, sino el criterio de censura y la honestidad respecto de ella, y al desdibujarla, sólo se empodera a los que la utilizan. Subestimar al algoritmo implica abrirse a la subversión por parte de quienes lo diseñan, porque todos los medios operan simbólicamente para establecer sus horizontes morales sobre la población. La cuestión es quién los pondrá en cintura.

La derecha de hoy quiere aferrarse a ideales de libre expresión mientras la izquierda se los desayuna, porque la derecha hoy es liberal y la izquierda es posmoderna. Eso tendrá que cambiar o la izquierda seguirá ganando.

Se nos dice que tenemos “alternativas” mediáticas y por eso estamos a salvo de la propaganda. Pero lejos de ello existen medios hegemónicos y caos, y esto nos aturde y confunde con ruido cacofónico y más propaganda.

Los medios hegemónicos por su parte dicen ser neutros, inocentes e inocuos mientras socavan, censuran y cooptan la realidad y nuestro propio entendimiento de ella. Quieren tapar el sol, encerrarte en el metaverso, la matrix. Si estos medios no son interpelados van a libremente hacerte un esclavo de sus intereses, porque su falsedad siempre se enmascara de ingenuidad y bonhomía. Así la propaganda de los que fingen ser reputables parasita a la verdad para desestabilizar y dominar la sociedad, reduciendo la confianza interpersonal y atomizándonos aún más en un mundo crecientemente digital.

Aquella hegemonía mediática liberal implica moralinas y una cosmovisión que convenientemente invisibiliza sus propias transgresiones y calla toda crítica real bajo pretextos como el de “discurso de odio”. Ellos pueden criticar a quien sea de cualquier forma, tú no. Ellos dictan la realidad, tú obedeces a los expertos. Ellos con un megáfono, tú silenciado. Te lanzan en el medio del océano y tienes que agradecer porque eres libre.

El mundo multipolar poco a poco se levanta contra este sistema contradictorio para defender sus propios criterios morales por encima de los de las redes sociales, los medios y los gobiernos occidentales. ¿Cuándo tendremos esa tan necesaria conversación sobre la censura y la jerarquía? ¿O Europa entera se doblegará ante estas fuerzas privadas?

Semejante renegación de la autoridad resulta en una defensa de la mediocridad, medias tintas e incongruencia; es la incapacidad de proveernos de un buen ejemplo a seguir, cuando no, la negación de un buen ejemplo.

Entonces no debería ser sorpresa que nadie se haga cargo de tener una postura definida y acabada, si eso es lo único prohibido. La responsabilidad recíproca que organizaba a las sociedades tradicionales hoy da lugar a la posverdad y a licuar la responsabilidad, incluyendo la responsabilidad editorial por lo que se publica, mientras simultáneamente se legisla la opinión, se censura y se impone un régimen cultural por las sombras y arbitrariamente. Las contradicciones abundan.

Que alguna vez nos falten el respeto no nos destruirá, pero si no hay una noción cultural de respeto, si no hay prohibición o censura, entonces no hay cultura posible. Aquello sí podría destruir a occidente.

Si los argumentos para la censura son buenos y coherentes, y están arraigados en una cultura honesta, entonces la censura no sería problemática sino una expresión sana de la jerarquía protegiéndonos. La “libertad de prensa” no sólo no es necesaria sino que no es posible. Aquella ficción jamás ha existido ni existirá pero fue necesaria para ahuecar a Europa desde adentro.

Creer que “la libertad de expresión es necesaria” representa una fe traicionera que reemplazó a la cultura cristiana por una cultura liberal cuya única razón de ser es cuestionar por cuestionar, consumir sin razón mientras se dice racional. Resultó en una cultura de zombies, de parásitos que dicen pertenecer a la sociedad cuando les conviene y ser individuos “independientes” cuando no. Derechos sí, responsabilidades no.

El liberalismo no es más que abusar del lenguaje para legitimar cualquier cosa, la eterna discusión sobre lo discutible con el único fin de volver todo discutible. Desacraliza la realidad como modus operandi, porque discutir no es una ingenua invitación a un ejercicio intelectual (como pretende), sino un acto espiritual y político, la negación práctica de que exista algo indiscutible o sagrado, o incluso un orden preestablecido. Es inherentemente antijerárquico.

Lo que es imperdonable, sin embargo, es que intente desdibujar su propio modus operandi. Será un accionar muchas veces inconsciente, sí, pero no inocente. Encarna la idea de que la realidad se establece por consenso, y por ende, que no hay realidad. La realidad sería una construcción social, no habría orden en el universo más que el que impone arbitrariamente una sociedad, un proceso interno donde nadie tiene una autoridad moral superior. Si esa es nuestra identidad como occidentales, entonces no tenemos identidad porque los mencionados son todos antivalores, es anarquía pura.

Sin embargo, si tú ingenuamente sigues este juego liberal creyendo que el diálogo es real luego te dirán que lo que te importa discutir no es posible discutirlo (porque no resulta conveniente), o sea, el liberalismo quiere sus intereses grupales pero no los tuyos. Los tuyos no importan. Dice que eres libre de hacer todo y decir todo y pensar todo, salvo lo que se le ocurre prohibir arbitrariamente en el momento. En lugar de defender su argumento por sí mismo busca el populismo como escudo. “Vox populi vox Dei”.

Entonces propone una concepción de identidad inherentemente fluida, como si no hubiera nada eterno ni por encima de la propia decisión consensuada, negando en práctica una naturaleza humana o una cultura que nos precediera. Por eso es una tradición antitradición, una cultura anticultura, intentando afianzar al individuo como si tuviera autonomía completa respecto de sí mismo frente al mundo. Es el hombre que se presupone amo de la historia y de sí mismo, que cree que es tan libre internamente que puede interpretar la realidad como se le dé la gana sin referir a nada por fuera de sí, el hombre que se declara a sí mismo como la medida de todas las cosas y creador de sí mismo.

 

 

Por ese motivo, el liberalismo representa la imposibilidad de tener una identidad estable y propia, ya que la identidad podría implicar cosas que uno no elige (como nacer hombre o mujer, o en una tierra y una cultura particular). Esas imposiciones serían ilegítimas, pero eso no es todo. Al mismo tiempo que propone esa fluidez arbitraria e individual, la democracia liberal sujeta nuestra identidad a una masa que efectivamente la elige por nosotros (y reniega de esta imposición mayoritaria).

Lo popular es otorgado el mismo lugar que una tradición milenaria como si ambos fueran análogos, deslegitimando toda tradición y suponiéndola igual de arbitraria que los vientos de la opinión pública. Es voluntarismo sin tu voluntad, consenso sin tu consenso, capricho “colectivo” y espontáneo, poder puro. Es inherentemente progresista y se piensa de manera ahistórica, todo es contingente. Entonces, ¿con qué criterio habla de “necesidad” o bien y mal? Es la deriva cultural por sí misma. ¿Esa es la derecha “conservadora”?

El liberalismo quiere sostener ambos que uno mismo elige su propia identidad y que la mayoría elija la ley que nos obliga a actuar como individuos. ¿Cómo eliges tu identidad si los demás eligen qué debes hacer o no hacer?

Semejante planteo sólo es posible para un hombre escindido de sí mismo, desencarnado, para una racionalidad que no toca la tierra, como el racionalismo del cual surgió. Es fácilmente contradictorio, y sin embargo, es la cultura dominante, ya que la jerarquía en un mundo igualitario es mala palabra y nadie quiere ver que el emperador está desnudo.

El liberalismo dice liberarnos de la religión, y liberarnos de la religión del estado, para ser libres en nosotros mismos, ¿pero someternos al estado? La anarquía sería más coherente. El liberalismo es la expresión política del humanismo secular, la verdadera religión del Estado, y coloca al Estado por encima de Dios para evitar subordinarlo a Dios. Te dice que te liberó, que goces de tu libertad, para luego someterte a la multitud y castigarte por expresar tu visión de libertad.

Si te sientes juzgado por opinar distinto quizás es porque en el orden liberal todo el mundo se cree tu juez y verdugo. Más que haberte liberado es un sistema carcelario donde los presos se espían entre sí esperando el momento oportuno para cancelarse, porque la legitimidad está dada de forma colectiva, y como el criterio es fluido, la guillotina siempre tiene hambre y no faltarán las oportunidades para alimentarla. Es sólo cuestión de conseguir los números para hacerlo.

Lejos de ser una “defensa de las minorías” este sistema atenta contra las minorías especialmente, porque como minorías estarán perpetuamente a merced del grupo hegemónico. La persecución es en términos existenciales porque te dice que eres libre de “poseer” cierta religión pero no de practicarla, como si la fe fuera algo meramente interno o proposicional en lugar de una forma de vivir. Debes practicar la religión del estado, que es liberalismo secular primero, y si tu religión está en contra, mala suerte, no debería haber contradicción porque el sistema es perfecto y tolerante.

En ese sentido el liberalismo se cree el mejor sistema posible, y por ende, es un sistema total y global. Si no te gusta el liberalismo entonces no te gusta la realidad y eres defectuoso moralmente. Jamás te exiliaría (no lo toleraría) sino que buscaría reformarte y someterte al Estado, como los campos de reeducación norteamericanos para los que no quieren usar los pronombres imaginarios de los enfermos mentales.

La censura abierta, franca, es mucho más noble y hasta paternalista. No es ambigua ni atenta contra la identidad en sí misma, sino que se sabe limitada y se define desde la limitación, desde lo concreto (que es limitado), y así es fundante de la identidad.

La censura funciona fundamentalmente en términos simbólicos, es la marca de una cultura por antonomasia. “No juegues con la comida”. No es una fantasía megalómana de control para frenar la circulación de ideas o cortar de cuajo la transgresión, como si la más mínima contaminación fuera fatal. Aquello sería creer que es posible y necesario tapar el sol con las manos. El objetivo de la censura no es puramente material sino moral, es plantear un mandato cultural.

La censura no es completamente efectiva en términos materiales ni pretende serlo, pensar que tiene que ser 100% efectiva es no entenderla, es pensar de manera totalitaria y racionalista. Es imposible controlar los pensamientos ajenos, ya sea en su interioridad, como controlar todo lo que el otro percibe. Por ese motivo el liberal proyecta y expulsa su propio totalitarismo fuera, es un hipócrita con fantasías tortuosas de ser víctima de la realidad. “¿Verdaderamente crees que algo es verdad?” Se extrañan frente a la convicción ajena, como si la certeza existencial fuera impensable y la duda debiera gobernarnos.

La censura no es la defensa de una identidad anémica y débil que no puede exponerse ante críticas, como argumentan los liberales en su racionalismo megalómano, creyéndose más fuertes, aptos y coherentes. Es la praxis de una identidad cultural evitando lo que va contra sí misma, evitando la contradicción y el error, marcando un camino. Es el ejercicio mismo del ser que entiende su propia limitación y que vive en la carne en lugar de refugiarse en las meras ideas, donde las contradicciones no son siempre evidentes.

El liberal se cree coherente pero vive en la fantasía y quiere que los demás bailen al ritmo de su locura, su decidida indecisión que pretende es humildad. En realidad es sólo orgullo que niega que otros puedan saber más y por ende que merezcan autoridad legítimamente para gobernar. Es un ataque sistemático contra la legitimidad para robarla.

La censura es parte de la búsqueda de encarnar y vivir la verdad, no su enemigo. A diferencia de cualquier identidad cultural concreta, que implica una tradición cultural circunscrita geográfica e históricamente, el liberalismo es abstracto. Busca estar por encima de cualquier identidad o acción, como en un buffet existencial, como si sus palabras y acciones no fueran importantes y estuvieran más allá del bien y del mal. En otras palabras, es una fotografía de nuestra élite cosmopolita y desterritorializada.

El liberalismo exige que divorciemos el mundo material de las ideas, separando la acción del discurso, y logrando que ninguno de los dos tenga sentido. Es una forma retorcida de nihilismo, de irrealidad, que actúa como si los pensamientos fueran gratuitos, como si no dejaran huellas en nosotros o en el mundo, como si la vida interior no tuviera reglas ni permanencia alguna y nuestra interioridad estuviera divorciada del mundo exterior. Pero la virtud es un hábito del corazón, y pensarnos de manera abstracta sólo nos aliena de la realidad y nos corrompe. Por fortuna somos más lo que está en nuestro corazón que la carne en nuestros huesos. Somos memoria de lo eterno.

La censura es una herramienta natural que ayuda a forjar una identidad fuerte marcando lo que se es y diferenciándolo de lo que no en lo concreto, por eso los padres deben educar a sus hijos en lugar de meramente hablar sobre educarlos. Deben prohibir, no sólo explicar. Hoy se abusa de la palabra autoritario para negar toda autoridad, para significar el ejercicio de autoridad que simplemente no nos gusta, entonces todo es autoritario. Querer que las cosas funcionen bien es autoritario.

El que censura abiertamente sostiene creencias sobre lo absoluto, sobre las relaciones entre lo absoluto, las creencias mismas y las acciones. Así expresa una identidad que sostiene que hay cosas que deben hacerse de cierta forma y no de otra, y que desviarse es justamente no participar en una identidad sino en otra. Semejante exclusividad es lo que permite creer en la verdad y la falsedad, el bien y el mal, y en la realidad misma. Sobre esa base se puede discutir y luchar, ya que por lo menos es una postura honesta que permite discernir, pero respecto de creerse más allá del bien y el mal o que no haya contradicción ni diferencias sustanciales no. No tendría sentido discutir ya que todo sería igual de válido.

El liberalismo nació para que te creas totalmente libre y destruir cualquier idea de identidad ulterior, para liberarte de monarcas visibles y someterte a oligarcas invisibles mientras no eres nada ni nadie, sin historia ni cultura, y languideces en vida mientras intentas huir hacia tu imaginación. Es una cultura anticultura que nació para morir. QEPD.

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