Ahora que emprende su camino un nuevo año —que deseamos venturoso para todos nuestros lectores y amigos—, abordemos cosas más serias que las de la politiquería habitual. Olvidemos la espuma de los días. Hablemos (olvidándonos de quienes acabaron con ellos) de la muerte de los dioses; hablemos, más concretamente, de Hölderlin y de su poema «Archipiélago», donde el archipiélago en cuestión es el de la Hélade y donde planea, como casi siempre en sus poemas, la herida que nada puede restañar ante la
muerte de los dioses:
¡Ay! ¿no vienes todavía?, y aquéllos, los nacidos divinos, / continúan viviendo, ¡oh día!, solitarios en lo profundo / de la tierra, mientras una primavera, siempre viviente, / apunta sobre la cabeza de los mortales, sin que nadie la cante.
Redescubrí el poema, hace algún tiempo, gracias a un excelente artículo publicado en la bitácora que el escritor Alejandro Gándara mantiene en El Mundo. Lo escribió a raíz de una nueva, y excelente, traducción de “Archipiélago”. Démosle, pues, la palabra.
J. R. P.
Se pregunta Eduardo Gil Bera en su introducción al volumen de los Poemas de Hölderlin (Lumen), que él también traduce en un inmenso y satisfactorio esfuerzo, por qué traducir otra vez al poeta de Suabia, teniendo en cuenta que en el último siglo se le han hecho unas treinta versiones. Según Gil Bera, circula por ahí demasiada traducción poetizada y hay que regresar otra vez al verso de Hölderlin, a su trasparencia y oscuridad no gratuitas.
En el prólogo a cargo de Félix de Azúa, sin embargo, se da otra respuesta a la cuestión: la poesía, incluso la de la propia lengua, siempre se traduce. Es decir, siempre se interpreta, siempre exige para su comprensión un acto creativo. Un aspecto que la emparenta con la música (siendo la poesía la más alta música). La traducción literal es uno de esos actos, primordial cuando la lengua es extranjera. De modo, sigue Azúa, «que cuando leemos una traducción de Hölderlin estamos oyendo la música del poema a través de una versión instrumental específica».
Menciona, a propósito de las distintas versiones, la orquesta sinfónica en Díez del Corral, la orquesta mozartiana en la traducción reciente de Helena Cortés y Arturo Leyte, mientras asigna a la presente de Gil Bera la música de cámara de inspiración «schubertiana». Como se ve, a Azúa le gusta la música. Y seguramente más cosas.
Bien, les voy a dejar aquí dos versiones de un fragmento del famoso poema «Archipiélago», para que detecten por su cuenta, hagan sus distingos y peroren. La primera pertenece a Gil Bera y la segunda a la vieja traducción de Díez del Corral. Y éste es un oportuno momento para felicitar a la editorial y darle las gracias por el empeño que mantiene en devolvernos la poesía que era nuestra. Va:
I)
Pero, ay, nuestra especie vaga en la noche y vive,
como en el Orco, sin lo divino. Están sólo fundidos
a sus propias intrigas, y cada cual se oye a sí mismo
en el taller que retumba, y los salvajes trabajan mucho
con poderoso brazo, sin pausa, pero siempre
estéril, como las Furias, queda el esfuerzo de los miserables.
Hasta que, despertada del sueño angustioso, el alma de los hombres
se incorpore, joven y dichosa, y el aliento bendito del amor,
de nuevo como antes en los hijos florecientes de Grecia
sople en una nueva era sobre frentes más libres
y el espíritu de la naturaleza que vaga a lo lejos aparezca
de nuevo cual dios que se demora callado en nubes doradas.
Ay, ¿aún tardas? Y aquellos vástagos de los dioses,
¿aún viven, oh día, en las profundidades de la tierra
solos, mientras una primavera siempre viva,
y no cantada, alborea sobre las cabezas de los durmientes?
II)
Mas, ¡ay!, nuestro linaje vaga en la noche, vive como en el Orco,
sin lo divino. Ocupados únicamente en sus propios afanes,
cada cual sólo se oye a sí mismo en el agitado taller,
y mucho trabajan los bárbaros con brazo poderoso,
sin descanso, mas, por mucho que se afanen, queda infructuoso,
como las Furias, el esfuerzo de los míseros.
Hasta que, despertando de angustioso sueño, se levante
el alma de los hombres, juvenilmente alegre, y el hábito bendito del amor,
de nuevo, como muchas veces antes entre los hijos florecientes de la Hélade,]
sople en una nueva época, y el espíritu de la naturaleza,
el que viene desde lejos, el dios, se nos aparezca entre nubes doradas
sobre nuestras frentes más libres, y permanezca en paz entre nosotros.
¡Ay! ¿no vienes todavía?, y aquéllos, los nacidos divinos,
continúan viviendo, ¡oh día!, solitarios en lo profundo
de la tierra, mientras una primavera, siempre viviente,
apunta sobre la cabeza de los mortales, sin que nadie la cante.
Ω
Hasta aquí el fragmento del poema y el texto de Alejandro Gándara. Le añado tan sólo una breve apostilla. Renacerá un día —anhela Hölderlin, anhelamos todos— una nueva era. Volverá un día a soplar el espíritu de la naturaleza (espíritu de la naturaleza y espíritu del mundo: no otra cosa eran los dioses). Pero mientras tanto, solos, ocupados en nuestras propias intrigas, “los salvajes trabajan mucho / con poderoso brazo, sin pausa, pero siempre / estéril, como las Furias, queda el esfuerzo de los miserables”.
Renacerá un día el mundo. Pero este día no es mañana. Lejos queda dicho día cuando —estoy convencido— un artículo, por ejemplo, sobre las elecciones andaluzas habría tenido muchísimos más lectores que los que tendrá éste.
Empiece el año gozando
de la alta cultura