Mucho, y desde hace muchos años venimos escribiendo sobre el castellano o español, llegándose a la conclusión de que el poder de una lengua radica en el de aquellos que la hablan.
El español es la lengua más hablada de Occidente, con 580 millones de personas, siendo seguida del inglés con unos 450 millones. Es más, el castellano es la lengua más hablada del mundo, pues el mandarín se habla mayoritariamente en Pekín desde que Mao la estableció como lengua administrativa de China a partir de la revolución cultural de 1966. Es hablado por unos 450 millones de chinos en una China que tiene 23.000 lenguas y donde la más hablada es el Wu con casi 500 millones de personas.
Pero todos estos datos no son tenidos en cuenta ni por el rey de España Felipe VI ni por el Instituto Cervantes, que nos hablan solo de 460 millones de hispanohablantes, aceptando, para colmo, que el español es la segunda lengua detrás del inglés. Indignos representantes tiene nuestro idioma.
Además, el español es la base de lenguas criollas como el chabacano, que se habla en Filipinas; el papiamento, que se habla en el Caribe (Antillas holandesas, Aruba, Curazao y Bonaire), el palenquero en Colombia y el chamorro en las islas de Guam y las Marianas del norte en Oceanía.
Además el castellano es obligatorio en Belice y Trinidad y Tobago. Y lengua administrativa en los estados de California, Texas y Nuevo México. Y es lengua significativa en Marruecos, Camerún, Argelia, Australia, Canadá, Jamaica, Polonia, Noruega, Nueva Zelanda y Suiza.
El tagalo, idioma nativo de Filipinas, incluye en su abecedario letras como la ñ, ll, rr y ch del español. Para muestra basta un botón: “¿Cómo está?” se dice en tagalo “¿Cumu está?”. Y los filipinos son 110 millones de habitantes.
Las minorías lingüísticas emparentadas con el español, como el gallego, el catalán e incluso el mismo portugués no nos debilitan, sino que nos fortalecen, ya que amplían nuestro universo lingüístico. Y así, podemos pasar como masa lingüística unificada a la friolera de 850 millones de hablantes. Si algún gobernante de los nuestros se percatara de este poder, seguramente que el mundo podría ser de otra manera.
Este instrumento poderosísimo que es nuestra lengua es atacado por el imperialismo internacional del dinero, que busca socavarlo con estupideces como hablar de “todes” en lugar de “todos”, o con retruécanos como “todas y todos” y cosas por el estilo.
Este instrumento poderosísimo que es nuestra lengua es atacado por el imperialismo internacional del dinero.
Cuidemos la lengua, que es, hoy por hoy, la último que nos une, que nos da unión y poder ante un mundo y un sujeto homogéneo definido como “todos por igual”.
Nosotros somos distintos, diferentes del mundo anglosajón que pretende imponerse como “el señor del mundo”.
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