¿Cuál es la estrategia política más acertada para cambiar un sistema político? ¿Participar en las instituciones o empujar desde fuera un cambio cultural que termine por alumbrar un tiempo nuevo?
Las recientes encuestas, en vísperas de elecciones autonómicas y municipales en España, están poniendo sobre la mesa un debate en el que intelectualidad y acción política parecen campos adversos y enfrentados.
La urgencia del tiempo por sustituir el actual estado de cosas del sistema del 78 ha llevado a movimientos emergentes a involucrarse en el mismo juego electoral que han criticado desde fuera. Su afán por ocupar un evanescente “espacio de centro” ha implicado abandonar esenciales críticas a lo que más atractivo pudo hacer, precisamente, estos movimientos: la denuncia de falta de representación política y la desconexión entre clase dirigente y pueblo.
La reciente aparición en la escena de los libros de la obra “Alain de Benoist. Elogio de la Disidencia” (Ediciones Fides) confirma que ningún avance es posible sin antes haber cambiado los paradigmas culturales. Toda la labor de la mal llamada “Nueva Derecha” desde 1968 ha resultado en el posicionamiento del Frente Nacional de Marine Le Pen como el partido con más posibilidades de llegar al Eliseo. Aquí no ha habido una elaboración de listas o agrupaciones de personas sólo para sustituir a los partidos que, durante décadas, se han venido repartiendo el Poder en Francia. Lo que emerge es un proyecto que pone en cuestión los fundamentos mismos del papel del Estado, de la Economía, de la moneda única y de las relaciones de Francia con la Unión Europea y con Estados Unidos o la Rusia de Putin (no como enemiga, ésta última, sino como el gran posible aliado geopolítico).
En España, por el contrario, ni la posibilidad de participar o de acampar extramuros del Sistema del 78, arroja siquiera amenazas hacia los poderes establecidos. El amansamiento de Podemos como fuerza que inquietaba a los nacionalismos secesionistas o a los poderes financieros está, cada día que pasa, más lejos de asaltar esos cielos que preconizaba su figura más señera.
La estrategia del otro partido llamado a quebrar el bipartidismo, Ciudadanos, está cumpliendo la labor perfecta del lampedusianismo. En sus propuestas sociales y económicas nada vemos que inquiete lo establecido y sí mucho agrado en los mercados financieros. La profundización de las reformas laborales en la línea austríaca (alejando con ello otra antropología en la que la persona desempeñe un papel nuclear y no de mero objeto), y las propuestas fiscales, lo sitúan en una opción más neoliberal que el propio partido en el Gobierno.
Queda un gran espacio vacío a cubrir. El alejamiento de Podemos de esa línea de acampada y desafío vuelve a abrir la posibilidad a un gran movimiento popular que, esta vez, con carácter social y nacional, desestabilice el decrépito y corrupto sistema del 78. No parece que vaya a ser en esta cita electoral, en cualquier caso. Ninguna de las fuerzas que comparecen está preparada en sus cuadros para enamorar a los desencantados. Su arcaización ideológica, -como denunció Miguel Angel Simón en su obra “La Extrema Derecha en Europa desde 1.945 hasta nuestros días” (Editorial Tecnos)- las he hecho completamente estériles. Muy a su pesar, el lastre de las dictaduras que las han precedido, las ha impedido realizar su “travesía del desierto” necesaria para renovar un discurso caduco en formas y palabras. La incapacidad para comprender las claves geopolíticas del siglo XXI, para proponer políticas de grandes espacios dentro otra Europa y su autismo (salvo casos meritorios como los del Hogar Social en Madrid y fenómenos similares en otras ciudades de España) ante los más desfavorecidos por la penúltima crisis del capitalismo financiero han vuelto a situar a estos grupos, auto denominados “social patriotas”, fuera de juego de toda posibilidad.
El lastre de monotemas en su reclamo y la escasa circulación de sus elites dirigentes (incapaces de alcanzar una alianza de acción y electoral conjunta de manera sólida y creciente) no provocan sino desaliento entre quienes ven pasar los años sin que en la piel de toro emerja algo, cuando menos, semejante a la fuerza política francesa abanderada por Marine.
Esos grandes ejes necesarios para amalgamar una propuesta creíble y transversal siguen en pie:
- SOBERANÍA. Este es el verdadero paradigma del siglo XXI que viene triunfando en los movimientos populistas europeos. Y no solo entendido como reapropiación de competencias para las Naciones, sino como alentador una auténtica Democracia Política y Social.
- PROYECTO NACIONAL fundamentado en otro modelo económico y laboral auténticamente diferente a los puestos en juego hasta ahora.
- REPRESENTACIÓN. No apoyado en líderes carismáticos de sí mismos, sino en juntas de personas involucradas en ese necesario nuevo periodo constituyente que, desmontando todo el entramado autonómico, organicen la vida política en clave de representación directa municipal y nacional.
- VALORES. No acudiendo a los desgastados “principios y valores” manoseados por las democracias cristianas y liberales, sino a propuestas fuertes de alto contenido histórico en clave estoica y patriótica que devuelvan el sentido a la pertenencia a las comunidades populares.
Solo entonces tendrá sentido ACAMPAR para PARTICIPAR.