Egobody es un término de alguna manera extraño, pues está compuesto de ego, que es el Yo en latín, y body, la palabra anglosajona que determina el cuerpo. Pero no se trata del cuerpo como elemento milenario, sino este nuevo cuerpo fabricado a partir de conceptos modernos, que vinculan los medios, las nuevas formas de alimentación, todos los temas numéricos. Hasta hace un siglo la identidad estaba vinculada al alma, y hoy, por primera vez en la humanidad, el concepto de la identidad está vinculado al cuerpo. Los hombres de hoy consideramos que nuestra identidad es nuestro cuerpo.
Egobody, el hombre que confunde su alma y su yo interior con su cuerpo. Es en lo que nos hemos convertido los humanos del siglo XXI. Los antiguos lazos que nos encadenaban unos con otros, que nos tranquilizaban ante el porvenir y nos protegían ante lo desconocido y el vacío del mañana y de la muerte, se han despedazado. Robert Redeker presenta aquí la radiografía de una sociedad a la deriva, con el talento del polemista y la agudeza del filósofo.
¿De qué está hecha la carne de este hombre nuevo en tiempos de la industria alimentaria? ¿A qué se parece su cuerpo cuando la publicidad y la comunicación han expulsado el voluntarismo político e ideológico? ¿Qué será de una sociedad en la cual la exaltación de la “mentalidad” ha reemplazado al alma o al yo interior? Robert Redeker se vuelve arqueólogo de nuestro nuevo paisaje mental.
Redeker observa que “el nuevo cuerpo fue un mito político prometeico del siglo XX”. “Los cuerpos de los atletas de los Juegos Olímpicos de Berlín, tal como los exhibía Leni Riefenstahl en Los dioses del estadio, o el cuerpo de los desfiles en la Plaza Roja de Moscú, eran cuerpos ideológicos”. Era la forma antropológica visible de “una ideología hecha carne, hecha músculo, hecha energía corporal”.
Si ese cuerpo exhibía el triunfo de la voluntad política, el nuevo cuerpo contemporáneo no tiene nada que ver con “el cuerpo inoxidable de los fascistas, de los nazis, de los estalinistas”. Para Redeker, los dictados actuales sobre el cuerpo no provienen de la Iglesia, ni de la ideología política, sino de la publicidad, en el sentido más amplio: “todo lo que se exhibe ante un público en un espacio colectivo abierto (deporte, televisión, show business, erotismo comercial, cine)”.
Observa Redeker: “En una sociedad posterior al concepto del pecado, una sociedad donde el pecado era la matriz del deseo, la sexualidad se vuelve mecánica, como ocurre, por ejemplo, en la pornografía. Ya lo que existe es la relación directa entre cuerpos y ha desaparecido el concepto del alma y la sensualidad dentro del universo sexual. Por ejemplo, yo creo que el viagra es muy representativo de esto que estoy diciendo. Es un elemento que produce lo necesario para que haya sexualidad, sin que necesariamente haya deseo. El viagra nos convierte en máquinas. Hacemos el amor sin deseo.”
Esta transformación del cuerpo humano se explica, dice Redeker, por el declive de la religión en Europa. Para el cristianismo, en el cuerpo la carne estaba mezclada con el pecado después de la Caída, pero a la vez la religión veía el cuerpo como “una realidad intangible, con su parte de sacralidad enraizada en la noción de encarnación”. Desde la segunda mitad del siglo XX, los cuerpos se han escapado de la tutela de la religión para pasar a la guarda cada vez más pesada de la medicina.
La singularidad de nuestra época radica en que “el cuerpo se ha convertido en ego”, de modo que “yo soy mi cuerpo”. “Los adictos a los sitios de encuentro en internet, las estrellas del fútbol y los exhibicionistas de Secret Story identifican su yo y su cuerpo”.
Para Redeker, Internet, aparentemente, es un gran desarrollo tecnológico y comercial que permite acceso a un universo muy amplio, pero realmente es un universo que atrapó a los hombres en una forma de presente que no les permite retroceder a sus pasados ni adelantarse hacia el futuro.
Por su parte, el autor considera que “el exhibicionismo triunfa porque ahora todos consideramos que somos el cuerpo. Eso quiere decir que el exhibicionismo permite mostrar ese cuerpo y ser como la razón social, pero ese cuerpo es sólo la apariencia. Y es una sociedad que ha ido deshaciéndose de los conceptos de la sensibilidad respecto del alma y solo está vinculando ese cuerpo. El exhibicionismo no es otra cosa que la apariencia de lo que llamo el body.”
Esto hubiera sido impensable en los siglos pasados. En el siglo XVII, el cogito de Descartes, el “pienso luego existo”, asimilaba el pensamiento al yo, identificado con el alma, como algo distinto del cuerpo.
“La reciente identificación del yo y del cuerpo, fenómeno de masa, constituye un cambio de importancia histórica. Desde sus orígenes la humanidad se había caracterizado por la disociación entre el yo (ya fuera una instancia psicológica o, más allá, una entidad espiritual) y el cuerpo. En cambio, el cuerpo nuevo es el cuerpo de la confusión del alma y del cuerpo, del yo y del cuerpo, del pensamiento y del cuerpo. El cuerpo nuevo es ante todo el cuerpo que ha absorbido al yo”.
Desde cuando Descartes proclamó su “pienso, luego existo” y John Locke afirmó que el yo no es el alma sino el “conjunto de sensaciones y pasiones que constituyen la experiencia”, el alma fue reconceptualizada como mente, nació la psicología y se abrió el espacio para el psicoanálisis. Si el hombre de hoy ya no es alma, como tampoco sujeto, persona o yo, entonces ¿qué es? Es, simplemente, cuerpo. El ego, la subjetividad, el alma y la persona han sido tragados por el cuerpo. El hombre de la globalización, del siglo XXI, de internet, es solo una máquina deseante, un cuerpo, Egobody.
El autor retoma la profecía de Michel Foucault cuando en 1966 proclamó “la muerte del hombre”, denuncia al fascismo y al comunismo por haber fracasado en su proyecto de crear al hombre nuevo y reflexiona sobre el hombre unidimensional de Marcuse para presentar el hombre de hoy deshumanizado, sin Dios, dedicado a cuidar su cuerpo, a entretenerse y a navegar en el mundo virtual.
La nueva cultura del cuerpo se ha producido por tres factores, según Redeker: la decadencia de la religión, el aumento del poder de la medicina y la aparición de la sociedad de consumo. El sacerdote ha sido sustituido por el médico en su manipulación del cuerpo con sus dietas y sus cirugías plásticas. La expectativa de egobody es el supermercado, no el mundo trascendente de los cristianos ni la sociedad igualitaria de los marxistas.