Cuándo hace unos meses todavía no eran seguras las nominaciones en ninguno de los dos grandes partidos norteamericanos, se creyó que, si cualquiera de los dos cometía el error de nominar a un populista, eso le daría la victoria al que fuera lo suficientemente sensato como para elegir a un moderado.
Esto es lo que se supone que finalmente ha ocurrido, que Hillary Clinton tiene ganadas las elecciones a partir del momento en que los republicanos cavaron su propia tumba oponiéndole como rival a Donald Trump.
Y sin embargo eso no está hoy nada claro. Es más, algunos piensan que es relativamente fácil que la candidata demócrata las pierda. Son muchos los factores que pueden hacer que estas elecciones sean mucho más reñidas de lo esperado.
Para empezar, ya se sabe que los trabajadores blancos de izquierdas se sienten mucho más atraídos por Trump que por Clinton. Las políticas de izquierda tolerantes con la inmigración, partidarias de la discriminación positiva y de elevados impuestos desde tramos de renta relativamente bajos han hecho que estos votantes se sientan atraídos por opciones xenófobas próximas a las de la extrema derecha. El fenómeno es similar al ocurrido en Francia, donde los trabajadores que votaban al Partido Comunista, hoy prefieren al Frente Nacional.
Pero no sólo es eso. Tras los comentarios racistas de Donald Trump, se da por hecho que el voto hispano irá en masa a parar a Hillary. Por lo visto, irá, pero no en masa. Los latinos que residen legalmente en Estados Unidos pueden ver con buenos ojos cualquier restricción que se haga a la inmigración ilegal porque eso puede ir en beneficio de su situación laboral al desaparecer la competencia de los ilegales. Por otra parte, es patente que Clinton no ha sido capaz de despertar en los latinos el entusiasmo que éstos mostraron por Obama.
Se suponía que el voto joven, espantado por los mensajes de Trump, se refugiaría en Clinton. Y no está siendo así. Los jóvenes se habían mostrado muy dispuestos a votar por el extremista Sanders, pero parece que se negarán a votar por Clinton, por mucho rechazo que les provoque Trump. Las encuestas indican que el voto joven irá en gran medida a parar a la abstención.
También contaba Clinton con los republicanos moderados, los que ven a Trump como un payaso de mensajes atrabiliarios que no merece ocupar la Casa Blanca y a los que no les es difícil aceptar a un candidato demócrata siempre que se aleje de las posiciones excesivamente izquierdistas de Obama.
Sin embargo, para estos republicanos, la candidatura del Partido Libertario, que estará compuesta por dos viejos gobernadores republicanos, Gary Johnson y William Weld, puede ser una opción infinitamente más interesante que la de votar a Clinton, si es que se deciden a buscar una alternativa a la abstención.
Por último, queda el hecho de que el equipo de Clinton no posee una estrategia ganadora contra Trump distinta de la de despreciarle como candidato y negarle la capacidad y la aptitud para presidir el país más poderoso del mundo. Esta estrategia era desde luego eficaz cuando Clinton encabezaba las encuestas con más de diez puntos de diferencia. Sin embargo, hoy que es de apenas un punto, no sirve.
El caso es que la gente de Clinton no sabe qué contestar cuando Trump acusa al marido de Hillary de haber sido un violador e implícitamente acusa a su mujer de haberlo ella tolerado como esposa. Parece como si Clinton no pudiera bajar al terreno de la pelea a boñigazos, porque eso le haría perder la imagen de persona moderada y fiable con la que pretende presentarse, pero tampoco puede dejar sin contestar los furibundos ataques de su rival, porque eso inclina a sus potenciales electores a creer que responden a la realidad. Si contesta, no será diferente a Trump, y si calla, otorga.
En consecuencia, Trump puede ganar. Otra cosa es que su victoria convenga o no a la derecha mundial. Pero ésa es otra historia.