El extraño caso del anarquismo conservador

¿Anarquismo de derechas?

Nada parecido al "anarquismo de izquierda", un individualismo extremo, en el que la sociedad no debería existir, el gobierno debería desaparecer, la democracia sería una aberración, el Estado debería reducirse a cero, el fascismo sería la versión totalitaria del capitalismo. En fin, una ideología cuyo objetivo es la destrucción de cualquier vínculo social.

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El anarquismo individualista o anarcoindividualismo alude a un grupo de ideologías que tienden a manifestarse más como corrientes filosóficas y literarias que como movimientos sociales. Además de la exaltación de la experiencia y la búsqueda individuales tienen otros principios en común: la elevación del individuo sobre toda clase de construcción o realidad social y exterior: moralidad, ideología, costumbres, religión, metafísica, las ideas o la voluntad de otros; el rechazo y reservas hacia la idea de revolución, prefiriendo un desarrollo gradual de la sociedad; en definitiva, una perspectiva en la que las relaciones con otras personas o grupos deben ser libres y sin compromisos.

El concepto de anarquismo derechista parece paradójico, de hecho, oximorónico, partiendo desde la suposición de que todos los puntos de vista políticos “derechistas” incluyen una evaluación particularmente alta del principio de orden… En efecto, el anarquismo de derecha ocurre sólo en circunstancias excepcionales, cuando la hasta ahora velada afinidad entre el anarquismo y el conservadurismo puede hacerse aparente.

Ernst Jünger ha caracterizado esta peculiar conexión en su libro Der Weltstaat (1960):

«El anarquista en su forma pura es aquél, cuya memoria se remonta más en el pasado: a lo prehistórico, incluso a lo mítico, y que cree que el hombre cumplió en ese momento con su verdadero propósito. (…)

En este sentido, el anarquista es el ur-conservador, el radical, que busca la salud y la enfermedad de la sociedad en sus raíces.»

Jünger más tarde llamó “Anarca” a este tipo de anarquista “conservador” o “prusiano, y refirió su propia “désinvolture” como de acuerdo con la misma: un retraimiento extremo, el cuál se nutre y se arriesga en las situaciones límites, pero sólo permanece en una relación observacional con el mundo, ya que todas la instancias del orden verdadero se disuelven y una “construcción orgánica” no es aún, o no será jamás, posible.

El pensador alemán Max Stirner (1806-1856) sostenía que los individuos deben hacer aquello que desean […], afirmando que no hay motivos racionales de cualquier persona para reconocer ninguna autoridad por encima de su propia razón, o ninguna meta antes que su propia felicidad.

Aunque el mismo Jünger fue influenciado inmediatamente por la lectura de Max Stirner, la afinidad de tales pensamientos complejo con el dandismo es particularmente clara. En el dandy, la cultura de la decadencia a finales del siglo XIX personificada, que por un lado era nihilista y ennuyé, por el otro ofrecía el culto de lo heroico y el vitalismo como alternativa a los ideales progresistas.

El rechazo de las jerarquías éticas actuales, la preparación para ser “no apto, en el sentido más profundo de la palabra, para vivir” (Flaubert), revelan puntos comunes de referencia del dandy con el anarquismo; su estudiada frialdad emocional, su orgullo y su aprecio por la sastrería fina y los modales, así como la pretensión de constituir “un nuevo tipo de aristocracia” (Charles Baudelaire), representan la proximidad del dandy a la derecha política. A esto se suma la tendencia de los dandies políticamente inclinados a declarar simpatía a la Revolución Conservadora o a sus precursores, como por ejemplo Maurice Barrès en Francia, Gabriele d’Annunzio en Italia, Stefan George o Arthur Möller van den Bruck en Alemania. El autor japonés Yukio Mishima pertenece a los seguidores tardíos de esta tendencia.

Además de esta tradición de anarquismo de derecha, ha existido otra tendencia, más antigua y en gran medida independiente, conectada con circunstancias específicamente francesas. Aquí, al final del siglo XVIII, en las etapas posteriores del ancien régime, se formó un anarchisme de droite, cuyos protagonistas reclamaron para sí una posición “más allá del bien y del mal,” una voluntad de vivir “como los dioses”, y que no reconocieron valores morales más allá del honor personal y el coraje. La cosmovisión de estos libertinos se hallaba íntimamente unida con un ateísmo agresivo y una filosofía pesimista de la historia. Hombres como Brantôme, Montluc, Béroalde de Verville, y Vauquelin de La Fresnaye sostuvieron al absolutismo para ser una materia prima que lamentablemente se opuso a los principios del antiguo sistema feudal, y que sólo sirvió a deseo de bienestar económico de la gente. Actitudes, que en el siglo XIX volvieron a encontrarse con Arthur de Gobineau y Léon Bloy y también en el siglo XX con Georges Bernanos, Henry de Montherlant y Louis-Ferdinand Céline. Esta posición también apareció en una versión específicamente “tradicionalista” con Julius Evola, cuyo pensamiento giraba en torno al “individuo absoluto”.

En cualquier forma en que el anarquismo de derecha aparezca, siempre es conducido por un sentimiento de decadencia, por el desprecio a la era de las masas y por el conformismo intelectual. La relación con la política no es uniforme; sin embargo, no pocas veces el retraimiento se torna en activismo. Cualquier unidad más allá está ya negada por el individualismo altamente deseado de los anarquistas de derecha. Nota bene, el término es a veces adoptado por hombres –por ejemplo, George Orwell (anarquista Tory) o Philippe Ariès– que no exhiben signos relevantes de una ideología anarquista de derecha; mientras que otros, que exhiben objetivamente estos criterios –por ejemplo, Nicolás Gómez Dávila o Günter Maschke– no hacen uso del concepto.

Recordemos el hecho de que George Orwell se definiera en varias ocasiones como un anarchist tory. En múltiples aspectos de su filosofía, Orwell se acerca mucho a la sensibilidad anarquista, pero ello no resume la complejidad de su pensamiento político. Como señala Jean-Claude Michéa, es imposible considerar al autor de 1984 como un anarquista en el sentido doctrinal y militante del término. En ninguno de sus ensayos se defiende la idea de que una sociedad sin estado sea posible o incluso deseable. A decir verdad, Orwell era simplemente un demócrata radical. Es tiempo de adoptar abiertamente un cierto conservadurismo crítico que, hoy por hoy, representa uno de los pilares necesarios para cualquier crítica radical a la sobremodernidad y a las formas de vida sintéticas que pretende imponernos. Este fue el mensaje de Orwell.

(*) Karlheinz Weissman es uno de los animadores intelectuales de la Neue Rechte (Nueva Derecha) alemana.

 

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