Rita Maestre no es Rosa Luxemburgo

¿Radicales vosotras? ¿¿Vosotras?? ¡No me hagáis reír! Y no toméis el nombre del radicalismo en vano.

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Hace cuatro años, a raíz de producirse el asalto a la capilla de la Universidad Complutense, leí este editorial en mi programa de radio, Sin Complejos. Por aquel entonces, ni yo ni nadie sabíamos quién era Rita Maestre. Pero aunque no supiéramos quién era esa asaltacapillas, estaba claro desde el principio lo que era. Y, sobre todo, lo que no era.

Rosa Luxemburgo nació en el seno de una familia polaca de origen judío, en 1871. Por aquella época, Polonia estaba repartida entre Prusia, Rusia y Austria.

Con problemas de crecimiento desde que nació, la malformación de la cadera la dejó coja para toda la vida a la edad de cinco años. Con nueve, se traslada con su familia a Varsovia, donde estudia en el Instituto.

A los quince años, Rosa Luxemburgo se afilia ya al partido obrerista “Proletariat” y tres años después tiene que huir a Suiza, para evitar su detención. Allí asistiría a la Universidad de Zurich.

Con 22 años, en 1893, funda, junto con otros compañeros, el periódico “La causa de los trabajadores”, como medio de oponerse a lo que ella percibía como una deriva crecientemente nacionalista en el Partido Socialista Polaco.

La tesis de Rosa Luxemburgo y de sus compañeros era que el énfasis en que el nacionalismo era una traición a la causa de los trabajadores y que Polonia sólo podría ser libre después de conseguir una revolución socialista en Rusia, Alemania y Austria, las tres potencias ocupantes.

Básicamente, por lo que Rosa Luxemburgo abogaba era porque la lucha debía ser contra el capitalismo, y no simplemente por conseguir la independencia de Polonia.

Participa también, ese mismo año, en la creación del Partido Socialdemócrata Polaco, junto con algunos otros personajes que luego adquirirían relevancia histórica, como por ejemplo Felix Dzerzhinski, que terminaría fundando la Cheka, la terrible policía política soviética.

Rosa Luxemburgo, a pesar de su corta edad, se convertiría de inmediato en la ideóloga del partido, llegando a mantener importantes enfrentamientos teóricos con el propio Lenin. Sus tesis eran las del comunismo internacionalista puro. Creía que el derecho de autodeterminación de los pueblos o los derechos étnicos eran irrelevantes, comparados con la causa del socialismo.

En 1898, a los 27 años, se casa con un alemán, con el único fin de obtener la nacionalidad alemana, y se muda a vivir a Berlín, donde se integra en el Partido Socialdemócrata. Irónica, contundente y brillante, sus conferencias y sus escritos pronto la convierten en una de las líderes del ala más izquierdista del partido.

Como tal, participó en las controversias entre los que abogaban por la vía parlamentaria y los que, como ella, defendían que la toma del poder sólo podía tener lugar por la vía de la revolución.

A partir de 1900, comienza a denunciar, en sus colaboraciones con distintos periódicos, el creciente militarismo e imperialismo alemanes, lo que le valió ser encarcelada tres veces entre 1904 y 1906.

A medida que se aproxima la Primera Guerra Mundial, Rosa Luxemburgo comienza a abogar por la utilización de la huelga general en todos los países europeos, como medio de impulsar la causa de la solidaridad entre los trabajadores y evitar esa guerra que todo el mundo veía venir.

Sin embargo, lo cierto es que, al estallar el conflicto,  los partidos socialistas de los dos bandos se alinearon con sus respectivos gobiernos, olvidando cualquier tentación internacionalista y pacifista.

Defraudada, Rosa Luxemburgo abandonó el Partido Socialdemócrata y fundó en agosto de 1914, junto a Karl Liebknecht, el grupo La Internacional, que dos años más tarde se transformaría en la famosa Liga Espartaquista.

Se dedicó a organizar manifestaciones contra la guerra en Alemania, llamando a los trabajadores a no someterse a las órdenes de reclutamiento, por lo cual fue condenada a un año de cárcel.

Al salir, volvió a intentar la convocatoria de una huelga general contra la guerra, lo que le valió otra condena de dos años y medio.

Desde la cárcel, y con la ayuda de amigos que sacaban ilegalmente sus textos, siguió escribiendo, criticando la guerra y abogando por la revolución socialista, pero también censurando las tendencias dictatoriales que comenzaba a percibir en la triunfante revolución soviética.

Al producirse en noviembre de 1918 la revolución alemana, la abdicación del kaiser y la rendición del país, el Partido Socialdemócrata se hace con el poder.

Rosa Luxemburgo consigue salir de la cárcel y un mes después, la Liga Espartaquista se integra con otros grupos de izquierda, fundándose el Partido Comunista Alemán, dirigido por ella misma y por Liebknecht. Y en enero de 1919 se inicia en Berlín el levantamiento revolucionario de los espartaquistas contra el nuevo gobierno.

Sus antiguos camaradas del Partido Socialdemócrata, ahora con el poder en la mano y enemigos acérrimos de cualquier tendencia revolucionaria, dan orden de aplastar a sangre y fuego a los espartaquistas.

Varios miles de militantes comunistas murieron en los enfrentamientos. Entre ellos, Rosa Luxemburgo, que fue torturada y asesinada, y cuyo cadáver fue arrojado a un canal del río Spree.

Viene esto a cuento de que he leído en estos días que un grupo de 70 muchachas autodenominadas “radicales” había organizado una hazaña auténticamente revolucionaria: entrar en la capilla del campus universitario de Somosaguas, zarandear al cura, desnudarse delante del altar y colgar las fotos de semejante heroicidad en Internet.

Y yo me pregunto: ¿quién le ha dado a estas muchachas permiso para autotitularse radicales?

Yo pensaba que el radicalismo consiste en oponerse al que es más fuerte que tu, no en zarandear al que sabes que no va a defenderse.

Yo creía que radical era el asumir riesgos en la defensa de las ideas propias, no el humillar las creencias ajenas.

Yo pensaba que radical era enfrentarse a cara descubierta a quienes gozan del poder económico o político, no el dedicarse a hostigar precisamente a esa Iglesia Católica que es casi la única institución que está haciendo algo hoy, en España, por quienes más están sufriendo la crisis.

Insisto: ¿quién ha autorizado a estas asaltacapillas a llamarse radicales?

¿Radicales vosotras? ¿¿Vosotras?? ¡No me hagáis reír, hombre! Y no toméis el nombre del radicalismo en vano.

Rosa Luxemburgo –aquella mujer coja, contrahecha, fea, inteligente, comprometida y consecuente– sí era una radical. Vosotras simplemente sois… una panda de niñatas, con un notable exceso de tiempo libre y una notable carencia de materia gris.

En tiempos de Rosa Luxemburgo os habrían calificado, acertadamente, como pequeñoburgueses que juegan a ser radicales.

Y alguno de los compañeros de Rosa Luxemburgo no habría dudado un minuto en mandaros a los campos de trabajo del Gulag, a ver si espabilabais.

Más que nada, como medida de autoprotección, porque eran plenamente conscientes de que los movimientos revolucionarios pueden a veces sobrevivir a la represión, pero a lo que jamás sobreviven es al poder destructivo de los tontos.

 Luis del Pino

Actuall, 19/02/2016

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