El infierno, como llegó a decir Juan Pablo II, es un estado interior, aunque después tuvo que desdecirse para que toda una masa cristiano-reactiva pudiera seguir creyendo en el país de las hadas, pero la realidad es esa: el infierno es el terrible desasosiego psíquico y emocional en el que viven muchas, muchísimas personas.
Cuesta escribir un artículo como este porque uno corre el riesgo de ser etiquetado de manera simplista, sobre todo por aquellos que, "en apareciendo" cualquier sutileza respecto al tema en cuestión, corren despavoridos a refugiarse en el macho-máscara que les protege de toda interferencia sentimental.