Walzer: el inmigrante es como nosotros pero no es uno de nosotros
Michael Walzer es uno de los pensadores más originales en el debate entre liberales y comunitaristas. Su teoría de los bienes sociales es de sus aportes más importantes. Para explicar y delimitar los límites del pluralismo de las posibilidades de distribución, Walzer considera imprescindible una teoría sobre los bienes: "la justicia requiere defender la diferencia—bienes diferentes distribuidos por razones diferentes a grupos de gentes diferentes—" (Walzer, 1996). Para Walzer los bienes no tienen una naturaleza esencial y en consecuencia la justicia distributiva debe tener una relación con el lugar que ocupan en la vida mental y material de la gente entre la que se distribuyen: "la justicia distributiva es relativa a los significados sociales" (Walzer, 1996).
Los bienes no son entes abstractos que han de ser asignados de acuerdo con ciertos principios generales. queda descartada la idea de que exista un conjunto de bienes universales abstractos, objeto de la distribución. Los bienes son indisociables de los significados que la gente les atribuye y que constituye el medio por excelencia de las relaciones sociales. Si insistimos en la diferenciación y en la especificidad en el ámbito de las pretensiones, la suma de nuestros rechazos, reconocimientos y cualificaciones, arribaremos a lo que Walzer denomina la igualdad compleja, es decir: "la condición social en la que ningún grupo particular domina los diferentes procesos distributivos" (Walzer, 1996). Para Walzer es más importante el tipo de bienes por distribuir que su cantidad. La desigualdad es ilegítima cuando es opresora o tiránica, cuando un tipo de bien, como el dinero, domina o influye sobre los otros bienes. La distribución desigual de un bien es legítima dentro de su propia esfera de influencia, pero un tipo de bien no debería influir sobre otras esferas. Un bien social es la pertenencia a una determinada comunidad:
el bien primario que distribuimos entre nosotros es el de la pertenencia a alguna comunidad humana. y lo que hagamos respecto a la pertenencia estructurará otra opción distributiva: determina con quién haremos aquellas opciones, de quién requeriremos obediencia y cobraremos impuestos, a quién asignaremos bienes y servicios (Walzer, 1996: 44).
De aquí se desprende la política que una comunidad puede adoptar en torno al tema de la inmigración. Walzer parte de la diferenciación entre personas pertenecientes a una comunidad y los extraños. Éstos son como nosotros, pero no son uno de nosotros (Walzer, 1996). Es justo que quienes pertenecen a una comunidad establezcan los requisitos y condiciones para aceptar a los extraños como miembros de su comunidad. La justicia distributiva de Walzer legitima los tratos diferenciados entre los de adentro con los de afuera de una comunidad, tanto en el tema de ingreso a la misma como respecto del acceso a los derechos. Para dar mayor claridad, Walzer recurre a los ejemplos de una asociación o una vecindad para demostrar que sus miembros están facultados para establecer criterios de admisión, por más diferentes que sean los parámetros de medición.
Más allá de nuestro desacuerdo en equiparar las políticas públicas que se aplican en el tema de los inmigrantes con lo que ocurre en una asociación o una vecindad, resaltamos que la consecuencia de aplicar la teoría de los bienes sociales de Walzer es la parcelación de lo que se entiende por justicia, es decir, que los criterios de justicia —distributiva— se desprenden de los significados sociales que les atribuye una comunidad. Las políticas de inmigración no se valorarían en torno a criterios de justicia generales ni a valores abstractos o universales, ni siquiera por el sentido común, basta que una comunidad determinada las dote de un sentido o valor social —protección de la identidad comunitaria— para que sean justas sin importar la condena mundial.
Podemos volver a políticas como la Australia blanca por el hecho de que los integrantes de una comunidad consideran que las personas de raza caucásica son las únicas que pueden preservar sus valores comunitarios más importantes o simplemente porque son más útiles que los de otras razas. Si la determinación del significado social está definida por los designios del grupo de poder político —que representa los intereses comunitarios—, imagínese el impacto para los inmigrantes de aquellos países donde el poder político ha sido tomado por partidos como la Liga del Norte de Italia o el Partido Liberal de Austria, que presentan a los inmigrantes como los nuevos enemigos simbólicos de la patria —cuando lo que pretenden en realidad es evitar que las personas que vienen de fuera accedan a los bienes y riquezas del grupo (Silveira, 2000: 19)—. En otras palabras, la justicia distributiva y la igualdad compleja de Walzer pueden desencadenar políticas de inmigración basadas en el egoísmo y en el puro interés particular —Walzer no postula estas justificaciones, sino las consecuencias que podrían generarse al aplicar sus ideas— que prevalece sobre cualquier expresión de solidaridad con el otro. Al respecto citamos a García Amado:
El modo de razonar en este caso —egoístamente— y cuando no aparece ningún elemento del nacionalismo sustancializador se puede esquematizar así: posiblemente no hay ninguna razón de fondo o sustancial, sino la pura casualidad o azar histórico, por la que yo y mis compatriotas seamos precisamente nacionales de este Estado X y no lo sean, en cambio, el señor y o el señor Z. Ahora bien, una vez que las cosas sean así, ante la cuestión de que el señor y y el señor Z también quieran vivir en nuestro Estado X e, incluso, ser sus nacionales, calculamos si esa pretensión nos interesa y, en función del resultado de ese cálculo, decidimos si les permitimos venir aquí y bajo qué condiciones, y establecemos también cuáles son sus derechos, dado que estamos en situación de y tenemos el poder para dirimir al respecto. y lo normal y más frecuente es que o bien nos beneficie que y y Z no vengan (para que no gasten de nuestros bienes o no compitan con nuestros intereses; para que no tengamos que repartir con ellos el pastel, en suma), o bien que vengan pero con unos derechos limitados que aseguren su subordinación a nosotros, con lo que en lugar de competir con nuestros intereses sirvan a los mismos, y sin tomar del pastel ni un ápice más de lo que nos convenga darles.
Pero no solamente está el germen del egoísmo en el trato diferenciado a los pertenecientes a una comunidad y a los extraños a la misma, sino que hay una contradicción entre los postulados antiuniversales de esta corriente de pensamiento. Como todo comunitarista, Walzer niega la validez global de cualquier sistema de reglas morales. Por el contrario, plantea que cada individuo recibe de su comunidad la identidad que lo constituye en persona, las claves de una autopercepción que le permite la autoconciencia y la socialización con base en la inserción en un entramado de significados y relaciones, cultural y comunitariamente establecido. Por eso la primera obligación moral de cada uno es la lealtad y fidelidad a ese tejido cultural que le da su ser y su personalidad, a una comunidad que forma su propio sistema de reglas morales. El problema es que si la obligación moral y política primera de cada uno es la defensa, incluso con las armas como postula MacIntyre, de sus señas de identidad comunitaria y del interés, así como de la pervivencia de la cultura comunitaria, estamos igualando la situación del otro con la nuestra en lo que a ese único principio universal toca: la misma obligación que tengo respecto de mi comunidad, la tiene el otro, el extranjero, respecto de la suya. A falta de una razón universal con atributos independientes suficientes para hacer posible un entendimiento de mínimos, razón cuya asunción negaría los mensajes mismos del ideal comunitarista —incluyendo a Walzer—, habrá que asumir que la única dinámica intercomunitaria que cabe es el enfrentamiento, la lucha entre comunidades y culturas. Como indica García Amado:
a fin de cuentas, el ideal del comunitarista sería la plena garantía de subsistencia de su comunidad y su cultura, lo que sólo quedaría asegurado cuando hubiera vencido definitivamente sobre cualesquiera otras que pudieran hacerle competencia. En suma, el mismo imperialismo cultural que se dice que los universalistas quieren conseguir por la vía pacífica del universalismo ético etnocentrista.
Finalmente, debemos hacer mención de que la separación —afirma Walzer— de las esferas de los bienes sociales es hasta cierto punto artificial. En realidad, la pertenencia a una comunidad determinada tiene un efecto directo en el acceso a la educación, al poder político, a la atención médica, a la cultura, al dinero, etc. Es poco realista sostener, por ejemplo, la legitimidad de acceso a un país —llámese comunidad— según el grado de acumulación de riqueza del inmigrante y prohibir al mismo tiempo el influjo entre las distintas esferas de bienes de aquella persona.
Amitai Etzioni y el inmigrante de utilidad
En el campo de la sociología, Etzioni es de las figuras contemporáneas más destacadas.13 En lo económico, propone un nuevo paradigma: la socioeconomía. Entre las bases de su pensamiento están los siguientes supuestos: 1) que la economía está inmersa en la realidad social y cultural y que no es un sistema cerrado y autocontenido. 2) que los intereses que generan comportamientos competitivos no son necesariamente complementarios y armónicos. 3) que los mecanismos de decisión de los individuos están influenciados por valores, emociones, juicios y prejuicios, así como por afinidades culturales y otros condicionamientos, y no simplemente por un preciso cálculo de interés propio. En lo comunitario, Etzioni señala que la buena sociedad es una sociedad equilibrada con tres puntos de apoyo: el Estado, la comunidad y el sector privado —el mercado—. Es necesario que los tres se coordinen —en el mundo occidental, el déficit más grande es el comunitario— mediante un acuerdo que Etzioni llama el bagaje moral de la sociedad. El estamento político tiene reservado un papel importante, pues el Estado debe permitir más protagonismo comunitario —retirarse de un terreno conquistado— y a su vez velar para que el mercado se respete a sí mismo —conquistar un terreno nuevo—.
En cuanto al tema de la inmigración, Etzioni pro-pone que el punto de partida para alcanzar una nueva mentalidad sobre la misma es aceptar que nadie tiene el derecho a estar en el país de otras personas, de la misma manera que nadie tiene el derecho de mudarse a la casa de otra persona. Para Etzioni, la gente florece cuando es parte de una comunidad. Para fomentar estas comunidades deben mantenerse los lazos que trae la afinidad, ha de promoverse un limitado pero importante conjunto de valores comunes y cultivarse un sentido de historia y futuro compartido. Según Etzioni, quien busque ingresar a una nación en particular para mejorar su vida personal o privada debe estar dispuesto a adoptar los lazos comunitarios y la cultura moral de la comunidad nacional en la que se integra, así como asumir las cargas de su pasado y las obligaciones de su futuro. Sin embargo, este requisito no implica que los inmigrantes se integren tanto que desaparezcan dentro de la sociedad predominante, asimilados hasta el punto de ya no ser distintos, o que se les prohíba intentar mejorar su nuevo país. Deben empeñarse en convertirse en buenos ciudadanos o su petición de ser admitidos como nuevos miembros del país puede denegarse justamente. Etzioni distingue entre inmigración humanitaria, cuyo principal propósito es ayudar a los individuos involucrados, y la inmigración de utilidad, cuyo objetivo primordial es ayudar a la economía de la nación. Mientras que la inmigración humanitaria busca ayudar a las personas que tienen más necesidades, con antecedentes de opresión y vulnerabilidades, la inmigración de utilidad busca gente joven, saludable, con un capital grande o a aquellos cuyas habilidades estén en gran demanda. Por supuesto que hay algunos inmigrantes que califican en ambos campos, pero muchos no lo hacen.
Frente a estos postulados, se puede afirmar que el defensor del comunitarismo no podrá ver con radical antipatía las reacciones de la población consistentes en temer que los extranjeros disuelvan o dañen la identidad comunitaria en cualquiera de sus manifestaciones. Es más, esa reacción de rechazo ante la irrestricta e igualitaria inserción como ciudadanos de quienes provienen de otros países, y especialmente de otras culturas, se verá incluso como un componente de virtud ciudadana de los nacionales de la comunidad receptora, quienes de ese modo acreditarán su compromiso con su comunidad y con el mantenimiento de sus datos colectivos y aglutinadores. todo ello, sin perjuicio de que esta forma de proceder se convierta en un rasgo de todos los pueblos, universalismo que el comunitarismo rechaza, pero que demuestra la inconsecuencia de llevar hasta el límite los postulados de esta filosofía política. otro punto a resaltar en el pensamiento de Etzioni es que considera que la inmigración no es un derecho, sino un privilegio. También se le puede rebatir, al referirnos al estado de necesidad en numerosas situaciones desesperadas de estos inmigrantes, lo mismo que a la inmigración humanitaria a la que él alude.