Lo difícil de la metapolítica es que no especula sobre "lo que debe ser", sino sobre la realidad política tal como se da: sobre lo que es, más lo que puede ser.
Es sabido que la metaética comenzó como una reflexión filosófica sobre el lenguaje moral, explicatio terminorum, y que con los años pasó a designar los problemas fronterizos entre la filosofía y la teología. Esto es, los temas que van más allá de la reflexión normativa.
Y así como el teólogo no puede ignorar los tratamientos filosóficos de los problemas morales, de igual manera el filósofo no puede hacer “como si” los temas teológicos no existieran. Así, por ejemplo, sobre el mal en el inocente o la muerte, no puede hacer como si nunca hubiera oído hablar sobre lo que naturalmente ha oído o aprendido, y pretender quedarse en una fenomenología meramente descriptiva y no pasar a la esencia del fenómeno, en este caso, la muerte o el mal en el inocente a partir de su ethos vigente.
La metapolítica, así lo he mostrado en múltiples trabajos, es también una reflexión filosófica y pluridisciplinal sobre los problemas fronterizos entre filosofía y política, que viene a analizar las mega-categorías que condicionan la acción política concreta. Por ejemplo hoy, las categorías de globalización, homegeneización cultural, pensamiento único o derechos humanos. Es un modo de reflexión tal que aquello sobre lo que se reflexiona no se objetiva realmente sino que se encuentra ensamblado, imbricado en todo relato político contemporáneo.
Así como la reflexión ética tradicional intenta responder a la pregunta qué es lo bueno y la metaética a ¿qué hace una persona cuando se pregunta sobre lo bueno?, de la misma manera la metapolítica no se pregunta qué es el poder sino qué ésta detrás del poder para que el poder sea poder real. La metapolítica, en lograda frase del pensador Primo Siena, viene como la espada de Perseo a cortar la cabeza de la Gorgona, a develar, a descubrir, a denunciar a la criptopolítica. Intenta la recuperación de la política como pública, como abierta, como libre de ataduras con las logias y los poderes indirectos.
La metapolítica viene a cuestionar que, en los regímenes de partidos, las decisiones de éstos son tomadas por una oligarquía partidaria, antes que mediante la deliberación del conjunto de los afiliados. Hace “como sí” fueran democráticos. En definitiva, hacen criptopolítica, pues se manejan con una deliberación simulada o un simulacro de deliberación, pues la decisión ya se tomó antes.
Tanto la metaética como la metapolítca son disciplinas o mejor pluridisciplinas que tiene en común el ser teleológicas, esto es, se orientan a un objetivo o fin que al acceder mejora a quien lo alcance, tanto en orden a la comprensión como al de la acción.
Al ser teleológicas se ocupan de los fines y no se diluyen en los medios, que es el gran karma de las sociedades contemporáneas que como afirmara ese gran filósofo que fue Augusto del Noce: “poseen infinidad de medios, pero tienen confusos los fines”.
Son pluridisciplinas porque necesitan de ciencias auxiliares. Así la metaética necesita de la lógica para observar la correcta fundamentación de sus principios, cuidando que de sus premisas se sigan consecuencias congruentes. En tanto que la metapolítica necesita de la historia o de la economía para el análisis de las grandes categorías que son su objeto propio de estudio.
Metapolítica significa el estudio de aquello que está más allá de la política, y que, de alguna manera, condiciona la acción política. Un mundo categorial que no se percibe en forma inmediata sino sólo por sus efectos.
Y lo que trasciende la política son las grandes categorías que condicionan la acción política. Ej. Igualitarismo, identidad, homogeneización, uniformidad, multiculturalismo, memoria, progreso, decrecimiento, consenso, derechos humanos, crisis, decadencia, derechos de los pueblos, pluralismo, relativismo, interculturalismo, universalidad, mundo único, grandes espacios, etc.
Categorías que no son estudiadas por la filosofía política, pues como observó agudamente Leo Strauss: “la filosofía política después de la Segunda Guerra Mundial se transformó en ideología política”. Así hoy la filosofía Política quedó reducida ya al marxismo, al liberalismo, a la socialdemocracia, a la democracia cristiana, etc.
Pero tampoco están estudiadas, estas mega categorías por la filosofía política clásica en los textos de Aristóteles, Santo Tomás, Hobbes, Locke, Maquiavelo. No. Estas categorías son un producto de nuestro tiempo y con ellas tenemos que lidiar. “Hic Rodhus hic saltus”, dice Hegel. Ésta es la tarea del filósofo. En la cancha se ven los pingos. El verdadero filósofo es el que puede especular sobre la realidad. De los libros que se encarguen los investigadores que hay muchos, muy buenos y muy bien pagos por el Estado
A nosotros nos interesa el estudio y los estudios de metapolítica hoy, hic et nunc. El resto es cartón pintado. Tarea que dejamos para los historiadores.
Vincular la metapolítca a la metafísica de la política es un gravísimo error que comenten todos aquellos que no distinguen en forma clara y distinta entre: lo político y la política. Esta es una distinción liminar que introducen dos filósofos de la política contemporáneos como lo fueron Julien Freund y Cornelius Castoriadis. Así, afirma este último: “Los griegos no inventamos lo político (el tema del poder) sino la política (la organización de dicho poder)”. Esta distinción es la que da origen a la moderna polemología, o disciplina que estudia los conflictos.
En mi opinión, el que intenta hacer metapolítica dirige sus investigaciones en torno a la política y no a lo político. Hay dos posturas claras respecto de lo que sea la metapolítica. Por un lado, la de quienes se ocupan de desmitificar la criptopolítica, la política de consensos entre los lobbies, entre los poderosos, la política de las oligarquías partitocráticas. Y, por otro lado, la de los que quieren entender por qué se actúa como se actúa hoy en política, cuáles son los condicionamientos últimos que hay que tener.
Lo difícil de la metapolítica es que no especula sobre “lo que debe ser”, sino sobre la realidad política tal como se da: sobre lo que es, más lo que puede ser. Sobre ese conflicto entre acto y potencia en que se despliega la realidad y sobre lo que no hay nada escrito.
Hoy hay un cúmulo enorme de pensadores de mayor o menor enjundia intelectual que se están ocupando del tema o aplicándola en su quehacer. Entre los más destacados figuran Alain Badiou, Michel Maffesoli y Alain de Benoist en Francia; José Javier Esparza, Juan Bautista Fuentes y Javier Ruiz Portella en España; César Cansino y Ernesto Serrano en México; Primo Siena, Giacomo Marramao, Marcelo Veneziani, Aldo La Fata y Carlos Gambescia en Italia; Fernando Fuenzalida Vollmar en Perú; Jacek Bartyzel en Polonia.[1]
Cuando presentamos la metapolítca como una pluri o multidisciplina es porque las mismas tiene en común, en algún punto, el mismo objeto de estudio. Hablando en forma escolática, el objeto propio son las grandes categorías que son analizadas desde sus distintas ópticas. Y el método que no es otro que el fenomenológico, en tanto ir y atenerse a las cosas mismas. A la realidad, y describirla lo mejor y más adecuadamente posible.
Pero como la metapolítica no es una mera disciplina filosófica que se agota en la simple descripción del objeto de estudio sino que busca una incidencia, una salida en la política, exige por esto último, un paso más que es: el ejercicio del disenso como método, la ruptura con la opinión, como gustaba decir Platón.
Y el disenso como método nos viene a decir existe otra visión y versión a lo políticamente correcto, que es alternativa al pensamiento único.
De modo tal que objeto propio (las mega categorías) y método específico (fenomenológico-disidente) nos garantizan la existencia de esta nueva multidisciplina.
Una diferencia sustancial entre ambas estas neodisciplinas, es que la metaética viene de una vieja tradición británica desde el siglo XVII, que en la meditación ética no se preocupa en averiguar qué es lo bueno o lo malo, lo honesto o lo deshonesto, lo libre o no libre sino que se pregunta por “las respuestas a los valores o disvalores, a las virtudes y los vicios”. Y entonces se pregunta la metaética: qué se ama, que se rechaza, qué se reprende, que se elogia, que se deplora, es decir, se pregunta por todas las formas en que se toma posición frente a la conducta de los seres humanos. Y eso refleja normas que el hombre tiene. Y el acceso filosófico es el análisis de lo que se dice, del lenguaje común.
La metaética está apoyada en la teoría J. Austin (1911-1960)[2] de los actos del habla según la cual también se hacen cosas con palabras, como por ejemplo en los juicios o enunciados performativos[3], aunque es mejor denominarlos realizativos, porque realizan con su solo enunciado una acción: por ejemplo, cuando digo: “yo prometo o yo bautizo”.
Esta metaética, signada por el utilitarismo o pragmatismo pues analiza lo que se usa y lo que se hace, siempre a través del lenguaje, termina en un idealismo, pues viene a sostener que la reflexión sobre algo modifica eso sobre lo cual se reflexiona. Por ejemplo: si me encolerizo y reflexiono sobre ello, ya no será tan grave. Pero esto es un error, pues creer que por el mero hecho de volverse consciente de algo puedo cambiar ese algo, es una ilusión intelectual.
Y así sostiene Hans Gadamer, el mayor filósofo en esto temas: “Por medio del volverse consciente pueden descubrirse errores de conciencia, pero no puede modificarse una validez normativa”.[4]
Es que la ética no puede hacer normas: éstas vienen de una tradición vivida, de un ethos vigente, y la ética solo es una aclaración teórica de este ethos. Solo podemos aclarar aquello que ya nos determina en lo que somos. Por lo tanto no se puede tampoco alcanzar ni una fundamentación última ni un ethos universal.
Esto en definitiva, es lo que viene a afirmar Heidegger en su Carta sobre el humanismo (1946)que, después del descalabro de la Segunda Guerra Mundial, que dejó sesenta millones de muertos[5] en el corazón de Europa, se quebró cualquier posibilidad de existencia de un ethos universal como constitutivo básico para un humanismo. Así que hablar de humanismo se transformó en un sinsentido.
En metapolítica, por otra parte, hablamos no de ethos sino de ecúmenes. Esto es, grandes espacios de tierra habitados por hombres que comparten con sus propias lenguas, creencias y costumbres un ethos particular [6].
Si se habla de ecúmenes y no de ethos,es porque la idea de ecúmene, al involucrar grandes espacios, está en la base de las concepciones geopolíticas. Que ayer fueron la Hélade para los griegos y la romanitas para los romanos, como hoy lo son Iberoamérica para nosotros o Angloamérica para los yanquis.
La idea de ecúmene muestra que el mundo es en realidad un pluriverso y no un universo como lo pensó la Ilustración y el liberalismo político. Este mundo está compuesto, aproximadamente, por media docena de ecúmenes. Ellas comparten las mismas estructuras constitutivas pero difieren entre sí por sus valores, lenguas, usos y costumbres distintas. Ello nos está indicando que las ecúmenes son al mismo tiempo totalidades de sentido pero relativas una a otras. En la medida en que una ecúmene, cualquiera sea, toma primacía sobre otras se produce la llamada colonización cultural, económica y política. Lo que está sucediendo hoy con la americanización que padece Europa por la ecúmene anglo-americana.
En definitiva, no existe ninguna razón seria y fundada para sostener la existencia de un nuevo humanismo. Tanto la metaética como la metapolítica nos muestran este acierto. Acierto ya barruntado por don Miguel de Umanuno, quien en el mismísimo comienzo Del sentimiento trágico de la vida nos advierte: “el adjetivo humanus me es tan sospechoso como el sustantivo abstracto humanitas”.[7] Más contundente fue aún el anarquista Joseph Proudhon cuando afirmó: “Cada vez que escucho humanidad sé que quieren engañar”.
[1] Completemos la lista, por lo que atañe a Argentina, con el propio nombre del autor de estas líneas. En España también cabe incluir, como destacados exponentes del enfoque metapolítico, los trabajos de autores como Rodrigo Agulló o Adriano Erriguel. (N. de la Red.)
[2] Austin, J. L.: Cómo hacer cosas con palabras, Paidós, Buenos Aires, 2008
[3] Es tanta la mala copia que hacemos del inglés que, incluso, buenos profesores de filosofía, avispados y despiertos traducen literalmente performative por preformativo en lugar de traducir al castellano por “realizativos”.
[4] Maliandi-Fernández: reportaje de Ricardo Maliandi a Hans Gadamer en Valores Blasfemos, Ed. La cuarenta, Bs.As. 2009, p.85.
[5] El mayor investigador que tenemos en estos temas es el politólogo Horacio Cagni, más conocido entre los amigos como “la bala de plata”, solo para utilizar ante algunos europeos engreídos en temas de la Segunda Guerra Mundial.
[6] Al respecto pueden consultarse mis libros: Disyuntivas de nuestro tiempo (ensayos de metapolítica), Ed. Docencia, Buenos Aires, 2014 o Teoría del Disenso (las ecúmenes y el pluralismo) Ed. Teoría, Buenos Aires, 2003
[7] Unamuno, Miguel de: Del sentimiento trágico de la vida, Losada, Buenos Aires, 1964, p.7