UN JEFE

Abascal, cuyas cualidades de jefe se han afirmado en su  paso honroso de la Carrera de San Jerónimo, ha levantado una bandera. Toda España lo ha visto. Y éste es un país impredecible al que, a veces, la gallardía enamora, para confusión de los pragmáticos y los calculadores.

Compartir en:

Vivimos tiempos difíciles, intensos, cada vez más duros. La Historia empieza a pegar recio y nos exige tomar decisiones, tener claros los valores fundamentales y saber quién es nuestro enemigo. La moción de censura de Vox contra el Gobierno del “doctor” Sánchez ha servido para delimitar el campo, para saber quién está de un lado y quién de otro.

Vox se ha quedado solo. Frente a un bloque que va de Bildu al PP, el partido de Santiago Abascal no ha obtenido ningún apoyo. Este dato, aparentemente negativo, marca el mapa político de España con sus verdaderos límites, establece el frente de trincheras en el que se ha de librar la batalla por la supervivencia de la soberanía nacional contra sus enemigos separatistas y oligárquicos. Ya no hay duda: Abascal es la única oposición. Oposición solitaria, contra todos, enfrentada a un partido único que aglomera a todos los enemigos de la soberanía y la identidad de España, a todos los que apuestan por la desintegración de la familia, por el reinado sin fronteras del capital, por la inmigración masiva, por la “sustitución” de los pueblos de Europa, por la destrucción de la cultura cristiana, por la sumisión de los Estados a los designios de la plutocracia de los siniestros “filántropos” globalistas, por la destrucción de las clases medias y la conversión de las jóvenes generaciones en un precariado cada vez más empobrecido.

 Vox está solo y eso habla en su honor. No es una mala noticia, es algo que permite separar el grano de la paja, un tamiz, un cedazo moral y político, un filtro que separa un fluido de las impurezas. El Partido Popular ha despejado nuestras escasas dudas al alinearse con los partidos de un Sistema del que los tecnócratas de Génova son la rueda de repuesto. Al marcar las distancias con Abascal, renunció al primado de la oposición, un primado que se lo ha regalado íntegro a Vox contra los deseos de la mayoría de sus votantes. Seguramente algún apaño judicial y la lejana posibilidad de un gobierno de coalición están detrás de este inesperado arrebato, pues el PP se mueve muy bien en los cabildeos, en la falta de criterios ideológicos firmes y estables más allá de limitarse a gestionar las cuentas públicas y de un miope pragmatismo de cacique provinciano. Ahora, con esta interpretación sobreactuada en el Congreso, los populares han abandonado la indefinición y han dejado bien claro (por si hacía falta recordarlo) que son conservadores en el sentido más estólido de la palabra, que conservan lo que hay, sea esto lo que sea; en este caso, el radicalismo de la izquierda burguesa en el gobierno. No hacía falta ninguna dote de profeta para saber que de ellos jamás saldrá una alternativa que cambie este estado de cosas.

 Los partidos que forman la mayoría en el Congreso adoptaron hace ya mucho tiempo la dialéctica de la enemistad y del enfrentamiento: no otro sentido tiene la obsesión con la guerra del 36 y su política de legitimar toda violencia que venga de la izquierda. Hasta ahora, el supuesto gran partido de la derecha había optado por agachar la cabeza y besar el puño que le golpeaba. Sigue en ello, pero su cobardía y sumisión ante el trágala progresista ha acabado por dar nacimiento a un nuevo partido que, por fin, hace frente a un enemigo que ya se creía dueño del campo de batalla. El evidente alineamiento del PP con el resto de la socialdemocracia gobernante lo retrata mejor de lo que nosotros podamos describir.

Pero no sólo se trata de la supuesta derecha política o de ese cero de ideas y principios al que se llama “centro”. Los votantes de izquierda ahora también saben que, frente a un Gobierno sumiso ante el gran capital mundial, hay un grupo de españoles dispuestos a defender la soberanía económica de la nación y a despojar a la plutocracia nacional y a la oligarquía política de su poder.

Hoy los ricos son de izquierdas. Poco a poco, esa realidad se va afianzando en las mentes de muchos votantes de clase media y media baja

Hoy los ricos son de izquierdas. Poco a poco, esa realidad se va afianzando de forma involuntaria en las mentes de muchos votantes de clase media y media baja. No lo quieren creer, se resisten a ello, pero la tozuda realidad les demuestra que sus peores enemigos son los presuntos defensores de una clase obrera en la que ya no creen y que los señoritos rojos han abandonado a su suerte. 

La estrategia de la izquierda se fundamenta en la creencia de que los bloques electorales se dividen en tres grandes unidades: la izquierda, la derecha y los separatistas. Desde Zapatero, la izquierda ha apostado por la alianza con el separatismo para apartar a la derecha del poder y evitar la alternancia política. Sólo una mayoría absoluta permite a la derecha imponerse. ¿Pero qué sucede si ese dogma se quebranta? Imaginemos que un partido como Vox logra lo que el FN francés consiguió: imponerse en los antiguos cinturones rojos. Si el partido de Abascal da un giro más social, esa situación puede producirse en nuestro país y  acumularía un voto de protesta que hasta ahora nutre a la burguesía radical de izquierdas. En ese caso, los socialistas españoles podrían seguir el triste destino de sus correligionarios franceses.

Si Vox da un giro más social, se puede acumular un voto de protesta que hasta ahora nutre a la burguesía radical de izquierdas

No se trata de una fantasía. La realidad histórica cambia, es dinámica, y los tiempos que corren son cada vez más turbios, más radicales. Las políticas del justo medio y del pacto tienen los días contados porque es necesaria una sana y santa intransigencia para acabar con esta situación. ¿Quién nos iba a decir hace tres años que un partido identitario muy moderado, pero irremediablemente soberanista, iba a gozar de cincuenta y dos escaños en el Congreso? Todo parece posible en un momento como el que vivimos y Abascal, cuyas cualidades de jefe se han afirmado en su  paso honroso de la Carrera de San Jerónimo, ha levantado una bandera. Toda España lo ha visto. Y este es un país impredecible al que, a veces, la gallardía enamora, para confusión de los pragmáticos y los calculadores. Que así sea.

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

Comentarios

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar