Roma cumple 2.760 años

AB VRBE CONDITA

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A finales del siglo xix, Arthur Schliemann desafió al engreído y arrogante cientificismo positivista al descubrir Troya, guiado tan sólo por los poemas homéricos, a los que sus contemporáneos no daban más crédito que el que se da a los cuentos de hadas. Con ello demostró que los mitos no son patrañas imaginadas por los antiguos, sino que contienen en substancia la remota memoria de los pueblos y, por lo tanto, no han de despreciarse. Ocurre como con los seres humanos, en los cuales los recuerdos de la infancia  se van difuminando y envolviendo en la nebulosa del tiempo, manteniendo, sin embargo, unos puntos ciertos de referencia con lo realmente acontecido. Los mitos, sobre todo los de carácter fundacional, son explicaciones válidas de la identidad de las comunidades humanas; no hay que buscar en ellos el rigor de los datos puramente externos, sino el sentido último e íntimo que encierran. Viene esto a colación de una efeméride reciente, que, además, tiene que ver de alguna manera con Troya: la de la fundación de Roma, el 21 de abril del año 753 a. de J.C. conforme al cómputo de Varrón, es decir hace 2.760 años.  

Según la tradición, Rómulo, hijo de Marte como su hermano Remo (ambos habidos en Rea Silvia, hija del Rey de Alba, y, por lo tanto descendientes del héroe troyano Eneas), echó los fundamentos de la Vrbs Quadrata junto al monte Palatino siguiendo los ritos prescritos en la Antigüedad, esto es, excavando alrededor un foso consagrado al dios Término (Remo, por cierto, encontró la muerte al traspasar sacrílegamente dicho límite). Es sumamente sugestiva la genealogía atribuida a Rómulo y a su hermano, que nos remite a la Guerra de Troya. Ésta, de acuerdo con Homero, no se decidió a favor de los Aqueos (griegos) hasta que no se pusieron de acuerdo los dioses olímpicos. Afrodita cedió ante las exigencias vengativas que Hera y Atenea elevaban a Zeus a cambio de salvar a su hijo Eneas, el cual, seguido de un puñado de prófugos, logró librarse de la ruina de la ciudad fundada por Dárdano. Virgilio relató las peripecias sin cuento –incluida la estancia en la Cartago de la reina Dido–  del príncipe y de sus acompañantes antes de llegar a las costas tirrenas, donde se asentaron gracias a la hospitalidad del rey Latino. En dicho territorio fundó Eneas las ciudades de Lavinium y Alba Longa, esta última antecesora directa de Roma, que acabó siendo la señora imperante en el mundo antiguo, incluida Grecia (con lo que la verdadera triunfadora de la Guerra cantada por el vate ciego de Quíos, fue en definitiva Troya).

Gracias al mito, pues, aparece Roma como heredera del Oriente. Troya, en efecto, era considerada asiática por los griegos y, de hecho, su posición geográfica estratégica –a la entrada del estrecho de los Dardanelos– la hacía un punto importantísimo y decisivo de confluencia de las rutas del Oriente y el Occidente con todo lo que ello implica de intercambios entre los pueblos. Por otra parte (y es otra enseñanza del mito), Roma será la vengadora de Troya conquistando Grecia, de la cual recibirá el ingente acervo cultural y artístico que asimilará y difundirá por doquiera irá con sus legiones. A ella, en fin, va a desembocar la corriente de la civilización, que brota en Sumeria y Acadia, pasa por Asiria y Babilonia, por Media y Persia y atraviesa el Egeo para confluir con el mundo del Nilo; por eso, Roma será considerada la “civitas” por excelencia. Señora y maestra de los pueblos, será la “caput mundi” y su obra preparará al mundo para la fecunda unión con el Evangelio, de la cual nacerá la civilización de la que somos hijos queramos o no, aunque nos empeñemos en negar una parte de nuestras raíces.

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