La moral de los mandriles rijosos (Memorias del Rif)

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¡Cuitada de mí! Observo, desde la perspectiva rifeña, cuanto acontece y me gustaría declamar aquello que me enseñaron, a colleja limpia, mis maestros. Sí, lo de “¡Oh tiempos, oh costumbres! ¿Hasta donde llegará la audacia de Catilina?” Porque el tal Catilina se ve que era un audaz y tenía la testiculina de los héroes del Alcázar de Toledo, “Sin novedad en el Alcázar”. Algo que no se puede decir de esos a los que ustedes llaman “Gobernantes” y a los que yo denomino vulgares y bien pagados gestores de la res pública, que han sido elegidos para gestionar los intereses de los ciudadanos, nada más.
 
Y aunque, la cojitranqui Constitución no reconozca como derecho fundamentalísimo y primordial de los españoles, el derecho a ser felices, lo cierto es que, para servidora de ustedes, la periodista penalista que, de pasar fatiguitas, perdió la vista, el Gobernantuelo que no se parta el culo porque el pueblo sea feliz, no es más que un comemierda. Mejorando lo presente y con decididos ánimos de señalar a quienes nos hacen sentir tristes, inseguros, acosados en nuestros valores y creencias y excelsamente puteados con premeditación, ensañamiento y alevosía.
 
Eso sí, llevando como bandera la moralina apestosa del buenismo institucionalizado, la hipocresía rampante sobre campo, no de gules, sino de boñiga de cabra moruna y el temple de los mandriles rijosos. Nota científica: los mandriles, según Asimov, son los seres más deleznablemente rijosos e innoblemente pajilleros de la Creación y no hacen más que soñar con la holganza, comer frutos tropicales sin mondar, porque son gandules, y satisfacer sus bajos y simiescos instintos redactando mentalmente leyes de Memoria Histórica, donde revindican su preponderancia con respecto al resto de los primates. Rifeños incluidos. Y preconizan erradicar los plataneros para que los chimpancés dejen de regalarse con las bananas y si quieren alimentarse tengan que ir a comprar un donuts al Opencor.
 
¿Qué musitan? Sé y me consta que me están criticando, porque sus lenguas son viperinas y montaraces, como las de las mujeres de Larache, virtuosas en el despelleje de la vecina en el día de zoco y maestras notables en el arte de empolvar el tajine de los maridos con adobos brujeriles para quitarles la voluntad y sisarles los dirhams de la faltriquera. Pero hoy no admito críticas que no sean positivas, es decir, aquellas en las que se me dé toda la razón, porque mis instintos son los de la hija de una hiena y de un chacal sarnoso de las montañas de Ketama. Porque, como millones de españoles y bastantes menos hispanorrifeños, me siento atacada, herida, dolorida y provocada por el bando de estos Illuminatis que tratan de secuestrarnos el recuerdo y la honra, mutilando la Historia de España tal y como les sale de sus mandrilosos y resecos huevines.
 
Les digo, les cuento, que en Marruecos, en mi Rif profundo, con los crepúsculos eternos que presenciaron los ojos agonizantes de los soldados españoles muertos en el Barranco del Lobo, ningún moro quiere cercenar el pasado destruyendo vestigios coloniales. Saben que pertenecen a la Historia, a la “suya” y están ahí, como memoria viva de un ayer que aún muchos recordamos, con infinita nostalgia en un caso, con una risilla aviesa en otro. Porque, mientras que en España las mezquitas financiadas con los dineros de los grandes demócratas saudíes proliferan como hongos, en mi tierra intentar reparar un templo cristiano se convierte en una auténtica ordalía. No se atreven a demolerlos, por miedo al que dirán. Pero no permiten repararlos ni mucho menos construirlos.
 
¿Qué murmuran con miradas de Corderillos Pascuales? ¿Qué eso es una exageración? Vale. Les daré la razón cuando el alcalde de Tánger nos permita construir en un promontorio que domine el mar una ermita en honor de la Virgen del Carmen, Estrella de los Mares. Pero, mientras tanto, falta de reciprocidad total en la Alianza de Civilizaciones de Pacotilla. Los mindundis cantamañanas quieren retirar los recuerdos, vestigios y memoria, tanto del franquismo, como de aquellos que dieron sus vidas porque España no se convirtiera en un siniestro satélite de la URSS de Stalin. Y los descendientes nos rebelamos.
 
¿De qué y de dónde van a erradicar ese cementerio de Paracuellos del Jarama donde descansan los restos de mi tío materno Lorenzo Iniesta, asesinado por Santiago Carrillo? Antes me tienen que sacar las tripas y enroscármelas al cuello y coserme la boca con cordón de saco, que tocar la memoria de mis difuntos. Y de los de ustedes. Y las placas en los templos en honor de nuestros muertos cristianos.
 
¿Qué debaten animadamente? ¿Qué si los asesinos que masacraron a cien mil católicos, entre sacerdotes, monjas y creyentes, tienen derecho a escribir sus nombres en las iglesias que quemaron y los conventos que asaltaron? No. Ni la Historia auténtica se reescribe, ni somos tontos de baba como para que nos hagan pasar el acíbar por té con hierbabuena. Ganaron los que ganaron. Luego todos olvidaron y estas vicuñas (cabra salvaje del Perú) quieren regurgitar odios y hacernos mascar, por la fuerza, el vómito caducado de los viejos agravios y echarnos a pelear.
 
Pero ¡Ayyá! Esos trucos son más viejos que Aixa Kandisha. También cuando subía el pan y la gente se revolvía en los poblados, por el hambre, el descansado Hassán II armaba la vieja revolica de reclamar Ceuta y Melilla. “Ciudades prisioneras”, las llamaban los titulares y los moros suspiraban de puras ganitas de que les dejaran entrar y quedarse “prisioneros” en las ciudades españolas, donde, por cierto, se vive de puta madre, mientras que los pobres vecinos viven de puta pena. Un truco muy burdo y nada eficaz el de montar una manifa con cuatro banderas raídas y clamar por eso que yo gloso como “Ceuta y Melilla, del toro las criadillas”. Porque si nuestra España se enriquece en los horizontes con el simbólico toro de Osborne, los atributos del animal están con el Tercio y los Regulares, es decir, al sur del sur.
 
¿Retirar los símbolos históricos? Mejor fomentar el sindicalismo y el cooperativismo, nacionalizar la banca para dejar a los tiburones que tienen hipotecada España con el peludo trasero al aire, erradicar el mileurismo y dejarse el pellejo para que los españoles seamos felices. Pero esas medidas requieren inteligencia, voluntad, esfuerzo, cojones y conocimiento del auténtico sentir popular. Y el uso y abuso de la moral y de los principios y valores de Occidente. Que no de la moral pajillera y estéril de los mandriles rijosos.

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