La plaga

¿Cómo es posible que el causante de la crisis sea su beneficiario?

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España está enferma. En el momento en que escribo este artículo, hay 1.720 muertos y nos aproximamos a los 28.572 contagiados oficiales; y todavía nos queda por experimentar un sufrimiento más agudo. Además, cuando la epidemia remita, nos encontraremos con un país arruinado y con un desempleo masivo. ¿Cuántos negocios que echaron el cierre el lunes lo volverán a abrir cuando termine esta pesadilla?

Sin embargo, las preocupaciones de la extrema izquierda en el gobierno son otras: básicamente trata de aprovechar la ocasión para nacionalizar e intervenir empresas y acumular poder social durante estos días trágicos. Ningún analista quiere ponerse en la cabeza de un bolchevique de manual como es Pablo Iglesias. Esta gravísima crisis es una ocasión dorada, quizá la última, para "bolivarizar" España. Fiel secuaz de una ideología que ha causado más de cien millones de muertos en el siglo XX, Iglesias es de una aristocrática indiferencia ante el sufrimiento, ante eso que los historiadores marxistas llaman el "coste humano" de sus revoluciones. Ni a Lenin, ni a Stalin, ni a Mao, ni a las decenas de Mengistus, Pol Pots y Honeckers de este mundo les ha temblado el pulso a la hora de liquidar población para conseguir sus objetivos. ¿Acaso hemos olvidado las hambres planificadas por los soviéticos en los años veinte y treinta del siglo pasado, hambrunas que se llevaron por delante a millones de campesinos "reaccionarios", de los demonizados kulaks? ¿Nos hemos olvidado ya del gobierno marxista etíope de los años ochenta, que hambreaba a su pueblo al tiempo que recibía una colosal ayuda humanitaria? Sí, desconocemos hasta las lecciones más elementales del pasado reciente.

Iglesias se ha saltado dos veces la cuarentena y ha dado de nuevo un pésimo ejemplo, otro más, a la nación, que permanece encerrada en sus casas y sacrificando su trabajo y su bienestar mientras el señorito rojo acude a un Consejo de Ministros, que ni le espera ni le necesita, para conseguir algunas parcelas de poder personal. Este es el vicepresidente del Gobierno de España. Este es el vicepresidente de un poder ejecutivo que invitó a decenas de miles de ciudadanos a acudir a las setenta y siete manifestaciones del ocho de marzo para cumplir un fin propagandístico e ideológico, a pesar de que estaban sobradamente advertidos del peligro que corría la población (los efectos del siniestro 8-M son abrumadores, el contagio en ese fin de semana aumento en un 2 000%). Pero la propaganda y la manipulación ideológica —los fines políticos— están por encima de la salud de las personas. Incluso de la propia vida. La mente de Iglesias opera con la misma frialdad inhumana que la de un revolucionario profesional de los años treinta.

El principal fin de la extrema izquierda en este momento es acumular el monopolio de las ayudas sociales. España está arruinada y esa es una excelente noticia para Iglesias, no así para ese Kerensky descerebrado que es el patético doctor Sánchez. Sólo en circunstancias excepcionales puede la extrema izquierda hacerse con todo el poder. De ahí que incluso apoye el desbarajuste de las sanidades autonómicas legitimando la abierta traición del inhabilitado Torra. Cuanto peor, mejor. Iglesias no es tonto, sabe que dispone de una ocasión única de convertirse en la mano que reparta ayudas a una clase media pauperizada, a la que puede convertir en vasalla simplemente cortándole las subvenciones y hasta dejándola morir de hambre. ¿No se ha visto lo mismo en Venezuela en estos últimos años? Un panorama de inflación y paro masivo aniquilará y desesperará a la mayor parte del electorado. Entonces, allí estará él con sus soflamas de odio y su revanchismo social.

¿Cómo es posible que el causante de la crisis sea su beneficiario? La principal preocupación de la extrema izquierda no es vencer la plaga que ellos mismos han causado; al contrario, cuanto más graves sean sus efectos, más poder acumularán.

Lo que le interesa a Iglesias no es aminorar una mortalidad que no le importa, sino adelantarse en la batalla del lenguaje y la propaganda

Lo que ahora le interesa a Iglesias no es aminorar una mortalidad que no le importa, sino adelantarse en la batalla del lenguaje y de la propaganda. Cuando más motivos tienen los líderes de Podemos para avergonzarse, se les ocurre la idea de iniciar una campaña de caceroladas contra el rey, aduciendo como causa los robos de su padre. Asombroso. El propio PSOE ha evitado defender a Felipe VI, a quien la izquierda pretende convertir en el chivo expiatorio de una tragedia en la que no ha tenido ni arte ni parte. Después serán el heteropatriarcado, los bancos, la "Derecha", el "fascismo" o la Iglesia. Da igual, el caso es lanzar el odio de las masas contra enemigos ficticios que nada tienen que ver con una catástrofe de la que ellos son los únicos responsables y que no cayó del cielo el 9 de marzo, sino que ya estaba prevista desde mucho tiempo atrás. Les daba igual. Los líderes de Podemos y del PSOE tenían unos objetivos de propaganda política y a ellos sacrificaron a miles de personas. Puro leninismo. Evidentemente, es una responsabilidad tan grave, con tan serias consecuencias penales, que para desviar las iras hace falta encontrar un culpable, un "saboteador", como en los procesos de Moscú. Alguien que pague por tanta frustración y en quien se canalice el odio. ¿Y quién mejor que Felipe VI? Pocas veces tendrá Iglesias un comodín más idóneo para darle la puntilla al catatónico régimen del 78. Y cuenta con el pleno y entusiasta apoyo de todas las taifas, cantones y banderías separatistas... y con sus rehenes del PSOE.

Vienen tiempos muy recios. Preparémonos para el combate y, sobre todo, no caigamos en el imbécil error de apoyar acríticamente a un Gobierno cuya conducta frívola, estúpida, chapucera, irresponsable, vacilante y manipuladora no se debe tolerar. Debemos obedecer a las autoridades sanitarias porque a ello nos obligan la sensatez y el deber moral, pero por eso mismo no es legítimo excusar a estos botarates que nos gobiernan. Esta crisis ha demostrado más que de sobra para qué valen las autonomías y las demás instituciones de este régimen que no acaba de morir. También ha dejado en evidencia que la Unión "Europea" es un tinglado de burócratas y financieros incapaz de reaccionar en los momentos en los que más necesaria debería ser esa "unión". Nada volverá a ser igual cuando salgamos de nuestras casas.

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