Sobre la autohispanofobia de buena parte de la izquierda española se ha escrito mucho y desde los más variados puntos de vista, así que no cometeré el error de poner a prueba la paciencia de mis escasos lectores con más variaciones sobre el mismo tema. Tan solo señalaré que, aunque la crítica a los Gobiernos pasados de España fue un elemento lógico de las doctrinas izquierdistas del siglo XIX, el paso hacia el asco por la nación en su conjunto no se daría hasta 1898. Para comprobarlo no es necesario acudir a sesudas elaboraciones de ideólogos; basta con un vistazo a la evolución de la prensa izquierdista de antes y después del Desastre, y con sólo semanas e incluso días de diferencia.
Tres décadas más tarde, en 1930, el muy autorizado Manuel Azaña declaró:
En el estado presente de la sociedad española, nada puede hacerse de útil y valedero sin emanciparnos de la historia. Como hay personas heredo-sifilíticas, así España es un país heredo-histórico.
La hispanofobia de las izquierdas quedó así más que sembrada, junto a la paralela separatofilia, que no cesaría de aumentar en los años siguientes, aunque suela señalarse alguna frase de Negrín y, sobre todo, de Indalecio Prieto para probar su condición de patriotas. Pero al mismo tiempo se olvida su hipocresía, que permitía a este último sostener una cosa o la contraria dependiendo de su interés en cada momento. El dirigente peneuvista Telesforo Monzón, por ejemplo, recordó en sus memorias cómo Prieto le ofreció la independencia del País Vasco a cambio de su apoyo en la revolución de octubre de 1934.
Las masas se empaparon del mensaje de odio hacia su propia nación que los intelectuales y dirigentes izquierdistas habían sembrado con eficacia, como demostró el frenesí revolucionario estallado con la victoria fraudulenta del Frente Popular en febrero de 1936. Enrique Jardiel Poncela, ajeno a cualquier opción política, relataría:
En junio de 1936 la situación era insostenible. Decir "¡Viva España!" era un grito subversivo que significaba la cárcel inmediata. Pero "¡Muera España!" estaba admitido y se decía. También se decía por todas partes "¡Viva Rusia!" y "¡Rusia sí, España no!".
Los que vivieron aquellos sangrientos días recordarán que gritar "¡Viva España!" era un acto subversivo que solía acarrear la muerte. Pedro de Répide, cronista oficial de Madrid e insigne izquierdista arrepentido tras experimentar la República, escribió:
Oíanse continuamente, con chasquido de blasfemias, los alaridos de "¡No queremos España! ¡Queremos Rusia!" y los de "¡Viva Rusia, muera España!", expresiones inconcebibles por muy revolucionario que se sea.
Aprovecho la ocasión para señalar a quienes estos datos les hayan parecido interesantes que podrán encontrarlos, junto a muchos otros, en un libro de recientísima publicación que me atrevo a señalar aquí.
Con el paso de las décadas la tendencia no haría sino aumentar, como lo demostró la simpatía de la inmensa mayoría de la izquierda española por los criminales etarras, compañeros de viaje socialista al fin y al cabo. Y, por supuesto, su continua complicidad con la estrategia gradual de disgregación de España diseñada por sus socios separatistas.
Tras las citas de autoridades terminaré con dos pequeñas anécdotas personales cuyo trasfondo ideológico y psicológico muchos lectores podrán corroborar con sus propias experiencias. Hace unos quince años un representante –de cuyo nombre no quiero acordarme– de la cultureta progre de una provincia norteña de nula tendencia separatista escribió en un artículo de prensa: "España no me preocupa lo más mínimo; es más, su disolución hasta me parecería algo realmente interesante". Y también hace algunos años un cargo electo del PSOE –de cuyo nombre tampoco quiero acordarme– me dijo que le divertía el interés que teníamos los de la derechona por evitar la separación de Cataluña y el País Vasco. Y no sólo eso, sino que confesó entre francas carcajadas que, dado que le constaba que dicha separación implicaría una puñalada en el corazón de sus despreciados "patriotas de la derecha", estaba ansioso de que llegase ese momento para poder disfrutarlo.
Concluyo. Que nadie se engañe: los que creen que el indulto a los golpistas va a provocar el hundimiento del PSOE ignoran el resentimiento contra su propia nación que late en lo más profundo del corazón de la mayoría de los izquierdistas. Evidentemente hay excepciones, y algunas de indudable renombre. Pero en las urnas no se pesan las opiniones, se cuentan.
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