Boris Johnson no pierde una ocasión de dar la nota. En este caso, el peculiar premier se ha salido con unas declaraciones dignas de él: “Si Putin fuera una mujer, lo que obviamente no es, no creo que realmente se hubiera lanzado a esta guerra loca de macho, de invasión y violencia de la manera en que lo hizo”, afirmó en la cadena alemana ZDF. A eso añadió que el comienzo de esta guerra es “un ejemplo perfecto de toxicidad masculina”. Estas declaraciones se comentan solas y bastaría con un leve gesto de desprecio para pasar por encima de ellas y compadecer al pobre espécimen de ser humano que ha salido con semejante boutade, propia de un niñato inglés malcriado, que necesita de una nanny para todo, hasta para peinarse. Cualquier día lo veremos haciendo balconing en Magaluf junto con una peña de hinchas del Millwall. En esto se ha quedado la élite británica.
Que un personaje tan habitualmente intoxicado como Johnson hable de la toxicidad masculina tiene su gracia. Debemos reconocerle su originalidad al premier de las parties en medio de la plaga, que se juergueaba con sus amigotes mientras toda Inglaterra estaba encerrada en sus casas, pasándolas canutas por orden del mismo gobernante que se incumplía sus propios decretos. Lo primero que deberíamos recomendarle a Johnson es que elija mejor su marca de gin, que hable con su dealer para que le proporcione un intoxicante que no produzca delirium tremens, porque luego aparece uno en la televisión alemana y pasa lo que pasa. No obstante, con Johnson sucede lo mismo que con Irene Montero y Rita Maestre: hay que agradecerles que estén desbarrando a diario en los medios. Así la diversión no nos falta, porque la mayor parte de muñecos socialdemócratas con los que nos administran las élites son desesperadamente mediocres, aburridos, monótonos, grises y correctos, como vendedores encorbatados de un gran almacén. Todos igual de friendlies y de sosos. Frente a
Esa colección de autómatas dudosamente humanos que no pasan de eficientes máquinas de calcular
esa colección de autómatas dudosamente humanos que, en el mejor de los casos, no pasan de eficientes máquinas de calcular, Johnson es un cerdito travieso, un Guillermo degenerado, un niño mal de casa bien, como decían nuestras madres después de algunas de nuestras malandanzas infantiles.
Johnson nos divierte. Y eso es mucho en esta Europa. Tuvo su comicidad el ver al amigo Borís correr como alma que lleva el diablo a Ucrania, para impedir que Zelenskii siguiera los sensatos consejos de Scholz y de Macron de que templara gaitas con Putin y tratara de buscar una paz negociada. Heraldo de la insensatez, Johnson destrozó la iniciativa del eje francoalemán y empujó aún más a Ucrania hacia la ruina y la derrota. Poco le importa eso al inglés, que continúa la tradición británica de sembrar la discordia en Europa y prometer lo imposible a quien esté dispuesto a enredarse en una guerra con la primera potencia continental; lo hicieron con España en el XVI, con Francia en el XVII y XVIII, con Rusia en el XIX, con Alemania en el XX y, ahora, de nuevo con Rusia.
'Divide et impera': es un mecanismo tan viejo, elemental y tonto como eficaz
Divide et impera: es un mecanismo tan viejo, elemental y tonto como eficaz. Y siempre encuentran a un polaco dispuesto a hacer de sparring. La vieja estrategia de mantener al Continente dividido y azuzar la guerra sigue dando muy buenos réditos a la oligarquía anglosajona. Con Polonia, los países bálticos y lo que pueda quedar de Ucrania, Johnson piensa reconstruir el imperio británico. Cuando, al salir de Kíev, sabía que tenía la guerra garantizada hasta la muerte del último ucraniano, la satisfacción y el alborozo de Borís Johnson sólo podían compararse con los de Churchill en 1914, al entrar en la I Guerra Mundial.
Resulta conmovedor que la Inglaterra del asiento de negros y de las guerras del opio nos dé lecciones de pacifismo feminista a los demás. Parece olvidar el primer ministro que, en cuanto a sanguinarias, nadie le puede discutir su “masculinidad tóxica” a la pirata, genocida y tiránica Isabel I o a la no menos bloody Margaret Thatcher, de infausta memoria y cuyo malaje se conmemora en una fea plaza de Madrid. No creo que Indira Gandhi, Catalina la Grande o Isabel la Católica fueran machos; sin embargo, ejercieron de conquistadoras y jefes políticos y militares muchísimo más agresivas que el prudente Putin, que ha tardado ocho largos años en decidirse a sajar el cáncer ucraniano.
Pero para decir cosas sensatas hay que crecer. Y Johnson sigue siendo un niño mimado, un vitellone, un Ubú Rey, que quiere hacerse notar entre los mayores. La infancia es un estado del que muchos sajones nunca salen. Y eso se nos está pegando. De hecho, el infantilizado, pervertido, estéril, bastardo y corrompidísimo Occidente ya no da otra cosa: o histéricas, o autómatas, o niñatos. Y siempre es preferible un niño tonto a un gólem socialdemócrata o a una loca de género.
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