1.- Cuando nos lanzamos a la búsqueda de los fundamentos y los orígenes de una nueva teoría social como es el comunitarismo cabe hacer dos precisiones previas. Una es que hay que evitar caer en el hoyo del historicismo. Los historicistas suelen tener una concepción lineal de la historia del pensamiento y explican lo que viene después como la necesaria consecuencia de lo que ha ocurrido antes. Este prejuicio no tiene base racional. Nuestro presente no es una necesidad sino una posibilidad hecha realidad. Nada más. Lo digo porque he leído hace poco a uno de los más famosos pensadores modernos remontarse hasta Platón para explicar la aparición y el devenir del comunitarismo como corriente de pensamiento autónoma, lo cual me parece ciertamente una exageración.
La otra precisión que cabe hacer es la del peligro del disciplinarismo. Este peligro se abate mayormente sobre aquellas disciplinas que han desempañado hasta hace bien poco un predominio casi absoluto en lo que hemos dado en llamar el área de humanidades. Me refiero en concreto a la filosofía, o mejor dicho, a aquella filosofía que habiendo despreciado los nuevos saberes modernos se aventura a sentar cátedra sobre corrientes de pensamiento cuyo discurso transcurre mayormente asentado sobre conceptos y usos de otras ciencias como son, para el caso que nos ocupa, la economía o la sociología. Al menos en mi país este peligro se hace muy presente entre la mayoría de los que desde las humanidades interpretan y explican el comunitarismo, tarea que creo que no se puede hacer de manera acertada sin tener una buena base en ciencias sociales.
Dicho esto y antes de proseguir, tendré que hacer mención de cuál es el enfoque que voy a utilizar para desarrollar mi exposición. Diré primero que lo que manifiesto lo hago con humildad en el bien entendido que mi aspiración no es dar cuenta de una vez y para siempre de las razones de ser del comunitarismo moderno sino que aspiro, con modestia, a aportar mi experiencia como alguien que viene investigando y publicando sobre el tema desde hace muchos años usando mi visión particular de sociólogo para iluminar desde un ángulo que para los ajenos a mi disciplina suele permanecer oscuro este objeto que nos proponemos estudiar aquí sobre los orígenes del comunitarismo. Diré también que voy a tratar de dejar claro desde el inicio lo que a mi entender es una equivocación de muchos de los comentaristas críticos del comunitarismo. Se trata de contraponer como opuestos liberalismo y comunitarismo. La verdad es que no son categorías contrapuestas. Si tuviera que concretar en un solo término qué es lo que se contrapone al comunitarismo, al menos en el contexto cultural del que procedo, yo no afirmaría que es el liberalismo sino el individualismo. Por último, diré también que en el enfoque que voy a utilizar prima sobre todo la interpretación personal que hago de la obra de Amitai Etzioni. Si bien reconozco la importancia de las aportaciones de Michael Walzer, Michael Taylor, Alisdair MacIntyre, y, sobre todo de Charles Taylor, creo que la obra de Etzioni es la única que reúne el suficiente cosmopolitismo académico incorporando las aportaciones de la filosofía, la economía, la sociología, el derecho de gentes y la teoría política, como para merecer mi mejor reconocimiento.
2.- Dicho esto voy a tratar de esclarecer mi hipótesis de partida que es sucintamente la siguiente: que el espíritu comunitarista ha acompañado toda la historia de la humanidad y lo que ahora nos parece una novedad es simplemente el resultado de un paréntesis que se cierra: el paréntesis individualista. Lo que está ocurriendo es que algunos nos estamos dando cuenta, y en esto la obra de Etzioni ha sido y es muy importante, de que el individualismo tal y como se concreta en la práctica de las relaciones humanas en la historia presente ha provocado unas disfunciones estructurales que lo hacen socialmente insostenible a largo plazo como sostén ideológico de la vida en común.
El individualismo al que me refiero tiene una historia corta, mucho más corta de lo que piensan los que opinan que la acción, y en este caso la acción colectiva, es fruto de la reflexión. Yo creo que no. Pienso que las ideas aquí no han sido antes que los hechos históricos. Para mí el individualismo es un paréntesis que se abre con la sociedad de consumo masas y que se cierra o que se cerrará con la aparición de la conciencia de la suficiencia que viene acompañada por el repudio del materialismo y de sus consecuencias.
La sociedad de consumo nace y se consolida en la segunda mitad del siglo XX. Una serie de factores novedosos la explican y al mismo tiempo la conforman. Por un lado tenemos la primacía de la oferta sobre la demanda que acompaña las últimas etapas de la revolución tecnológica, un fenómeno nuevo en la historia humana y que es de índole mercantil. Por otro lado tenemos la globalización con todas sus consecuencias uniformizadoras que no son solo pautas comunes de consumo sino también de aspiraciones y gustos. Y en tercer lugar tenemos la intromisión del mercado en los ámbitos privados que hacen que la oferta ya diversificada y ya globalizada se te presente como reclamo inmediato allá donde uno se encuentre sin mediar asentimiento y ni siquiera petición.
Hay un cuarto factor que cataliza todo este proceso hacia un resultado esperado. En efecto, la secularización entendida como por un lado la disminución de importancia de las aspiraciones o inquietudes espirituales que no puede satisfacer el mercado y por otro lado la crisis de credibilidad de las Iglesias establecidas muchas veces combatidas por los estados y otras desde dentro de sí mismas, hace que la consolidación de la sociedad de consumo dé un resultado previsible: el materialismo. La cultura consumista moderna es una cultura empapada de materialismo práctico que después, y recalco lo de después, ha sido también un materialismo teórico.
¿Cómo se ha producido esto? El comunitarismo tiene una explicación de este acontecer. Básicamente estamos ante un fenómeno que visto desde una perspectiva histórica resulta muy novedoso en el sentido de ser original, razón entre otras por la que hemos hablado al referirnos a esta situación de un paréntesis. El hecho está en que hemos pasado de afirmar como constitutivas de identidad las relaciones yo-tú que resultan en un nosotros a las relaciones yo-cosas que resultan en un agregado de consumidores.
Si nos damos cuenta, las relaciones yo-tú tienen dos características básicas. Por un lado son relaciones vinculativas y por otro lado y como consecuencia son relaciones excluyentes. Es decir son relaciones que al conformar un nosotros cierran una identidad a la que son ajenos otros nosotros. Es lo que yo llamo la extrañeza. Uno pertenece a una o varias comunidades (varios nosotros) en la medida en que tales nosotros sean reconocibles desde fuera. Las relaciones yo-tú de diversas maneras producen la distinción entre propios (nosotros) y extraños (ellos como otros o como distintos nosotros). Así, yo pertenezco a mi familia en la medida en que no pertenezco a otra, o yo soy del Barcelona en la medida en que no soy del Real Madrid. El resultado de conjunto de las relaciones yo-tú es una pluralidad: una pluralidad de comunidades abiertas las más y cerradas las menos en las que los vínculos tienen a la larga un carácter identitario.
Las relaciones yo-cosas son, sin embargo, otra historia. Por un lado conforman si cabe una identidad uniforme en todos los yoes que vista desde fuera crea un universo monocromático de diversidades que son solo cuantitativas, medidas por las cosas, por la materia. Pero más grave es que al mismo tiempo el olvido de otro tipo de diversidades y en particular las que reconocen la existencia de satisfacciones grupales que tácitamente excluyen su convertibilidad en bienes de consumo, produce un aislamiento en el que se gesta el individualismo.
Efectivamente, pues, materialismo e individualismo, están en este caso estrechamente unidos. El mismo mercado que es a un tiempo global en ámbito, integral y completo en oferta, e inmediatamente próximo, acaba por absorberme al punto que solo reconozco en el vecino su calidad de consumidor como yo. Así el individualismo salva la igualdad pero nos condena al aislamiento. Un aislamiento que en sus versiones patológicas negadoras de la igualdad tenderá a convertir al otro también en un bien de consumo más.
Sin llegar a esos extremos patológicos que tanto pueblan la ciencia ficción contemporánea, pensemos en el debate sobre la clonación por ejemplo, el mero individualismo aislacionista está siendo contestado sociológicamente, es decir, empíricamente, por todos lados. Razón por la que creemos que tiene fecha de caducidad y que el paréntesis está por cerrarse. Tres razones explicativas de esta prognosis merecen comentario aparte.
En primer lugar la experiencia de lo que la sociedad consumista nos ha procurado. Es decir, ¿tenemos datos para afirmar que el consumismo es realizante? No; más bien al contrario. Tenemos una amplia bibliografía, la verdad es que padecemos una eclosión de literatura sobre este tema, acerca de las disfunciones del consumismo que apuntan precisamente a que la felicidad y realización personales tienen una razón comunal y que los defectos de su ausencia están detrás de la proliferación de enfermedades psíquicas que padece el mundo más desarrollado materialmente. En este sentido hemos de prestar atención a las innovaciones que tanto desde la psicología como desde la sociología se están presentando para pulir los instrumentos de medición del desarrollo comparado de modo que se aprecien también las disfunciones sociales que el consumismo produce allí donde se hace más presente.
En segundo lugar hemos de comentar el auge del asociacionismo civil que apunta dos carencias bien sentidas en la sociedad de consumo. Nos referimos a la falta de solidaridad y a la falta de sensibilidad ambiental. Gran parte de las organizaciones no gubernamentales que han surgido en tantos países en los últimos años apuntan precisamente a la necesidad de recomponer los lazos entre nosotros superando el individualismo y el aislamiento. Estos se producen tanto sincrónicamente con los contemporáneos a uno como diacrónicamente con las futuras generaciones. Los hechos son tozudos y claros. Nunca antes en la historia se ha constatado tanta desigualdad y lejanía entre los habitantes del planeta y al mismo tiempo nunca antes en la historia habíamos tenido la capacidad de excluir a las futuras generaciones de la vida mediante el ejercicio de una capacidad de destrucción del medio en que vivimos de la que antes carecíamos.
Y en tercer lugar hemos de mencionar el fenómeno del religamiento. Por religamiento entendemos la constatación de un renacer religioso que opera fundamentalmente a dos niveles: a nivel de estratificación social entre los jóvenes de todo el mundo independientemente de su país y cultura, y a nivel del reparto de espacios, y por lo que se refiere al cristianismo, entre los habitantes de países de menor o más joven tradición cristiana como los de Asia y África. En la explicación de este hecho y en ambos niveles no es posible desdeñar el impacto que para la cultura y la religión tuvo Juan Pablo II con su poder de convocatoria, quizá el más grande en toda la historia, y su apuesta decidida por hacer de nuevo socialmente visibles los valores del evangelio cristiano. Desde el punto de vista social, el religamiento da como resultado una polarización que puede propiciar cambios y conflictos y que en cualquier caso es necesario comprender. Efectivamente, la aparición del religamiento tiene como primera consecuencia el remarque de las distancias entre una cultura pública que en países con gobiernos laicistas margina lo sagrado y una militancia religiosa intensa de carácter tanto privado como público que se encuentra incómoda ante las demandas de aquiescencia que le imponen los poderes públicos. La polarización abre también una brecha cada vez más acusada entre paganos y creyentes, más materialistas los primeros y más postmaterialistas los segundos, que a la larga obligará a pactos de convivencia para garantizar la armonía social. En cualquier caso el religamiento presenta un reto de considerable magnitud al individualismo pues ambos, el renacer religioso y el individualismo aislacionista, son trazas culturales incompatibles.
3.- Por estas tres razones, entre otras: la mala experiencia del consumismo, las carencias de solidaridad y de sensibilidad ambiental, y el religamiento, podemos preguntarnos, ¿cuánto tardará en cerrarse el paréntesis individualista? Para contestar a esta pregunta repasemos los campos en litigio y tratemos de ver quiénes son y cuál es la fuerza de los individualistas y quiénes son y cuál es al fuerza de los comunitaristas.
Del lado individualista caen casi todos los que directa o indirectamente abrazan y justifican los presupuestos ideológicos de la escuela económica neoclásica. El neoclasicismo, también llamado defectuosamente neoliberalismo, tiene como eje argumentativo y propositivo una peculiar teoría de la racionalidad que lo distingue tanto del liberalismo como más claramente del comunitarismo. La obra más idónea para estudiar las contradicciones internas de la teoría económica neoclásica es el libro de Amitai Etzioni La dimensión moral de la economía que esperamos ver publicado pronto en español. Los presupuestos neoclásicos califican como racional aquel comportamiento humano que magnifica una única utilidad llamada interés propio y que al mismo tiempo lo hace consistentemente, por eso para los neoclásicos el comportamiento racional es hasta cierto punto predecible. No todos los liberales estarían de acuerdo con esta aseveración por eso yo creo conveniente mantener la distinción entre liberales y neoliberales, entre otras cosas porque me consta que muchos liberales están más cerca de los postulados comunitaristas que de los neoclásicos. A modo de ejemplo podemos etiquetar como liberal-comunitaristas a aquellos que manteniéndose fieles al credo liberal defienden esta capacidad, la libertad, no solo para los sujetos humanos individuales adultos, sino también para los sujetos colectivos de tal manera que pueda hablarse y defenderse además de la libertad individual, la libertad de las familias, de las iglesias, o de las asociaciones cívicas. Frente a estos los neoclásicos podrían ser etiquetados como liberal-individualistas en la medida en que para ellos el sujeto del que se predica la racionalidad es siempre el sujeto individual.
Hoy en día gran parte de la oferta política mundial es afín al neoclasicismo, incluyendo en este campo incluso al gobierno de la República Popular China. Por lo que se refiere a la oferta ideológica casi todos los apóstoles de la modernidad y de la postmodernidad cabría situarlos aquí, entre ellos también a Anthony Giddens.
Del lado comunitarista están sobre todo los que entienden que el estado no debe acaparar el monopolio de la soberanía y que por tanto ven un futuro posible y deseable de soberanías articuladas. En ese marco conceptual además de los derechos para los individuos y las constituciones para los estados habría que tener en cuenta a las comunidades humanas como sujetos de derecho. Llegados a este punto hemos de referirnos al nacionalismo que algunos equivocadamente catalogan como una variante del comunitarismo. El nacionalismo, sin embargo, en la medida en que encumbra una comunidad, la nacional, a la que le otorga el monopolio de soberanía conculca todas las demás. El nacionalismo está en las antípodas del comunitarismo pues éste en la medida en que aboga por un reparto de soberanía a una pluralidad de sujetos supone a fin de cuentas una afirmación de la sociedad sobre el estado que está muy lejos de los planteamientos que hoy defienden los que se proclaman nacionalistas para quienes el principio de autodeterminación pertenece en exclusiva a la nación. No obstante esto vemos con optimismo la posibilidad de que el derecho de autodeterminación, siempre y cuando este derecho no se aplique en exclusiva a los que habitan un determinado territorio, se considere una reivindicación plausible para todo tipo de comunidad.
Es sin embargo en la oferta ideológica donde el comunitarismo tiene un mayor reclamo y rigor. No voy a comentar las aportaciones habidas en el mundo anglosajón, que son por otra parte las más conocidas y estudiadas y cuyos adalides, todos de una categoría intelectual y académica sin discusión, hemos mencionado con anterioridad. Sólo quisiera para terminar mencionar dos tradiciones ideológicas cuyos fundamentos teóricos guardan estrecha relación con el comunitarismo moderno. Nos referimos por un lado a un pensador italiano contemporáneo creador de escuela que está empezando a ser traducido al español con mucho éxito. Se trata de Pierpaolo Donati y a su teoría relacional de la sociedad. Donati presenta una argumentada y coherente crítica al individualismo al tiempo que aporta a la investigación sociológica luces para entender la imposibilidad de sostener una sociedad viable desde las posturas abrazadas por el modernismo. No me cabe duda que la obra de Donati en la medida en que se estudie y divulgue contribuirá a sugerir soluciones comunitaristas alternativas a las aplicadas hoy en día para resolver los muchos problemas que plantea la difícil convivencia entre competitividad y cooperación.
Por último he de referirme a las muchas contribuciones que en los países latinos ha aportado y sigue aportando el pensamiento y el activismo católico. Dos querría señalar. Por una lado la obra de Manuel Lizcano que sin duda cobrará relevancia en la medida en que se difunda su gran obra póstuma Tiempo del sobrehombre. Y por otro la obra de Guillermo Rovirosa autor del Manifiesto comunitarista publicado por las Hermandades Obreras Católicas HOAC en 1966. Y es que el pensamiento católico, particularmente el pensamiento católico de izquierda, de un vigor, rigor, y compromiso de primerísima calidad intelectual, a pesar de ser poco conocido en el mundo anglosajón, es esencialmente, o mejor dicho, evangélicamente, comunitarista.