La invasión de Europa por las masas del Tercer Mundo sólo es posible porque los inmigrantes indeseables vienen a nosotros armados con nuestra propia lástima, que, por cierto, no provoca en ellos más que desprecio y arrogancia. En Los siete pilares de la sabiduría, T. E. Lawrence, conocido como Lawrence de Arabia, escribió: "Sentí lástima por Alí y ese sentimiento nos degradó a ambos". El estado de decadencia de los occidentales es tal que son incapaces, como previó Jean Raspail en Le Camp des saints (1973) [traducción española: El desembarco] de oponerse a un invasor procedente de países en plena explosión demográfica. En Occidente, bajo el imperio de los derechos humanos y el antirracismo, los mendigos exóticos son sagrados y dan lugar a una conciencia culpable hecha de lástima. Poderosas organizaciones, supuestamente no gubernamentales (ONG), arman (!) a los barcos que van en busca de inmigrantes compinchados con los traficantes de seres humanos de los que son cómplices objetivos. Se trata de una política de destrucción de la homogeneidad del tejido civilizatorio y étnico europeo; es una política de sustitución de nuestros pueblos milenarios, desarmados psicológicamente por décadas de orden moral antidiscriminatorio.
Estado soberano y control de fronteras
El diputado del Rassemblement National Grégoire de Fournas fu castigado por exclamar en el Congreso de Diputados, acerca de los pasajeros indeseables del Ocean Viking: "Que vuelvan a África". Fue castigado por sus compañeros por hacer un comentario de sentido común, no por el fondo del mismo, ¡sino hipócritamente por haber provocado un alboroto entre sus colegas de izquierdas! Después de los asuntos de Jean-Marie Le Pen ante el Parlamento Europeo, este episodio disciplinario dice mucho de la quiebra de la inviolabilidad parlamentaria.
Un Estado que no controla sus fronteras, aunque lo haga en colaboración con otros, ya no es soberano
Por supuesto, existen soluciones, expuestas a continuación, para frenar esta inmigración indeseada, pero ninguna de ellas es suficientemente humanitaria desde el punto de vista de los derechos humanos (las soluciones 2, 3 y 4 son en realidad subsidiarias, ya que la medida 1 parece capaz de eliminar a los parásitos, que son muchos).
Denegación de toda ayuda pública o social
Restablecimiento del delito de residencia ilegal en territorio nacional para los deportados, con prohibición de por vida de solicitar la residencia o la naturalización;
Detención administrativa indefinida para quienes no aporten documentos de su país de origen o no obtengan un salvoconducto consular de ese país (sin perjuicio de las medidas de represalia contra ese país);
Denegación de asilo político a quien no pueda aportar pruebas fiables de su identidad (incluso los indocumentados Assange y Snowden pueden demostrar quiénes son).
Si ya no podemos hacer esto, entonces se plantea la cuestión de si es razonable mantener un ejército, lo cual es incongruente en un Estado cuyo objetivo principal son los derechos humanos y el derecho universal e ilimitado de asilo (Convención de Ginebra de 1951, ya obsoleta), y por tanto la caridad universal.
Voluntad e instrumentos jurídicos
Desde 1945, bajo la influencia estadounidense, los Estados europeos han seguido enredándose en lazos morales que los desarman. Para no enredarnos en la multitud de convenios y tratados, mencionaremos aquí sólo los tres más destacados.
El Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y su protocolo adicional, que otorga al Tribunal Europeo de Derechos Humanos el poder de condenar a los Estados, en beneficio de cualquier individuo. El Tribunal da la apariencia de enunciar la ley, pero en realidad juzga sobre la base de la equidad, lo que le da plena potestad para actuar pura y simplemente por motivos morales (piedad), rompiendo con nuestra tradición jurídica.
La Convención de Ginebra de 1951 sobre el Derecho de Asilo, que tuvo sentido en su momento, se concibió para garantizar a quienes huían de la Europa comunista la no devolución y el correlativo derecho a vivir en el mundo libre. Hoy en día, la Convención de 1951 hace potencialmente elegibles a todos los que viven en países no democráticos y seguros, es decir, unos siete mil millones de seres humanos... El asilo político, como el que disfrutó Victor Hugo en las Islas del Canal, debe seguir siendo un raro privilegio. Julian Assange o Edward Sowden deberían haberse beneficiado de él, pero en ningún caso debe concederse a extraños inverosímiles. Por supuesto, no debe pagarse ningún subsidio a un solicitante de asilo.
El Consejo Constitucional debe ser devuelto a su lugar original, el de antes de su jurisprudencia de 1971 y de la reforma de Sarkozy que lo abrió a los recursos individuales (2008) a la manera estadounidense, que nunca habían existido en Francia.
Disolución de la voluntad soberana
Dicho esto, mientras tanto, y cuando todo esté dicho y hecho, ¿hay alguna solución al problema de los barcos de las ONGs como el Ocean Viking, que pretenden rescatar a personas en el mar?
Estos barcos, que están ricamente subvencionados (¡en particular por nuestras autoridades locales de izquierdas!) se diriigen a los traficantes y recogen a pasajeros de barcos que en un 99% no han naufragado, y luego se niegan a llevarlos a los puertos más cercanos. Se dice que estos puertos, como el de Sfax (Túnez), son inseguros, una acusación falsa y racista (¿acaso un puerto de un país musulmán sería intrínsecamente inseguro?).
Para evitar que lleguen exclusivamente a puertos europeos, disponemos sin duda de una armada. Pero ¿de qué sirve en el estado de descomposición autocompasiva de nuestra sociedad y, además, bajo la vigilancia amenazadora de los jueces?
En Le Camp des Saints, Jean Raspail imaginó un ejercicio de prueba, realizado por un comandante en ignorancia de la tripulación a petición del Ministerio: acercarse a un barco cargado de invasores desarmados, hombres, mujeres y niños, y hacer que los hombres se prepararan a disparar para detenerlo. Raspail imaginó entonces un motín de los marineros del "escorteur 322": "Aquí la torreta. ¡Capitán! ¡Comandante! ¡No dispararemos! No podemos!... Aquí la ametralladora de proa. No es posible, ¡Capitán! ¡No des esa orden! Nos negamos a obedecer" (Capítulo XXVII).
¿Somos capaces de resistir? ¿Sigue estando justificado nuestro ejército? El imperio de la piedad promete a todas las naciones una decadencia rápida, despiadada y vergonzosa.
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