Para quien lea hoy día El Quijote, entre los numerosos temas trasversales que recoge así como más allá del sentido del humor y las cuestiones más evidentes que traslada, muy posiblemente le quedará una sensación como de cierta lástima. También quizás como de oportunidad perdida.
Lástima por ese hidalgo enloquecido que pierde el contacto con la realidad y lástima de esa sociedad mayormente cínica e insensible que lo hace burla. Una historia en el fondo triste en la que también puede quedar la sensación de oportunidad perdida u ocasión desperdiciada. Tanto para el protagonista como para los personajes que se le cruzan. Porque don Quijote llena su alma con los paradigmas de la Tradición, el Caballero y el Héroe, pero confunde las cosas y no entiende ese lenguaje de leyendas y mitos en su correspondiente sentido simbólico y metafórico, tomándolo por el contrario en sentido literal. Siendo entonces que choca con la realidad y ésta lo tritura y machaca sin piedad. Pero también oportunidad perdida para ese gran número de personajes con los que se va cruzando y que reconociendo la locura del protagonista, hacen burla y escarnio de él sin reparar sin embargo en la gran verdad que pudiera subyacer a su discurso. Siendo entonces que salvo unas pocas excepciones, la mayor parte de ellos caen en la bajeza o la mediocridad.
Es de este modo que el valor de “Gran Relato” que poseen el Mito y la Leyenda, de narrativa evocadora capaz de despertar el alma a las Verdades de la Vida, queda así fuera de juego. Por la locura de uno y por el cinismo de los otros, siendo entonces que la oportunidad de regeneración y despertar que el Espíritu y la Tradición prometen se pierde.
Hay así en todos ellos una falta de Sabiduría a la hora de entender el discurso de la “Caballería Andante”, y es por ello que éste se mal logra. Y es que toda acción en el Mundo que pretenda dar buenos frutos, debe estar enraizada en la Sabiduría…
Debemos entender de esta manera que la clave del Quijote residirá precisamente, en ese valor simbólico y alegórico del lenguaje del Mito y la Leyenda. Lenguaje que no pretende decirnos cómo es la realidad, sino que pretende hablarnos de las “Verdades de la Vida y el Hombre”. Verdades que precisamente por su sentido espiritual, se trasladan con el lenguaje de la Tradición.
A partir de aquí, aquel que sienta la llamada de “las verdades de la vida” más allá de las comodidades burguesas o las preocupaciones mundanas, se sensibilizará con el lenguaje del Mito y la Leyenda y hará suyos los principios de la “Caballería” y la Tradición. Pero no para chocar con la realidad. No entendiendo el mito literalmente, como si fuera posible encontrar dragones custodiando tesoros bajo montañas lejanas. Sino en ese sentido simbólico que le es propio y que da al sujeto las claves espirituales para construirse auténticamente como persona. Esto es, para hacerse señor de sí mismo y Hombre fuerte y libre. Capitán de su propia vida y paladín de un estilo y una ética, que se viven como fundamento esencial de toda sociedad verdaderamente sana.
Del mismo modo, el cínico que en el Mito y la Leyenda no ve más que la divergencia de éstos respecto de la realidad, termina por darlos la espalda como mera fantasía inane haciendo entonces de la más pura mundanidad, su único horizonte de sentido. El cínico se burla así del dragón bajo la montaña, pues sabe bien que en el mundo real dicho y dragón y montaña no existen, y escapándosele la enseñanza espiritual que el Mito y la Leyenda atesoran, queda entonces abocado a la lectura alicorta, mediocre y en ocasiones rastrera de la existencia humana.
Ya sea el Quijote, ya sean los nobles que lo burlan, ninguno de ellos parece entender así cuál es la propuesta de la Tradición y a ambos de algún modo, la realidad termina por machacar. Ya sea ese don Quijote vapuleado por unos y otros, ya sean esos nobles burlones, decadentes y nihilistas, que en la bajeza que muestran con don Quijote, muestran también su fracaso frente a las verdades de la vida.
Es entonces cuando el lector de la inmortal obra de Cervantes reacciona. Siente lástima de todos ellos pero también, una saludable indignación. Pues en su corazón se despierta la rebeldía de saber que él no es así, y que en él no quedará la oportunidad perdida: Ni se volverá loco y verá gigantes donde no los hay, ni dará la espalda al Espíritu y se convertirá en un cínico sin honor ni vergüenza.
Es en ese momento cuando el Quijote se convierte en un auténtico revulsivo para el alma…
Pues sin esa “Gran Narrativa” del Mito y la Leyenda, se hace difícil despertar a las verdades de la vida y sin ellas, el sentido último de la existencia en el mundo real termina por perderse. Y eso es precisamente lo que no estamos dispuestos a consentir…
Porque no queremos la vida gris de la mundanidad que como a don Quijote se nos queda pequeña. Y por supuesto no aceptamos el cinismo y mediocridad de esos que se burlan de don Quijote y hacen de dicha mundanidad, su única referencia vital.
Nosotros somos los que leeremos “el Amadís de Gaula” y ni nos volveremos locos ni lo tomaremos como una mera evasión o fantasía vacía. Muy al contrario encontraremos en el lenguaje del Mito y la Leyenda las Verdades de la Vida y el Hombre y desde ellas, nos zambulliremos totalmente en la realidad. Viviéndola con una intensidad que la mediocridad del cínico no puede concebir y que los desvaríos del loco no le dejan alcanzar. Unos y otros fracasados y alienados en la prueba y desafío de la existencia humana. Allá donde nosotros estamos determinados a triunfar. A ser y vivir de verdad.
Ese es el revulsivo del Quijote. La enseñanza perenne que nuestro tiempo necesita como agua en el desierto y nuestra juventud debe conocer como faro en la oscuridad.
Un camino de Espíritu y Caballería. Un camino que es enseñanza para la forja del alma en la sabiduría y el vivir auténtico y de verdad. Con la existencia como aventura y como empresa.
No cabrá así en nosotros ni la alienación del que toma los Mitos y Leyendas como realidades. Ni la ofuscación de quien sin entender el valor simbólico y espiritual de la Tradición, la da la espalda como mera fantasía. Viviendo entonces sin más horizonte que la mera vida mundana.
Nosotros no somos así…
Nosotros queremos vivir en serio y de verdad. Por eso nos rebelamos al leer el Quijote y lamentamos la locura de uno y la bajeza de los otros y a partir de ahí, nos decidimos a triunfar donde todos ellos fracasaron…
Gonzalo Rodríguez García, en La forja y la espada
Imagen de portada: Don Qijote, de Fabricio Moraes